Por un día siquiera, Jesús se va a presentar como el gran Rey, esperado por los israelitas piadosos que acuden al Templo todas las tardes a la hora del sacrificio.
El mismo toma la iniciativa en la preparación del homenaje.
Sale de Betania al amanecer, llega al monte de los Olivos y envía por delante dos de sus discípulos, mandándoles traer un asno en el cual ningún hombre ha cabalgado todavía.
En la juventud de los tiempos y de la fuerza, el asno era animal guerrero, cabalgadura de Reyes y Profetas, gallardo y fuerte como el caballo.
El Nazareno ha pedido expresamente un asno sin domar, imagen del mundo pagano, sin yugo, sin ley, sin Dios, atado con las cuerdas de la idolatría. Cristo lo desatará por medio de sus enviados y lo introducirá en la ciudad de Dios y de las promesas, mientras los hijos de la ciudad se harán dignos de ser arrojados fuera.
Los discípulos traen el animal.
Y cuando ven que Jesús hace ademán de cabalgar, se entusiasman; y quitándose sus mantos de fiesta, los ponen sobre la grupa del asno, y le ayudan a sentarse encima.
Avanzan jubilosos hacia Jerusalén.
Muchísima gente hace el mismo camino en aquella espléndida mañana primaveral, de luz y alegría en el cielo intenso, de flores y de aromas en el campo, de amor ardiente en las miradas de los amigos.
Y cuando conocieron que el que venía a caballo era el gran Maestro Jesús de Nazaret, el que por todas partes había pasado haciendo bien, muchísima gente tendía por el camino sus vestidos de colores vivos, para que sirvieran de alfombra al Rey que venía, en señal de vasallaje y gratitud.
Otros cortaban ramos de los árboles y los esparcían por el camino.
Y cuando se acercaban a la bajada del monte de los Olivos, punto desde el que se domina plenamente la ciudad , toda la muchedumbre de discípulos, llenos de gozo, comenzaron a alabar a Dios en alta vez, por todas las maravillas que habían visto.
Y la muchedumbre que iba delante y la que iba detrás gritaba diciendo:
—¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en los cielos! ¡Hosanna y gloria en las alturas!
Era un espectáculo regio, un camino triunfal, donde el vencedor homenajeado no ciñe espada ensangrentada ni arrastra prisioneros de guerra, sino que anuncia la paz del Reino mesiánico, distinto de los reinos de este mundo, como anunció el Profeta y evocan los evangelistas al referir esta historia del Domingo de Ramos:
—No temas, ciudad de Sión: Mira a tu rey que viene montado en un asno
Comentario del libro El Drama de Jesús, de José Julio Martinez S.I
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