Los primeros testimonios de esta solemnidad litúrgica aparecen en la época del emperador Justiniano, en el siglo VI. En la Iglesia antigua la fiesta de la Anunciación iba asociada a la Navidad.
Al aumentar la importancia de la Natividad del Señor, se formó un pequeño ciclo navideño y la Anunciación cobró más autonomía respecto al núcleo primitivo hasta constituirse en fiesta mariana autónoma. El papa Sergio I (687), introdujo esta fiesta en la Iglesia Romana. Se celebraba una solemne procesión a Santa María la Mayor, basílica con mosaicos referidos a la divina maternidad de María, establecida por el Concilio de Éfeso (431).
Desde el principio la fiesta se estableció el 25 de marzo, porque Jesús se había encarnado coincidiendo con el equinoccio de primavera, tiempo en el que según los antiguos, fue creado el mundo y el primer hombre, como lo comenta Anastasio Antioqueño (599) en su Homilía sobre la Anunciación.
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