YA ES SEMANA SANTA

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viernes, 28 de febrero de 2025

SEMANA VII DEL TIEMPO ORDINARIO

SÁBADO

“ De los que son como niños es el reino de Dios ”



del santo evangelio según san Marcos 10, 13-16 

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos dice que el Reino de Dios pertenece a los niños. “Dejen que los niños se acerquen a Mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos”.

En aquel tiempo, le acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban.

¿Cómo es eso? Bueno, los niños son como las estrellas, las flores o los animales; son lo que son inequívocamente, sin complicaciones. Están en consonancia con las intenciones más profundas de Dios para ellos. El desafío de la vida espiritual es darnos cuenta de lo que Dios quiere que seamos

 Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». 

Permítanme decirlo de otra manera: los niños aún no han aprendido a mirarse a sí mismos. ¿Por qué un niño puede estar inmerso ansiosa y completamente en lo que está haciendo? Porque puede perderse de sí mismo; porque no está mirándose a sí mismo,

 Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.


Los mejores momentos de la vida son cuando no centramos la atención en nosotros mismos en el mundo y simplemente somos como Dios quiere que seamos.

VIERNES

“ No son dos, sino una sola carne. ”


del santo evangelio según san Marcos 10, 1-12

Los dos serán una sola carne. El plan de Dios sobre el matrimonio está claro: que fueran felices, plenamente felices. Dios, antes de entregar a Eva por esposa, somete a Adán a “una experiencia de soledad”. En medio de un jardín maravilloso, se encontraba solo.

 La belleza de la creación con sus ríos, árboles, flores, pájaros…, no le arrancaba de su soledad. Y esta situación le dio pena a Dios. “No es bueno que el hombre esté solo”. Y, después de un profundo sueño, para que jamás el hombre se creyera que la mujer era obra suya y no regalo de Dios, le entregó a Eva, salida del mismo corazón de Adán. Y, al verla, vino la admiración, la sorpresa, el entusiasmo. ¡Esto sí que es carne de mi carne!

 En aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino y según su costumbre les enseñaba. 

 Acercándose unos fariseos, le preguntaban para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?». 

En la unión de ambos está la felicidad y en la ruptura, la desgracia. Este era el plan de Dios. ¿Y cuándo ese plan no se cumple por el egoísmo de las personas? Moisés había permitido el divorcio como “mal menor”.

 Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?».

 Contestaron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla».

Ahora bien, lo que no podía tolerar Jesús era la hipocresía. Mientras el hombre podía separarse de la mujer, “porque había encontrado en ella algo vergonzoso” la mujer nunca podía separarse del hombre.

 Jesús les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. 

 De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». 

 En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. 

 Él les dijo: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera, Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

San Marcos interpreta muy bien el pensamiento de Jesús cuando, hablando a gente no judía, dice:” y si ella repudia a su marido”. Admite que ella tiene el mismo derecho otorgado por Moisés. Naturalmente que el ideal siempre será “volver al amor primero” donde el amor se vive con ilusión, y con una inmensa alegría. Si, a pesar de todo, los corazones se endurecen a causa del egoísmo, habrá que tratarlos con el bálsamo de la misericordia.


Señor, yo quiero entender bien lo que Tú piensas de la vida, de nuestros problemas, de nuestros intereses. En el caso de hoy, lo que piensas sobre el amor de los esposos. Dame la fuerza del Espíritu para penetrar en tus sabias palabras ya que éstas y no las palabras humanas van a ser las que orienten nuestra vida.


JUEVES

“ Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaréis? ”


del santo evangelio según san Marcos 9, 41-50 

Las palabras del evangelio de hoy son muy duras. Si tu mano, si tu pie, son ocasión de escándalo, ¡Córtalos! La dureza de sus palabras está en consonancia con la gravedad del pecado. Jesús defiende a todos, pero especialmente a “sus pequeñitos”.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. 

Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la "gehenna", al fuego que no se apaga. 

 Y, si tu pie te induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la “gehenna”.

 Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la “gehenna”, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. 

Incluso aquí se habla de la Gehena, del infierno. El infierno comienza ya aquí. Y la mejor manera de ir al cielo es ser ya desde aquí un cielo para los demás. La sal es buena, sirve para evitar la corrupción y dar sabor a la vida. Pero si se vuelve insípida, ¿Para qué sirve? 

