13 DE OCTUBRE
Un día como hoy no debe pasar desapercibido. El 13 de octubre de 1917 el sol bailó ante miles de testigos. Y Portugal se estremeció.
El 13 de octubre será recordado como el día del milagro del sol. Y así lo sintieron las portadas de periódicos portugueses de la época.
Como las otras veces, los pastorcillos notaron al llegar a Cova da Iria, el reflejo de una luz y, enseguida, a Nuestra Señora sobre la encina: Lucía pregunto: ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí?. Nuestra Señora le contesto: quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor. Que soy la Virgen del Rosario. Y que continuéis rezando el rosario todos los días.
La guerra va a terminar y los militares volverán pronto a sus casas. Lucía le pidió muchas cosas: la curación de unos enfermos, la conversión de unos pecadores... Nuestra Señora le dijo: a unos sí, a otros no.
Es preciso que se enmienden, que pidan perdón de sus pecados. Y tomando un aspecto más triste dijo: No ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está muy ofendido.
Enseguida, abriendo las manos, Nuestra Señora las hizo reflejar en el sol, y mientras se elevaba, continuaba el reflejo de su propia luz proyectándose en el sol.
En ese momento, Lucía exclamó: ¡Miren el sol!.
Desaparecida Nuestra Señora en la inmensidad del firmamento, se desarrollaron ante los ojos de los videntes tres cuadros sucesivamente, simbolizando primero los misterios gozosos del rosario, después los dolorosos y finalmente los gloriosos (sólo Lucía vio los tres cuadros; Francisco y Jacinta vieron sólo el primero).
Mientras estas escenas se desarrollaban ante los ojos de los videntes, la gran multitud de 50 a 70 mil espectadores asistía al milagro del sol. Había llovido durante toda la aparición.
Al terminar el coloquio de Lucía con Nuestra Señora, en el momento en que la Santísima Virgen se elevaba y Lucía gritaba “¡Miren el sol!”, las nubes se entreabrieron, dejando ver el sol como un inmenso disco de plata. Brillaba con una intensidad jamás vista, pero no cegaba. Esto duró apenas un instante.La inmensa bola de fuego comenzó a “bailar”.
Cual gigantesca rueda de fuego, el sol giraba rápidamente. Paró por cierto tiempo, para enseguida volver a girar vertiginosamente sobre sí mismo. Después sus bordes se volvieron escarlata y se deslizó en el cielo como un remolino, esparciendo llamas rojas.
Esa luz se reflejaba en el suelo, en los árboles, en los arbustos, en los propios rostros de las personas y en las ropas, tomando tonalidades brillantes y diferentes colores. Animado tres veces por un movimiento loco, el globo de fuego pareció temblar, sacudirse y precipitarse en zig-zag sobre la multitud aterrorizada.
Duró todo esto unos diez minutos. Finalmente, el sol volvió en zig-zag hasta el punto desde donde se había precipitado, quedando de nuevo tranquilo y brillante, con el mismo fulgor de todos los días. Las apariciones de Nuestra Señora en Fátima habían terminado.
Muchas personas notaron que sus ropas, empapadas por la lluvia, se habían secado súbitamente. El milagro del sol fue observado también por numerosos testigos situados fuera del lugar de las apariciones, hasta una distancia de 40 kilómetros.
Conforme el testimonio de José María de Almeida Garrett, eminente profesor de ciencias de Coimbra, lo que sucedió ese día fue que el sol “giró sobre sí mismo en una loca voltereta (…) Hubo también cambios de color en la atmósfera (…) El sol, al girar locamente, parecía de repente que se soltaba del firmamento y, rojo como la sangre, avanzaba amenazadoramente sobre la tierra como si fuera a aplastarnos con su peso enorme y abrasador (…) Tengo que declarar que nunca, ni antes ni después del 13 de octubre, observé semejante fenómeno solar o atmosférico”.
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