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jueves, 2 de noviembre de 2017

ORDEN CISTERCIENSE II

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El sucesor de San Roberto fue San Alberico que obtuvo la protección Papal, y continuó como el tercer abad; San Esteban Harding que continuó la obra emprendida años antes dotando al Císter de una Regla propia llamada la Carta Charitatis que su propósito es de volver a los orígenes de austeridad de la Orden Benedictina.

 Durante el Siglo XII a la llegada de San Bernardo es cuando el Císter comienza a desarrollarse y la fuerte personalidad de San Bernardo de Claraval, impulsa la Orden del Císter en toda Europa.


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Los monjes guardan un equilibrio completo entre la lectio divina y el trabajo manual.
La vida de los monjes se basa en la búsqueda del retiro y la pobreza.

No deja de ser igual que en los demás monasterios de la Orden.

 La vida monacal está marcada por ocho momentos:
 - Maitines, (oficio nocturno) entre las 2 y 3 de la mañana.
 - Laudes, al amanecer.
 - Prima, (al salir el sol) al principio de la jornada
. - Tercia, por la mañana.
- Sexta, (a mediodía) a mitad de la jornada.
 - Nona, después de comer.
 - Vísperas, al final del día.
 - Completas, antes del descanso nocturno.


 Fuera de los oficios el tiempo de los monjes guarda un equilibrio completo entre la lectio divina (lectura de los textos sagrados) y el trabajo manual necesario para la autarquía de los monjes y para la humildad.


 Los monjes comen todos juntos mientras escuchan las lecturas que lee el semanero. La comida será frugal pero suficiente, se compone de dos platos cocidos normalmente de verduras y legumbres, sin carne, acompañados de pan (1 libra) y de vino (1 hemina) en pocas cantidades.

 En general comen dos veces al día, al mediodía y después de Vísperas. En épocas de ayuno sólo una comida a las tres de la tarde.


  El dormitorio siempre ha de estar iluminado con una vela, cada monje duerme en una cama, vestido, para poder levantarse sin tardanza para orar.
 El hábito del monje se compone de Túnica y cogulla más o menos gruesa según la estación y el clima. Los bienes del monasterio son comunes.

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 La vida de los monjes se basa en la búsqueda del retiro y la pobreza para llegar, -a través de la oración-, a la comunicación con Dios.
 Las abadías cistercienses se ponen bajo advocación a la Vírgen, reina del cielo y de la tierra.

Se fundan bajo el visto bueno del obispo y se construyen lejos de cualquier lugar habitado, pero cerca de algún río que permita la pesca, el riego y el giro de las aspas del molino. Los novicios, monjes profesos, abad y hermanos conversos viven juntos.
 La enseñanza del novicio lo realiza un monje anciano. Tras este periodo inicial, el novicio pronuncia los votos solemnemente delante del abad y la comunidad: estabilidad, obediencia y conversión de costumbres.
 El profesor se viste con el hábito del monje blanco (simple y común, sin pelliza ni camisa.
El exterior de las cogullas no puede llevar ningún adorno. Los zapatos de piel de vaca) y se acoge a la regla y vive en silencio.
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Su jornada está marcada por la Liturgia de las Horas y el resto del tiempo se dedica a la lectura de los textos sagrados, la lectio divina y el trabajo manual.
 Una particularidad es que los monjes después de prima (al salir el sol), se reúnen en la Capitular para comentar el capitulo de la regla de San Benito, tras lo cual los monjes se confiesan de sus faltas.

Para Esteban Harding, organizador de la orden y gran legislador, la obra que veía nacer era aún frágil y precisaba ser reforzada. Las abadías creadas por Cîteaux necesitaban el vínculo que sería la marca de su pertenencia a la aplicación estricta de la regla de San Benito y hacer solidarias a las comunidades monásticas. La Carta de caridad que él elaboró se convirtió en el cimiento que garantizaría la solidez del edificio cisterciense.
 Se les llamó en la Edad Media los monjes blancos, por por el hábito blanco o gris que usaban bajo sus escapularios negros, en oposición a los monjes negros, que eran los benedictinos.




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 También es frecuente la denominación monjes bernardos o simplemente bernardos por el impulso que dio a la orden Bernardo de Claraval, ya que no sería hasta su aparición en escena, cuando el Císter comienza su imparable desarrollo durante el siglo XII. el más célebre de los cistercienses y a quien se puede considerar como su maestro espiritual.

 Sus orígenes familiares y su formación, sus apoyos y sus relaciones, su propia personalidad, explican en gran parte el éxito cisterciense.

Carta de Caridad

Que regulaba las relaciones de las abadías madre, de sus filiales y pequeñas filiales.

La multiplicación de las fundaciones y la extensión de este nuevo monacato exigían una nueva reflexión sobre su administración. Para Philippe Racinet, «la organización cisterciense es una obra maestra de construcción institucional medieval».

 La exención de la jurisdicción episcopal permitió a la orden de Cîteaux poner a punto dos instituciones que debían convertirse en su fuerza: el sistema de visitas de los abades-padres y el Capítulo general anual.
​ Al mismo tiempo, muy probablemente entre 1097 y 1099, el abad Esteban hacía poner por escrito el relato de las fundaciones.

La abadía madre y las filiares

Los recién llegados, integrados en establecimientos geográficamente distantes, recibían formación apropiada en la casa que los acogía.

 Para favorecer la cohesión, evitar discordias y fundar relaciones orgánicas entre los monasterios, en 1114 Esteban redactó una Carta de unanimidad y de caridad.

​ Esta carta, en tanto que documento jurídico, «regula el control y la continuidad de la administración de cada casa, [...] define las relaciones de las casas entre ellas y asegura la unidad de la orden».
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 No se completó hasta 1119; después, debido a nuevas dificultades, se modificó hacia 1170 para dar nacimiento a la Charte de charité postérieure (Carta de caridad posterior).

 Por su espíritu, se separaba del modelo cluniacense de «familia» jerarquizada, ofreciendo amplia autonomía a cada monasterio.



 Cîteaux permanecía como autoridad espiritual guardiana de «la observancia de la santa regla» establecida en el «nuevo monasterio».


 Cada monasterio, según el principio de caridad, tenía el deber de socorro a las fundaciones más desamparadas, mientras que las abadías madres garantizaban el control y la elección de los abades dentro de las abadías filiales.
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 El abad de Cîteaux, por medio de sus consejos y en sus visitas, conservaba una autoridad superior. Cada abad debía ir a Cîteaux todos los años, en torno a la fiesta de la Santa Cruz, el 14 de septiembre, para el Capítulo general, como órgano supremo de gobierno y de justicia, a resultas del cual se promulgaban estatutos.

Este procedimiento no era enteramente original puesto que se remontaba, también, a los orígenes de la orden de Vallombreuse, pero la inspiración procedía del convenio entre Molesmes y Aulps, firmado en 1097 bajo el abaciado de Roberto.

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Desde finales del siglo xii, el Capítulo estuvo asistido por un comité de definidores nombrados por el abad de Cîteaux; era el Définitoire (Definitorio). Los cistercienses aceptaron, sin embargo, el apoyo y el control del obispo del lugar en caso de conflicto en el seno de la orden. Así, a partir de 1120, en el plano jurídico y normativo, lo esencial de lo que constituía la orden reposaba sobre principios sólidos y coherentes.

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