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lunes, 9 de noviembre de 2020

VÍRGENES PRUDENTES Y VIRGENES NECIAS

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. 

Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.



El telón de fondo de esta parábola es una celebración nupcial tal como se hacía en Israel en tiempos de Jesús; el último día, el novio con sus amigos se dirigía a casa de la novia que esperaba con sus amigas.

 Si la negociación entre familias con vistas al matrimonio se alargaba, la espera de la novia y sus acompañantes también se dilataba.


 Al fin, cuando el novio llegaba, se formaba un solo cortejo hacia su casa donde se celebraba el matrimonio y el banquete. 

Hoy, todos sabemos lo que es prepararse para una fiesta de casamiento. Y cuánto más si nos han distinguido para alguna función especial en esa fiesta. 

No se menosprecia a nadie ni se improvisa a último momento para una ocasión así. 

Lo mismo ocurre con el Reino de los Cielos. La invitación ya la hemos recibido. ¡No nos quedemos dormidos! Velemos, porque no sabemos, ni el día, ni la hora. Miremos más allá del momento presente, y prevengamos contar con el aceite que falta en nuestra la lámpara.

 Cada cristiano tiene una parte de prudente y otra de necio. La cuestión está en qué proporción se entremezcla la una con la otra y qué voluntad o esfuerzo ponemos cada uno para ir disminuyendo esta para aumentar aquella, esto es, poner en práctica la palabra de Dios.


NOSOTROS
Tu y yo hemos recibido nuestra lámpara y el aceite suficiente para mantenerla encendida en tanto no llega el esposo.
 Es cuestión de estar en tensión y no relajarnos con las sombras de la noche para que no se apague nuestra lámpara y si esto llega a ocurrir, porque nuestra naturaleza es humana y débil, nada más oír la voz ‒que puede ser la propia conciencia, una lectura, un consejo, etc.‒ de que viene el esposo nos pongamos alerta y retomemos prontos y raudos las prácticas y obras correspondientes. 

Cada uno tenemos nuestra propia lámpara con sus características especiales y únicas, nuestra luz es distinta de las demás, por ello y en consecuencia la luz y el aceite de cada uno no es intercambiable porque solamente yo puedo poner en práctica la palabra de Dios.



Y las insensatas dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan.’ Pero las prudentes respondieron, diciendo: ‘No, no sea que no haya suficiente para nosotras y para vosotras; id más bien a los que venden y comprad para vosotras.


 No se trata de que  las vírgenes prudentes seamos egoístas, ‒que también, pero no es el caso en esta reflexión‒ y no queramos compartir el aceite, sino que mi marca de aceite es incompatible con la marca de la lámpara del otro, y como decía S. Agustín y otros padres de la iglesia ven en este acto un símbolo del amor, que no se puede comprar, y es intransferible, yo no puedo amar por ti, cada uno responderemos de nuestras acciones, y como nos recuerda S. Pablo en el himno de la caridad, si me falta el amor, no me sirve, no es grato a Dios.




 El seguimiento de Jesús no consiste en arrebatos más o menos intermitentes, sino en buscar el Reino de los cielos y su justicia en cada instante de nuestra existencia, pues cada momento es regalo y tiempo de Dios. Nuestra lámpara ¿está dispuesta para este encuentro con el Señor? 

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