santo Evangelio según san Lucas (21, 5-11)
Y como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Las lecturas de la última semana del tiempo ordinario inciden particularmente en la visión del fin de los tiempos, el llamado discurso escatológico que en San Lucas cobra gran vigor.
En efecto, Jesús habla del fin del mundo. Y lo hace en el Templo de Jerusalén, donde los judíos sentían la presencia de Dios.
Es muy significativo este detalle porque está profetizando la destrucción del Templo, hecho que ocurrirá en el año 70 a manos de las legiones romanas de Tito.
La destrucción del Templo no implica que Dios ha dejado de lado a su pueblo, sino que ahora no reside en un lugar físico ni en una coordenada temporal cerrada, sino en el corazón de los seguidores de Cristo, transformados ellos mismos en templos del Espíritu Santo.
Jesús lanza advertencias a sus seguidores sobre el fin de los tiempos, las catástrofes y las guerras que vendrán en ese momento. Pero también advierte de que no entren en pánico.
Se trata de una valiosísima enseñanza para que los cristianos no se queden enredados en la contemplación de tales fenómenos, paralizados en la zozobra que sigue a una catástrofe natural, por ejemplo, sino para que apliquen las energías a la aspiración de la gloria transformando el mundo que se les ha entregado.
El Evangelio de hoy nos llama a volver nuestra mirada hacia las cosas eternas en medio de nuestra vida en que todo es pasajero. Santa Teresa de Ávila decía “Todo se pasa, Dios no se muda, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”. Ésta era la misma idea que transmitió Jesús a los que admiraban más la belleza exterior del templo y no adoraban en espíritu y verdad al Señor.
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