YA ES SEMANA SANTA

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miércoles, 18 de septiembre de 2024

SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

JUEVES

“ ¿Quién es este, que hasta perdona pecados? ”




Los protagonistas de esta escena son dos hombres y una mujer. 

El fariseo se recrea en recoger la basura y el estiércol del pasado de la pecadora para tirárselo a la cara: “Es una prostituta”.
 En cambio a Jesús no le interesa para nada lo que ella ha sido sino lo que ella está llamada a ser: “puede ser una santa”. Es interesante la pregunta de Jesús al fariseo: ¿Ves esta mujer? Porque tú no la has visto. Sólo has visto sus pecados, su miseria, su pasado.

Segun san Lucas 7, 36-50 


En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. 

Esta mujer, desde que ha entrado en esta casa, no ha dejado de sorprenderme con mil detalles de afecto y de cariño: Me ha lavado los pies con un perfume exquisito. Y no lo ha derramado a cuentagotas, sino que ha roto el frasco y me lo ha derramado del todo, sin reservarse nada.

En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. 

Esa mujer tiene un gran corazón; esa mujer con sus besos, su ternura, sus mil detalles, es una afrenta y acusación para ti que, al entrar en tu casa, ni me has saludado, ni me has ofrecido agua para lavarme; eso que se hace en todas las casas con los invitados. Realmente has sido un grosero. Esa mujer ha demostrado mucho amor y por eso se le han perdonado sus muchos pecados.

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que que lo está tocando, pues es una pecadora». 

 Jesús respondió y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». El contestó: «Dímelo, maestro». Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. 

¿Cuál de ellos le mostrará más amor?» Respondió Simón y dijo: «Supongo que aquel a quien le perdonó más».

Nos pone delante dos actitudes ante Dios. Uno con una actitud autosuficiente, eso le dificultad alcanzar el reino de Dios e incluso recibir el favor de Dios, que ya cree poseer; y la otra por su postura humilde, su arrepentimiento, su amor, consigue el perdón y el don de Dios.

 Le dijo Jesús: «Has juzgado rectamente». Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. 

Tú no mediste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco». 

El amor y el perdón se implican mutuamente, como nos recuerda la Sagrada Escritura: “el amor cubre multitud de pecados” (1 Pe 4,8). Ante Dios todos somos deudores y todos hemos recibido el perdón desde la gratuidad. Es necesario comenzar por reconocernos pecadores, necesitados y no merecedores del mismo.

 Y a ella le dijo: «Han quedado perdonados tus pecados». Los demás convidados empezaron a decir entre ellos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?». 

 Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».


Jesús acoge, ama, levanta, anima, perdona y da nuevamente la fuerza para caminar, devuelve la vida.

MIERCOLES

Solo protectar y mas protectar por todo y olvidando que el mundo fue creado por Dios.....dueño y Señor de todo.

“ ¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ”




evangelio según san Lucas (7,31-35)

 En aquel tiempo, dijo el Señor: «A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes? 

La queja de Jesús que refleja el evangelio proclamado es esa indiferencia de sus contemporáneos al no reconocer las llamadas de Dios a través de las personas y de los sucesos:

Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de: “Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”. 

Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: “Tiene un demonio”; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. 

Como los coetáneos de Jesús solemos rechazar las insinuaciones de Dios, tanto a la penitencia de Juan como la condescendencia de Jesús. Pero la llamada insistente de hoy es acoger el Amor, el sabio designio de Dios.

Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón».



Miremos a lo esencial: en el corazón del hombre Dios ha puesto el Amor, la eternidad. Por eso Pablo dice de la caridad que " permanece", es lo único que permanece eternamente. MARTES

“ A ti te lo digo, levántate ”



En el Evangelio de hoy nos aparece la compasión del Señor, siente lástima, condolencia y ternura por la viuda que ha perdido a su hijo y por eso quiere realizar el prodigio de devolver a la vida al muchacho. La compasión lleva a intervenir al Señor.

según san Lucas 7,11-17 

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. 

sin embargo, el corazón de esta narración no es el milagro, sino la ternura de Jesús hacia la mamá de este chico. La misericordia toma aquí el nombre de gran compasión hacia una mujer que había perdido el marido y que ahora acompaña al cementerio a su único hijo. Es este gran dolor de una mamá que conmueve a Jesús y le inspira el milagro de la resurrección.

 Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». 