Cuando los cristianos perdemos el sabor a evangelio, ya no servimos para nada. Sólo para ser despreciados por la gente. Hay que recuperar “las manos”, “los ojos” y “los pies” para poner nuestras acciones al servicio del evangelio.

 Todos serán salados a fuego. Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaréis? Tened sal entre vosotros y vivid en paz unos con otros».


Señor, las personas somos capaces de todo: de lo mejor y de lo peor. Podemos ser altruistas, generosos, desinteresados hasta ir entregando la vida por los más pobres y desgraciados, como nuestra santa moderna, Santa Teresa de Calcuta. Pero también podemos manchar el alma limpia y pura de los niños. Dame, Señor, la gracia de vivir siempre siendo sal, que no estropee su efecto de conservar y dar sabor a este mundo tan triste y tan soso.

MIERCOLES

“ No se lo impidáis ”



del santo evangelio según san Marcos 9, 38-40 

En estos últimos tiempos se habla mucho de ecumenismo, de tender puentes, de abrir puertas, pero sólo se habla y poco se practica. Todo grupo tiende a “encerrarse”, también los grupos religiosos. En tiempo de Jesús, hasta los mismos discípulos:” Hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos impedido porque no es de los nuestros”. “

Un intruso que no pertenece al círculo de los discípulos expulsa a los demonios utilizando el nombre de Jesús. Los discípulos reaccionan con viveza tratando de impedírselo; creen tener el monopolio de la misión. 

Deberán rectificar su criterio, pues Jesús les hace notar que la Iglesia no tiene el monopolio de la defensa del hombre, aunque otro tiempo la Iglesia pensara lo contrario.

En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». 

 Jesús aparece como el verdadero “dialogante”. Como el mejor “ecumenista de todos los tiempos”. ¡No se lo impidáis! Jesús está en un diálogo constante con Dios, su Padre y conoce muy bien sus intenciones. Quiere ser Padre de todos y sueña con hacer de la humanidad, una gran familia. Al Dios revelado por Jesús, no le estorba nadie. 

 Jesús respondió: «No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro»


 Genial la respuesta de Jesús: “El que no está contra vosotros está a vuestro favor”. Hay mucha gente buena que no son católicos ni cristianos, pero trabajan por la paz, por la justicia, por construir un mundo mejor que el que tenemos. Todo el que trabaja por hacer el bien, por evitar el mal, ése “es de los nuestros”.

MARTES

“ Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos ”



según san Marcos 9, 30-37

Marcos nos presenta a Jesús como Maestro que procura instruir a los que ha llamado. Dice que atravesaron Galilea y no quería que nadie lo supiera en razón de una necesidad concreta: instruir, enseñar personalmente a los discípulos.

 En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. 

Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle. 

Este es el anuncio clave, entonces y ahora. Y así como ellos “no entendían lo que decía” y al mismo tiempo “les daba miedo preguntarle”, también a nosotros nos ocurre lo mismo. Asumir que el seguimiento de Jesucristo pasa por unirse a su pasión y muerte, sin lo cual no se accede a la resurrección, se nos hace cuesta arriba.

Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.

Se trata de estar con él, compartir con él, aprendiendo como él para poder continuar su obra. Ellos, en ese momento, parecen desconectar y se aplican a lo que a ellos realmente les interesaba. Pero para Jesús nada pasa desapercibido.

 Marcos pone en casa,  “¿De qué discutíais por el camino?”. Preguntó a los de Emaús. Preguntó a los que le siguieron ¿ qué buscáis? En este pasaje, no hay respuesta. El silencio venía causado por la vergüenza que les producía haber discutido quién era el más importante.

 Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». 

Jesús, les enseñará también. Una enseñanza que no está desconectada del anuncio realizado. Lo que importa es entender todo como servicio. Ponerse en el último lugar, como siervo de todos. Como él ha hecho. Y al hacerlo, reflejar la actitud del niño, que está abierto a acoger.

Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».


Acoger a los son tenidos como inútiles, porque en ellos se le acoge a él y en él, al mismo Padre que lo ha enviado. En definitiva, vivir la vida como él la vivió. ¿Le atendemos como merece ser atendido? ¿Cómo miramos a los otros?

