Evangelio según san Lucas (11,47-54)
En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros.
¿Qué pasa cuando la sal se vuelve sosa, o cuando la luz se esconde? ¿Qué pasa cuando en vez de facilitar el camino a los demás somos obstáculos? ¿Qué ocurre cuando los que tienen que mostrar el camino no sólo no lo muestran con su vidas sino que además impiden que otros lo hagan?
Esa es la realidad con la que Jesús se encontró en su pueblo.
Que los que tenían que indicar el camino se ahogaron en su arrogancia intelectual y religiosa y que aún disponiendo de los instrumentos necesarios, no han reconocido el camino que conduce a Dios, indicado por la ley y los profetas.
¡Qué contraste tan grande entre el plan de prosperidad y de amor que Dios tiene para nosotros, y el pueblo que se "obstina" y pone resistencia al amor perdiendo de vista la meta!
Jesús se muestra especialmente incisivo con los doctores de la ley mosaica, código de conducta provisto por Yahvé para que su pueblo permaneciera fiel en la obediencia:
A cada generación se le exigirá cuenta de qué hizo con el anuncio que Dios ha hecho llegar a través de los profetas y en última instancia, de Jesucristo. Ay de los que endurecen los oídos para no escuchar. Pero ay, sobre todo, de los que endurecen el corazón para no amar.
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