El monasterio de Santo Toribio de Liébana, ubicado en medio de un paisaje impresionante y pintoresco cerca de los Picos de Europa, ejerció una gran influencia teológica, espiritual y eclesial en la Edad Media.
Y especialmente durante la invasión musulmana, gracias a la labor de los monjes Beato y Eterio.
El monje Beato defendió la fe católica frente a la herejía adopcionista que defendía el arzobispo de Toledo, Elipando. También escribió los célebres Comentarios al Apocalipsis que tuvieron una importancia decisiva en la cultura y en el arte, porque fueron copiados y miniados durante los siglos IX al XIII.
Estas labores se realizaron en los más importantes escritorios de los monasterios de la época, principalmente en la zona de La Rioja y Castilla y León.
Fueron los monjes benedictinos quienes estuvieron al frente de este monasterio durante siglos hasta la desamortización de Mendizábal en el siglo XIX. Después lo atendieron sacerdotes diocesanos. Y finalmente, desde el año 1961 los padres franciscanos ejercen la custodia del mismo.
Es propiedad del Obispado de Santander y fue declarado monumento nacional en el año 1953.
En él se conserva, desde el siglo VIII, la famosa reliquia del Lignum Crucis. La trajo desde Jerusalén –según una venerable tradición– santo Toribio, obispo de Astorga en el siglo V, asegurando que se trataba del trozo más grande de la Cruz de Cristo.
Gracias a la presencia de esta preciada reliquia, el monasterio se ha convertido, a través de los siglos, en un importante centro espiritual de peregrinaciones y en un foco de religiosidad popular, que goza del privilegio de los años santos, cada vez que la fiesta de santo Toribio se celebra en domingo.
Los primeros datos que tenemos de él se remontan al año 1181, según consta en el libro Cartulario de santo Toribio de Liébana. Los obispos, Juan de León, Raimundo de Palencia, Rodrigo de Oviedo y Martín de Burgos constituyeron la Cofradía de Santo Toribio, que hoy lleva el nombre de Cofradía de la Santísima Cruz y que pudiera ser la más antigua erigida en la Iglesia con este motivo.
Leemos en el Directorio sobre la Piedad popular y la Liturgia: «Las expresiones de devoción a Cristo crucificado, numerosas y variadas, adquieren un particular relieve en las iglesias dedicadas al misterio de la Cruz o en las que se veneran reliquias, consideradas auténticas, del Lignum Crucis.
La «invención de la Cruz», acaecida según la tradición durante la primera mitad del siglo IV, con la consiguiente difusión por todo el mundo de fragmentos de la misma, objeto de grandísima veneración, determinó un aumento notable del culto a la Cruz».
Los Papas
Por su parte, los Papas, a lo largo de la historia, han sido muy generosos con el monasterio de Liébana y le han otorgado gracias y privilegios especiales en atención al Lignum Crucis. Julio II, el 23 de septiembre de 1512, autorizó para que se siguiera celebrando el Jubileo de Santo Toribio, que viene haciéndose «desde tiempo inmemorial».
En el año 2012 se celebraron los 500 años de tal acontecimiento. León X, el 30 de diciembre de 1513 y el 10 de julio de 1515, ratificó el Jubileo existente en el monasterio de Santo Toribio, cuando la fiesta de este santo coincidiera en domingo y durante siete días siguientes. Además, autorizaba al prior para que nombrara a los presbíteros que creyera precisos para administrar el sacramento de la Penitencia.
Gregorio XIV, en 1591, Urbano VIII, en 1664, y Clemente X, en 1676, concedieron indulgencias plenarias o parciales a los cofrades del Lignum Crucis, en el día de ingreso en la cofradía, «a la hora de la muerte» y el 3 de mayo, día de la Invención de la Santa Cruz.
Por fin, el Papa Pío IX, en breve de 4 de septiembre de 1872, concedió a perpetuidad indulgencia plenaria, el 23 de agosto, aniversario, según tradición, de la erección de la cofradía. Hasta el presente son 74 los años santos jubilares documentados.
Todas estas gracias y privilegios concedidos quedaron ratificados y, en cierto modo, superados por el rescripto de la Penitenciaría Apostólica, con la autorización del Papa Pablo VI, el 25 de noviembre de 1967, que concedió la indulgencia plenaria para todo el Año Jubilar Lebaniego.
El recuerdo agradecido de un pasado glorioso no debe quedarse en entusiasmos narcisistas, sino que ha de constituir fuerza y estímulo para vivir el presente y para proyectar el futuro. Lo principal es que la Cruz nos remite al Crucificado.
Al venerar el Lignum Crucis, reliquia del madero de la cruz, adoramos a Cristo, que murió en la cruz por nosotros. En ella consumó su sacrificio de amor. Y la Iglesia adora la Cruz cantando: O crux, ave, spes unica (Salve, oh cruz, única esperanza).
Por lo tanto a la Cruz de Cristo no solamente le veneramos como a los santos, ni tampoco le veneramos con una veneración especial como a la Virgen María, sino que le prestamos adoración por haber estado tan unida a Cristo nuestro Redentor.
La cruz, asumida por amor, siempre culmina en la Pascua, en el triunfo.