 LUNES

“ Todo es posible al que tiene fe ”


El Evangelio del día establece una relación directa entre fe, poder y oración. Diríamos que las coloca esas tres palabras en línea recta, cada una dependiente de la anterior.

según san Marcos 9, 14-29

 En aquel tiempo, Jesús y los tres discípulos bajaron del monte y volvieron a donde estaban los demás discípulos, vieron mucha gente alrededor y a unos escribas discutiendo con ellos. 

Al ver a Jesús, la gente se sorprendió y corrió a saludarlo. Él les preguntó: «¿De qué discutís?». Uno de la gente le contestó: «Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no lo deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido. 

He pedido a tus discípulos que lo echen y no han sido capaces». Él, tomando la palabra, les dice: «Generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo». Se lo llevaron. 

En realidad, la curación de ese chico endemoniado sirve para extraer una lección sobre la fe, sus efectos y su alimento, que no es otro que la oración. El padre del endemoniado nota que le falta fe y pide que Jesús se la aumente, lo mismo que millones de cristianos a lo largo de todas las épocas han pedido la gracia de ver aumentada su fe. Porque es gracia y no mérito.

El espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; este cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos. 

Jesús preguntó al padre: «¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?». Contestó él: «Desde pequeño. Y muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos». 

Esa fe mueve montañas, decimos con el refranero remitiendo a un pasaje evangélico, y puede que tú también hayas experimentado el poder de la fe para obtener algo que jamás hubieras imaginado.

Jesús replicó: «¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe». Entonces el padre del muchacho se puso a gritar: «Creo, pero ayuda mi falta de fe». 

Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo, diciendo: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: sal de él y no vuelvas a entrar en él». 

Al final del diálogo con sus discípulos, Jesús recalca cómo la fe precisa de la oración para robustecerse. A los apóstoles se les resistió ese espíritu inmundo porque su fe flaqueó. Sólo la oración la embarnece. No se nos olvide a nosotros pedir en nuestra oración cotidiana que el Señor nos ayude nuestra falta de fe.

Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió. El niño se quedó como un cadáver, de modo que muchos decían que estaba muerto. 

Pero Jesús lo levantó cogiéndolo de la mano y el niño se puso en pie. Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: «¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?». Él les respondió: «Esta especie solo puede salir con oración».

¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Esa clase solo sale a fuerza de oración. Aquellos discípulos habían intentado, sin resultado alguno, curar al muchacho imitando los gestos y las palabras de Jesús. Se mueven todavía en el nebuloso terreno de lo mágico más que en el diáfano terreno de la fe. Y actúan pendientes los unos de los otros. Si todo es posible para Dios, todo es posible para la fe hecha oración: Todo es posible para quien cree.


A nosotros nos pasa lo mismo que a los discipulos.

Los discípulos que tuvieron éxito en la primera misión (Mc 6,13.30) demostraron ahora que les falta confiar en el poder de Dios a través de la oración. Sólo la oración humilde y la fe incondicional en Dios permite vencer al mal.

DOMINGO

del santo evangelio según san Lucas 6, 27-38 

“ Amad a vuestros enemigos ”



No juzguéis

 El Evangelio de este domingo contiene una especie de código moral que debe caracterizar la vida del discípulo de Cristo. Todo se resume en la llamada «regla de oro» de la actuación moral: «Lo que queréis que los hombres os hagan a vosotros, también vosotros hacédselo a ellos». Esta regla, si se pone en práctica, bastaría por sí sola para cambiar el rostro de la familia de la sociedad en la que vivimos. El Antiguo Testamento la conocía en la forma negativa: «No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan» (Tb 4, 15); Jesús la propone en forma positiva: «Tratad a los demás como queréis que ellos os traten», que es mucho más exigente.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. 

Primero, en que hemos de tratar a los demás en la medida en la que nosotros quisiéramos ser tratados. Segundo, la generosidad de Dios con los malos y desagradecidos.

 Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. 

 Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿ qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. 

 Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿ qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. 

 Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. 

Jesús nunca nos va a pedir algo que antes él no lo haya puesto en práctica. El amor y el perdón que anunció, lo vivió cada día, y al nivel más alto como lo evidenció en la cruz con un perdón universal: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".

 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros».



