DOMINGO 14 DE ABRIL
El Papa Francisco celebró esta tarde la Santa Misa en San Pablo Extramuros en su primera visita como Obispo de Roma a esta basílica papal.
En su homilía, tras agradecer las palabras del el Cardenal Arcipreste James Harvey, el Santo Padre saludó, a agradeció a todos los presentes recordando que este complejo surge sobre la tumba de San Pablo, a quien definió “un humilde y gran Apóstol del Señor”, que lo anunció con la palabra, dando testimonio de él con el martirio y adorándolo con todo su corazón.
Y añadió que deseaba reflexionar, a la luz de la Palabra de Dios que acababan de escuchar, precisamente sobre estos tres verbos, a saber: anunciar, dar testimonio y adorar.
“Recordémoslo bien todos – dijo textualmente el Pontífice– no se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida.
Quien nos escucha y nos ve, debe poder leer en nuestros actos eso mismo que oye en nuestros labios, y dar gloria a Dios. La incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, minan la credibilidad de la Iglesia”.
Tras destacar que todo esto sólo es posible si reconocemos a Jesucristo, porque es él quien nos ha llamado, nos ha invitado a recorrer su camino y nos ha elegido, el Papa dijo: “Anunciar y dar testimonio es posible únicamente si estamos junto a él, justamente como Pedro, Juan y los otros discípulos estaban en torno a Jesús resucitado, como dice el pasaje del Evangelio de hoy; hay una cercanía cotidiana con él, y ellos saben muy bien quién es, lo conocen”.
Mientras el Evangelista subraya que “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor” (Jn 21,12). “Esto – dijo el Papa – es un punto importante para nosotros: vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo y de vida, de tal manera que lo reconozcamos como ‘el Señor’, y lo adoremos
Francisco invitó a preguntarnos si todos adoramos al Señor. “¿Acudimos a Dios sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo?”. E insistió en “¿qué quiere decir adorar a Dios?”. “Significa – afirmó – aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas”. Porque como explicó el Obispo de Roma, cada uno de nosotros, en la propia vida, de manera consciente y tal vez a veces sin darse cuenta, tiene un orden muy preciso de las cosas consideradas más o menos importantes; por lo que “adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde;
adorar al Señor quiere decir afirmar, creer – pero no simplemente de palabra – que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, de nuestra historia”.
Hacia el final de su homilía el Papa recordó que esto tiene una consecuencia en nuestra vida: “despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes, que tenemos, y en los cuales nos refugiamos, en los cuales buscamos y tantas veces ponemos nuestra seguridad.
Son ídolos que a menudo mantenemos bien escondidos; pueden ser la ambición, el gusto del éxito, el poner en el centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos apegados, y muchos otros”. Por esta razón reafirmó que deseaba que resonara una pregunta en el corazón de cada uno, y que respondiéramos a ella con sinceridad”: ¿He pensado en qué ídolo oculto tengo en mi vida que me impide adorar al Señor?”. Porque como explicó el Santo Padre, “adorar es despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida”.
El Papa concluyó diciendo que “el Señor nos llama cada día a seguirlo con valentía y fidelidad; nos ha concedido el gran don de elegirnos como discípulos suyos; nos envía a proclamarlo con gozo como el Resucitado, pero nos pide que lo hagamos con la palabra y el testimonio de nuestra vida en lo cotidiano.
El Señor es el único, el único Dios de nuestra vida, y nos invita a despojarnos de tantos ídolos y a adorarle sólo a él. Que la Santísima Virgen María y el Apóstol Pablo nos ayuden en este camino, e intercedan por nosotros. Amén”.
Texto completo de la homilía del Santo Padre Francisco del III Domingo de Pascua en la Basílica de San Pablo Extramuros:
http://www.revistaecclesia.com/homilia-del-papa-francisco-en-la-basilica-de-san-pablo-extramuros-de-roma/
La Gloria (villancico jerezano)
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