Se conocen cerca de veinte cuadros con el tema de la Inmaculada pintados por Murillo, una cifra solo superada por José Antolínez y que ha hecho que se le tenga por el pintor de las Inmaculadas, una iconografía de la que no fue inventor pero que renovó en Sevilla, donde la devoción se hallaba profundamente arraigada.
La Inmaculada Concepción, conocida también como la Purísima Concepción, es un dogma de la Iglesia Católica que sostiene que María, madre de Jesús, a diferencia de todos los demás seres humanos, no fue alcanzada por el pecado original sino que, desde el primer instante de su concepción, estuvo libre de todo pecado.
Algunas de la Inmaculadas están en el Museo del Prado de Madrid
La Inmaculada del Escorial, de Bartolomé Esteban Murillo. (Museo del Prado, Madrid).
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Murillo
Hacia 1651 los franciscanos de Sevilla encargan a Murillo una Inmaculada para situarla en el arco triunfal de su iglesia.
La Virgen se muestra en actitud triunfante, apoyando su pie derecho sobre la luna y su rodilla izquierda en una nube sostenida por querubines. Viste amplia túnica blanca y manto azul -siguiendo la visión de Beatriz de Silva-, siendo sus ropajes pesados y voluminosos aunque dan muestran de movimiento, especialmente el manto, en sintonía con la cabellera.
La Inmaculada Concepción
Óleo sobre lienzo
91 x 70 cm.
Hacia 1665 Colección Real
Esta obra fue adquirida por el cardenal Gaspar de Molina y Oviedo (Sevilla) y después pasó a la reina Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V, gran admiradora de la pintura de Murillo. En 1746 el cuadro se encontraba en el palacio de La Granja, pasando al de Aranjuez en 1794 y definitivamente al Museo del Prado en 1819.
Estamos ante una obra que se aparta de los esquemas iconográficos habituales al representar a la Virgen solo de medio cuerpo.
Murillo, Colección Real
El año 1729 la corte se traslada a Sevilla y el Alcázar se convierte en residencia real. La reina Isabel de Farnesio, gran amante del arte, descubre la obra de Murillo en las iglesias y conventos de la ciudad y queda cautivada tanto por la temática como la radiante belleza de sus composiciones de forma que adquiere varias obras del maestro sevillano para su colección particular. Entre esas adquisiciones figura esta Inmaculada que decoró el Palacio de la Granja en 1746, pasando posteriormente al Palacio de Aranjuez (1794), Palacio Real de Madrid (1814) y Museo del Prado (1819)
Inmaculada de Aranjuez, Murillo
Debe su nombre a que procede del Palacio Real de Aranjuez donde estuvo expuesta en la capilla de San Antonio hasta 1818. Esta Inmaculada realizada en la última década de vida de Murillo ya no muestra los rasgos adolescentes de sus primeras obras y la figura de María aparece más estilizada en un planteamiento más barroco tanto en las formas como en la composición.
Inmaculada de los Venerables, Murillo
Llamada también Inmaculada Soult
A pesar de su considerable tamaño, la Virgen aparece aquí de dimensiones más reducidas al aumentar considerablemente el número de angelitos que revolotean alegres a su alrededor, anticipando el gusto delicado del rococó.
Fue adquirida en 1685 por Justino de Neve para el Hospital de los Venerables de Sevilla formando parte de su retablo desde 1686 hasta 1810 en que se trasladó en depósito al Alcázar de Sevilla y de allí fue expoliada, junto a otras importantísimas obras, por el mariscal francés Soult y
llevada a París en 1813.
La adquiere el Museo del Louvre en 1852, comprándola a los herederos de Soult, y en 1941 regresa a España mediante una permuta de obras entre el Museo del Prado y el Louvre.
Es una obra de los últimos años de la vida de Murillo con la figura de María estilizada pisando la luna y con la mirada en el cielo, uniendo dos tradiciones iconográficas, la Inmaculada y la Asunción. Estamos ante una de las mejores obras de Murillo y un extraordinario ejemplo del arte barroco.
En el Museo de Bellas Artes de Sevilla
La más primitiva de las conocidas es, probablemente, la llamada Concepción Grande
Sevilla, Museo de Bellas Artes
Pintada para la iglesia de los franciscanos donde se situaba sobre el arco de la capilla mayor, a gran altura, lo que permite explicar la corpulencia de su figura. Por su técnica puede llevarse a una fecha cercana a 1650, cuando se reconstruyó el crucero de la iglesia tras sufrir un hundimiento.