Luego, tocando el féretro, hace que el cortejo se detenga. Nadie le ha pedido nada. Nadie cree que Jesús pueda devolver la vida al muchacho y la alegría a su madre. Hoy, lo único que funciona es la compasión. A Jesús, a Dios, le puede la compasión. Ni la muerte ni el pecado son tan fuertes como la misericordia.

 Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: 

«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». ´

En esta victoria sobre la muerte, veamos el poder de Jesús para superar las muertes cotidianas que nos hunden en la desesperanza. Cuando, en cualquier circunstancia, pensamos que no hay nada que hacer, hagamos resonar en lo interior su palabra: Yo te lo ordeno, levántate.

 El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo.»

 Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.


Nosotros también como el hijo de la viuda de Naím podemos escuchar la voz de Cristo que nos invita a levantarnos de nuestras postraciones, abatimientos y desánimos. Si el corazón se deja tocar por Cristo, entonces su gracia se convierte en una fuerza transformante, que sana y restablece lo que estaba enfermo.

 LUNES

“ Una palabra tuya bastara para sanarme ”




Al Evangelio le encanta mostrar modelos evangélicos sorprendentes.
 Hoy es el turno de un centurión, el supremo representante en Cafarnaún del odiado poder colonial romano. Su fe en Jesús es tanta que no necesita la presencia de Jesús:

según san Lucas 7,1-10 

En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaún. 

 Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, el centurión le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese a curar a su criado.

 Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestra gente y nos ha construido la sinagoga». 

 Jesús se puso en camino con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. 

Este hombre es, además, un modelo de convivencia y de respeto hacia una cultura y religión extrañas para él. Tanto que se gana el cariño de los judíos:

Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque también yo soy un hombre sometido a una autoridad y con soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; y a mi criado: "Haz esto", y lo hace». 

Siempre que comulgamos repetimos las palabras del centurión a Jesús. Repitamos también su actitud interior de fe y humildad. Es lo que de verdad importa. 

A propósito de esto, San Cirilo de Jerusalén escribía en el siglo IV: Cuando te acerques a recibir el Cuerpo del Señor, acércate haciendo de tu mano izquierda como un trono para tu mano derecha, donde se sentará el Rey. En la cavidad de la mano recibe el Cuerpo de Cristo y responde ‘amén’.

 Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe». Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

"Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano". Maravillosa afirmación que, desde entonces, continua resonando en la boca de los creyentes, llamados a acoger como huésped al Señor en el misterio eucarístico. 
Jesús, exalta esta actitud de humildad y de fe, y le concede lo que pide, proclamando así que él ha venido para todos, judios y paganos.

DOMINGO

“ El que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará ”



según San Marcos 8, 27-35 

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» 


Si hoy tuviéramos que responder al Señor sobre ambas preguntas, ante la primera: “¿Quien dice la gente que soy yo?”, es posible que al darle la respuesta pensemos en aquellos con los que nos relacionamos, con los que convivimos, tendríamos que decirle al Señor, que muchos no te conocen, te ignoran porque no saben quien eres,  es posible, que ante esta respuesta nos preguntara a los cristianos de hoy: ¿que estáis haciendo?, ¿como es posible que logréis silenciar mi Palabra? ¿como estáis viviendo? ¿no sois capaces de contagiar todos los beneficios que reporta el tesoro de la fe? ¿que os esta pasando?.

 Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».

 Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?» Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». 

Y para ti, ¿Quien soy?. No es cuestión de dar una respuesta prefabricada, ni del catecismo, tendríamos que ponernos delante de Él y abrir nuestro corazón, ver cómo nos relacionamos, qué importancia tiene, si acogemos su Palabra, si nos dejamos interpelar por ella, si produce cambios y transformación en nuestra vida…

 Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». 

 Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». 

En la corrección realizada a S. Pedro: ¡Piensas como los hombres no como Dios!, también nos toca a nosotros, nos cuesta poner a Dios en el centro, muchas veces no se nota que somos cristianos, nuestros falsos respetos silencian la Palabra, nos acomodamos a convivir con el mal, nos cuesta ir “contracorriente”, nos dejamos vencer por los miedos y terminamos conviviendo con el espíritu mundano.

 Y llamando a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. 

Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?».

Y concluye el pasaje de hoy con la invitación al seguimiento.


Es fácil seguir a Jesús cuando todo sonríe, cuando todo sale bien. Pero cuando azota el viento del dolor, la prueba, la dificultad, el rechazo por creer o la muerte ¿quien se atreve mantenerse fiel a Jesús? ¿Quien es capaz de mirar al cielo y decir: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”?

La cruz está ahí, siempre. Si queremos seguir a Jesús, habrá que abrazarse a ella.

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