“No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,21.35)
"Padre misericordioso, que todos los creyentes tengan el valor de perdonarse los unos a los otros para que puedan curarse las heridas del pasado y no sirvan de pretexto para nuevos sufrimientos en el presente" (Juan Pablo II en los altos del Golán 2001)
La culpa empequeñece y oscurece los más nobles sentimientos de aquellos que nos decimos cristianos. Pedir perdón en el contexto social en que nos encontramos, a más de uno, le puede resultar signo de debilidad. En cambio para un creyente es un claro exponente de la riqueza de su fe: “Errar es humano...perdonar es divino” (William B.Pope).
Cuando jugamos a ser “dioses” llegamos a creer que son los demás los que se equivocan y que, por lo tanto, tendrían que ser ellos los que busquen razones para recuperar el amigo perdido. En cambio, cuando nos miramos en el espejo de la Fe, llegamos a comprender que no hay obstáculo insalvable ni entendimiento imposible.
Que aquí, excepto DIOS, nadie es infalible como para no ir al encuentro del otro. Que merece la pena intentarlo de nuevo. Que es positivo descargar de nuestro interior el virus de la amargura y la bacteria del rencor. En la medida que damos DIOS derramará sobre nosotros, y con creces, otro tanto.
El nuestro, para con los demás, comienza en el centímetro “Tampoco sirve el poner por medio a un DIOS MISERICORDIOSO que salga al paso de nuestras pequeñas justificaciones. Tampoco vale el concluir. “ya perdoné una vez” y sí el ser conscientes que nos falta un mucho para llegar a esa cota de perdón universal y sin límites del que nos habla Jesús. A utilizar con amplitud de miras el “metro” de nuestro perdón.
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