La Virgen se muestra en actitud triunfante, apoyando su pie derecho sobre la luna y su rodilla izquierda en una nube sostenida por querubines. Viste amplia túnica blanca y manto azul -siguiendo la visión de Beatriz de Silva-, siendo sus ropajes pesados y voluminosos aunque dan muestran de movimiento, especialmente el manto, en sintonía con la cabellera.
Inmaculada del Padre Eterno
Recibe este nombre por aparecer en la parte superior el Padre Eterno en una actitud acogedora en la que exime a María del pecado original. En la parte inferior del cuadro un globo terráqueo y un dragón representan el dominio del pecado original sobre la humanidad sobre el que María resplandece triunfadora.
Su composición en diagonal muestra su profunda inspiración barroca.
Se expone actualmente en el Museo Provincial de Bellas Artes de Sevilla, en la que fue iglesia del Convento de la Merced.
Inmaculado del Coro La Niña
Está inspirada en una joven doncella, de ahí su nombre, con las manos cruzadas sobre el corazón y la mirada en alto. A sus pies aparecen una multitud de ángeles portando, algunos de ellos, símbolos relativos a las Letanías, mientras en la parte superior otro grupo revolotea alegremente. Se expone actualmente en el Museo Provincial de Bellas Artes de Sevilla, en la que fue iglesia del Convento de la Merced.
Inmaculada 1670
Presenta los rasgos tradicionales de las Inmaculadas de Murillo: mujer joven con el cabello largo, túnica blanca y manto azul recogido sobre el hombro. Está coronada por doce estrellas y en su base varios ángeles sostienen la palma, las rosas, las azucenas y el espejo, todos ellos atributos de la Virgen.
Se expone actualmente en el Museo Provincial de Bellas Artes de Sevilla, sala VII.
La Virgen de Murillo visten túnica blanca y manto azul, conforme a la visión de la portuguesa Beatriz de Silva recordada por Pacheco en sus instrucciones iconográficas, pero Murillo prescindió por entero de los restantes atributos marianos que con carácter didáctico abundaban en las representaciones anteriores y, de la tradicional iconografía de la mujer apocalíptica, dejó sólo la luna bajo sus pies y el «vestido de sol», entendido como el fondo atmosférico de color ambarino sobre el que se recorta la silueta de la Virgen.
Sobre una peana de nubes sostenida por cuatro angelotes niños y reducido el paisaje a una breve franja brumosa, la sola imagen de María bastaba a Murillo para explicar su concepción inmaculada.4356
Museo Hermitage
Inmaculada Concepción de Esquilache
Inmaculada Concepción 1680
Inmaculada concepción de San Felipe Neri
La segunda aproximación de Murillo al tema inmaculista está relacionada también con los franciscanos, los grandes defensores del misterio, y es en rigor un retrato, el de fray Juan de Quirós, que en 1651 publicó en dos tomos Glorias de María.
El cuadro, de grandes dimensiones y actualmente en el Palacio arzobispal de Sevilla, fue encargado en 1652 a Murillo por la Hermandad de la Vera Cruz que tenía su sede en el convento de San Francisco.
El fraile aparece retratado ante una imagen de la Inmaculada, acompañada por ángeles portadores de los símbolos de las letanías, e interrumpe la escritura para mirar al espectador, sentado frente a una mesa en la que reposan los dos gruesos volúmenes que escribió en honor de María.
El respaldo del sillón frailuno, superpuesto al borde dorado que enmarca la imagen, permite apreciar sutilmente que el retratado se encuentra ante un cuadro y no en presencia real de la Inmaculada, cuadro dentro del cuadro enmarcado por columnas y festones con guirnaldas.
El modelo de la Virgen, con las manos cruzadas sobre el pecho y la vista elevada, es ya el que el pintor va a recrear, sin repetirse nunca, en sus muy numerosas versiones posteriores.
En la Inmaculada pintada para la iglesia de Santa María la Blanca,
Entre todas las obras maestras que surgieron bajo la amistad de Murillo y Justino de Neve, la principal de ellas fueron los encargos para la reapertura de la iglesia de Santa María la Blanca, que se inauguró en el año 1665. Dicho templo, que había sido anteriormente sinagoga y después mezquita, era administrado por el cabildo de la Catedral de Sevilla
Bendecir (Ritos y gestos - XVI), 1ª parte
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