En cambio, Jesús nos ofrece a los cristianos otra respuesta novedosa y muy distinta para aquellos que nos ofenden: la ley del amor y el perdón, es decir, la misericordia.
Ser misericordiosos nos cuesta mucho pero nos hace ser radicales en el amor, que ha de abarcar a todo tipo de enemigos y que conlleva el no ser vengativos. La misericordia ha de ser gratuita, no esperando recompensa por ello.

Las lecturas se centran en el amor a los enemigos. Así aparece en el evangelio de Lucas que recoge una serie de instrucciones de Jesús a sus discípulos. Propone el amor a los enemigos como rasgo distintivo de sus seguidores. El contraste en los términos es significativo: amad/enemigos; haced bien/odian; bendecid/maldicen; orad/injurian. Jesús quiere romper toda cadena de violencia impidiendo la venganza frente al mal (poner otra mejilla). Presenta la regla de oro de toda escala moral: tratar a los demás como se desea ser tratado. Pone delante de los discípulos el amor gratuito y desinteresado que marca la diferencia con los pecadores. Este es el auténtico evangelio que cambia el mundo. La recompensa estará en el cielo, participando de la vida divina como hijos de Dios cuyo corazón es bondadoso para buenos y malos. Pues como dice el Salmo, Dios es compasivo y misericordioso, perdona todas las culpas y no paga según merecen los pecados. Jesús también invita a no juzgar ni a condenar, sino a perdonar y compartir. La medida del amor dado será la medida del amor recibido.



    Pero del pasaje del Evangelio brotan también interrogantes. «Al que te pegue en la mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames...». ¿Jesús manda por lo tanto a sus discípulos que no se opongan al mal, que dejen la mano libre a los violentos? ¿Cómo se concilia esto con la exigencia de combatir la prepotencia y el crimen, de denunciarlo con energía, incluso corriendo riesgos? ¿Cómo lo situamos con la «tolerancia cero», hoy invocada desde muchas partes ante la difusión de la micro criminalidad?

        El Evangelio no sólo no condena esta exigencia de legalidad, sino que la refuerza. Hay situaciones en que la caridad no exige poner la otra mejilla, sino ir directamente a la policía y denunciar el hecho. La regla de oro que vale para todos los casos, hemos oído, es hacer a los demás aquello que se querría que se le hiciera a uno. Si tú, por ejemplo, eres víctima de un robo, de un tirón, de un chantaje, si alguien te ha chocado y te ha destrozado el coche, estarías ciertamente contento si quien ha visto los hechos estuviera dispuesto a testimoniar en tu favor. El Evangelio te dice que esto es lo que también tú debes hacer a los demás, sin atrincherarte tras el habitual: «No he visto nada, no sé nada». El crimen prospera sobre el miedo y el silencio.

        Pero tomemos las palabras en cierto sentido más peligrosas del Evangelio del domingo: «No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados». ¿Entonces luz verde a la impunidad? ¿Y qué decir de los magistrados que juzgan a tiempo completo, por profesión? ¿Están condenados de partida por el Evangelio? El Evangelio no es tan ingenuo e irrealista como podría parecer a primera vista. ¡No nos ordena tanto que suprimamos el juicio de nuestra vida, sino suprimir el veneno de nuestro juicio! Esto es, esa parte de hastío, de rechazo, de venganza que se mezcla frecuentemente con la objetiva valoración del hecho. El mandamiento de Jesús: «No juzguéis y no seréis juzgados» es seguido inmediatamente, hemos visto, del mandamiento: «No condenéis y no seréis condenados» (Lc 6, 37). La segunda frase sirve para explicar el sentido de la primera.

        Son los juicios «despiadados», sin misericordia, los que están prohibidos por la palabra de Dios; aquellos que, junto con el pecado, condenan sin apelación también al pecador. Justamente la conciencia del mundo civil rechaza hoy, casi unánimemente, la pena de muerte. En ella, de hecho, el aspecto de la venganza por parte de la sociedad y de aniquilamiento del reo prevalece sobre el de la autodefensa y la disuasión del crimen, que podrían obtenerse de forma no menos eficaz con otros tipos de pena. Entre otras cosas, en estos casos se mata a veces a una persona completamente diferente de la que cometió el crimen, porque entretanto se ha arrepentido y ha cambiado radicalmente.


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