Del santo Evangelio según san Juan 6, 55. 60-69
Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza?
El discurso eucarístico de Jesús llega a su fin. Pero, como hemos ido meditando en estas últimas semanas, cuando no se escuchan las palabras de nuestro Señor con fe, sino que se las interpreta de un modo humano, demasiado “carnal”, “tierra-tierra”, las cosas acaban mal. Querer interpretarlas al pie de la letra es un absurdo y una locura. Y es lo que les pasó a los judíos.
Pero no por culpa de Jesús, sino por las malas disposiciones de sus oyentes. Ya El se lo había anunciado y les había insistido, más de una ocasión, en la necesidad ineludible de la fe. Pero fue inútil. Y ahí tenemos los resultados…: el escándalo, la deserción y el abandono del Señor: “Duras son estas palabras –concluyen escandalizados-. ¿Quién puede oírlas? Es inaceptable este discurso. ¿Cómo hacerle caso?”.
Pero a nuestro Señor no le preocupa “la opinión pública”, ese tirano que esclaviza a tantos hombres, incluso a aquellos que se consideran más inteligentes y libres. ¡Cuántos de nosotros somos víctimas de la opinión de los demás! Jesús no se retracta ni mitiga sus palabras para que sus discípulos no se le vayan. El quiere gente convencida, no admiradores fáciles, y menos aún aduladores engañosos y frívolos.
Esta vez no son sus adversarios sino sus discípulos los que se quejan a Jesús tachando su mensaje de inadmisible. Hasta ahora le han seguido y escuchado con simpatía, y a veces con entusiasmo.
Pero ahora son muchos los que se van, sus corazones ya no entienden nada. ¿Y qué hace Jesús? Podría adaptarse a sus exigencias, hacer concesiones, suavizar su mensaje, ser menos exigente y sacar conclusiones de este fracaso. Pero no, Jesús, como buen profeta no puede rebajar y adulterar su mensaje y en vez de retener a sus discípulos con un discurso más fácil, Jesús les provoca:"¿También vosotros queréis marcharos?
Esta pregunta les obliga a sus discípulos a hacerse hombres maduros en la fe pues el verdadero encuentro con Jesús tiene un precio: nuestra libertad. Esa será el mejor de los compromisos. Ojalá que nuestra respuesta sea como la de Pedro: "¿a quién vamos acudir? Tu tienes palabras de vida eterna".
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