El encuentro entre Jesús y el ciego camino de Jericó es uno de esos momentos del Evangelio que iluminan con una luz desacostumbrada nuestro seguimiento de Cristo.
Aquel ciego había perdido la vista, pero no el oído. Había oído cosas maravillosas de Jesús. Sobre todo escuchó una frase que le traspasó el corazón: ¡Por ahí pasa Jesús!. No se lo pensó dos veces. Él se las arregló para que lo llevasen donde pasaba Jesús.
Aquel ciego insiste, gritaba clamando compasión, no deja de elevar su petición aunque encuentre adversidad y no hace caso a los que les manda callar, grita más fuerte, él persevera en su suplica.
Tampoco había perdido el habla para poder exponerle a Jesús su problema. Ni tampoco el grito de su garganta cuando pretendían que se callase.
Y, por supuesto, en su fe que le lleva a vitorear al Nazareno con una expresión que implica un reconocimiento explícito de su papel redentor en el plan divino de salvación.
El encuentro con el Señor transforma a aquel ciego, el gran poder de la fe, cuando se produce el encuentro con el Dios vivo deja huellas en nuestra vida y nos colma de esperanza, de gozo y de caridad, y surge la respuesta “¿como pagar al Señor tanto bien? “ en el ciego del evangelio pasa de mendigar a ser un seguidor del Señor y a glorificar a Dios.
Con los sentidos que le quedaban sanos fue a Jesús y le devolvió la vista. Con los nuevos ojos estrenó una nueva vida. No se marchó a su casa a hacer su vida, sino que siguió a Jesús por el camino. De oyente de Jesús se convirtió en “seguidor” de Jesús. Y, de tal manera hablaba de Jesús, que contagió a todo el pueblo. No se limitó a ser un cristiano del montón, sino que se convirtió en apóstol.
Porque en la ceguera de ese mendigo, resignado al borde del camino por el que transita la Vida, estamos también nosotros. Y en su curiosidad por saber qué está pasando alrededor, también.
Su insistencia en pedir compasión es también nuestra oración persistente aunque no consigamos el propósito a la primera.
Muchas veces nos quejamos de todo lo que nos falta y nunca caemos en la cuenta de lo que podemos hacer con lo que todavía nos queda.
Cuando se da el encuentro con el Dios vivo toca nuestra vida y nos transforma.
Toda mi vida está tejida de grandes favores y gracias de Dios. ¿Qué más debe hacerme Dios para sacarme de mi rutina, de mi pereza, de mi vulgaridad? Tal vez el milagro de la vista. Que vea la vida con ojos nuevos, que siga a Jesús por el camino que Él me marca y no por el que yo quiero ir. Que sea un cristiano más convencido, más audaz, más entusiasta, más misionero.
ORACIÓN
Hoy, Señor, vengo a la oración a pedirte lisa y llanamente lo que te pidió aquel ciego que estaba al borde del camino: ¡Señor, que vea!. Que vea mi limitación, mi fragilidad, mi pobreza. Que vea que yo solo no puedo caminar y te necesito. Que vea que Tú estás en mis hermanos y los ame. Que vea que Tú estás presente en el corazón del mundo y te alabe.
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