santo evangelio según san Lucas (19,41-44)
En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando:
Hoy sorprendemos a Jesús llorando.
Sus lágrimas además de expresar su verdadera humanidad, constituye un signo de su plena participación en el drama de una humanidad a la que le cuesta trabajo entrar en el proyecto de amor y de paz que Dios ofrece al hombre.
Y a veces, no solo no nos cuesta trabajo sino que nos resistimos adorando a los dioses hecho a imagen de nuestros temores, de nuestras aspiraciones, de nuestras debilidades.
Jesús llora porque su pueblo no ha entendido que la fe que Él nos regala tiene vocación de denunciar los falsos absolutos, de relativizar los fanatismos, de criticar las componendas alienantes de lo cotidiano.
Nuestra fe combate sin tregua por liberarnos de los ídolos que fascinan y estrecha la mirada para que viva en nosotros el verdadero nombre de Dios.
Hoy lloras Señor
Jesús, ¿ cuántas veces has venido a mí también sin que yo te sepa reconocer?
Has venido a tocar a la puerta de mi corazón tantas veces, ¡y qué pocas he sabido reconocerte y dejarte entrar!
Has sido Tú quien por la calle me ha extendido la mano pidiendo un poco de pan para comer.
Eras Tú quien, tantas veces, vino a mí pidiéndome un consejo o suplicando un poco de comprensión. Eras Tú quien tocaba mi hombro y sufría conmigo cuando pasé por ese momento difícil que me hizo levantar mi voz y preguntarte dónde estabas.
Has venido tantas veces a mí en una buena noticia, en una enfermedad, en un amigo, en un necesitado, en la Eucaristía y en la calle… ¡y no siempre te he sabido reconocer en mi prójimo! Perdóname, Jesús, si hasta ahora no he sabido reconocerte. ¡Aumenta mi fe!
Ayúdame a saberte descubrir en cada momento de mi vida y en cada persona que me rodea. No permitas que sea indiferente a tu venida y dame la gracia de servirte en los demás como Tú te lo mereces.
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