Para nosotros todo empieza cuando nos encontramos con Jesús y le descubrimos como un verdadero tesoro.
Un tesoro que es capaz de llenar el corazón humano con lo que más anhela: amor, luz, sentido, esperanza, emoción…
El cristiano sigue al Señor cuando acepta con amor la propia cruz, que a los ojos del mundo parece un fracaso y una «pérdida de la vida», sabiendo que no la lleva solo, sino con Jesús, compartiendo su mismo camino de entrega.” (P. Benedicto XVI, Ángelus 28 de agosto de 2011).
Para seguirle tenemos que seguir sus huellas.
Pero tras de El y nunca por delante, seguir su camino siendo coherente.
La Cruz es la fuente de todas las bendiciones, porque en ella murió Cristo para redimirnos, así la Cruz es la fuente de todas las gracias. Cuando tomamos nuestra Cruz nos encontramos con Aquel que murió por nosotros. El Señor no nos deja solos con nuestro sufrimiento. La Cruz nos habla de amor y de la misericordia que nos salva. Se nos invita al desprendimiento, a morir a mi ego, a salir de mí, para abrazar a quien tanto me ama, acoger su amor, y estar dispuesto a sufrir por amor, abrir los brazos para acoger y ayudar a los demás.
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