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jueves, 14 de enero de 2021

LA LEPRA EN TIEMPO DE JESÚS

La lepra, hasta no hace mucho tiempo, era considerada una de las peores enfermedades; tanto por el aspecto del cuerpo del enfermo como por la condición de aislamiento a que éste era sometido. 

Se pensaba que era una maldición que acarreaba impureza tanto a los enfermos como a los que entraran en contacto con él. 

En la cultura judía, incluso se creía que su origen era pecaminoso, siendo el sacerdote la persona encargada de diagnosticar su contagio y sanación.



Para la sociedad de tiempos de Jesús, la lepra era consideraba como castigo del pecado. Era la enfermedad más terrible puesto que entonces era incurable. El leproso vivía alejado de la sociedad en cuevas y descampados, fuera del mundo de los sanos. 

La lepra era «primogénita de la muerte» (Job 18,13). Por esta razón, en el mundo rabínico curar a un leproso era lo mismo que resucitar a un muerto, cosa que sólo Dios podía hacer. (Num 12,1-16) Jesucristo, puede curar la lepra porque es el Hijo de Dios.

Jesús rompe todas las barreras, sale de Cafarnaúm y recorre todas las aldeas de Galilea predicando la Buena Noticia del Reino de Dios. De pronto sin ninguna indicación previa se presenta un leproso; recordemos que los leprosos eran muertos en vida, marginados social y religiosamente (Ver Lv 13,45-46) ya que la lepra era una enfermedad y una muralla que separaba y aislaba y que sólo Dios podía curar (Ver Nm 12,13).



 Así lo entiende el leproso. Que con humildad y profunda fe se acerca, cae de rodillas y se entrega a la voluntad de Jesús, él sabe que Jesús lo puede sanar, pero le dice “Si quieres, puedes purificarme” …

El acercamiento del leproso a Jesús es sumamente audaz. La Ley de Moisés mandaba excluir a los leprosos de la comunidad. Así lo ordenaba el libro del Levítico: El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: «¡Impuro, impuro!». Mientras le dure la afección, seguirá siendo impuro. Es impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento (Lev 13,45-46).

 El Maestro de Nazaret se conmueve y, sabiendo que no se debe tocar a un leproso, porque se adquiere impureza, extiende amorosamente su mano y lo toca y le responde “Lo quiero, queda purificado” y pasa lo increíble, Jesús no sólo no queda impuro, sino que transmite su pureza al leproso y él queda sin lepra y purificado; el hombre excluido ahora es incluido, el marginado es ahora reintegrado, el hombre destinado a la muerte ahora recupera la vida. Este hecho es una gran revelación que el hombre purificado no puede callar, a pesar de la orden del Maestro, porque el que experimenta el poder salvador de Jesús, necesariamente se convierte en profeta.



 Jesús no rechaza al leproso, ni confirma su exclusión de la sociedad. Como nos dice san Marcos, «compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: ‘Quiero, queda limpio’» (Mc 1,41). Los gestos que realiza Jesús nos muestran su humanidad. Jesús no es un teórico de la caridad ni un diletante. Ante el leproso se conmueve. El evangelista Marcos nos da un detalle sumamente importante: Jesús antes de curar al leproso, lo toca. ¡Cuánto tiempo haría que aquel leproso no sentía el contacto cálido de la mano de otra persona! 
Antes de restaurar su cuerpo enfermo, al tocar al leproso Jesús incluye en su afecto a aquel excluido, establece una relación personal con él y restaura sus relaciones sociales. ¡Quién sabe si a partir de entonces el leproso recién curado se convierte en uno de los seguidores de Jesús!

 

¡
 Después de la curación, el leproso no pudo acallar su suerte y empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones. También nosotros como él debemos mostrar sin rubor lo que nosotros hemos aprendido, divulgar lo que a nosotros nos ha acontecido, que el encuentro con el Señor nos ha devuelto la luz, la vida y la esperanza. En el anuncio de Jesucristo con las palabras y las obras no cabe el miedo, porque Jesús se ha comprometido con nosotros, vive en nosotros, camina a nuestro lado y actúa a través nuestro. Para todos, mi afecto fraterno y mi bendición.

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