Tras el edicto de Milán de 313 promulgado por Constantino el Grande (313–337) el Imperio romano permite el culto de la religión cristiana.
A partir de entonces los cristianos utilizan la tipología arquitectónica basilical para la construcción de los nuevos templos.
Se entiende por basílica cristiana propiamente dicha en sentido arquitectónico toda planta rectangular con uno o más ábsides en el testero y con naves a lo largo separadas por columnas (o pilastras), sobre las cuales se apoyan sus correspondientes arcos o arquitrabes de tipo romano.
Las referidas naves (tres por lo común) terminan en el ábside.
En el ábside se coloca el altar y en torno a él se disponen los oficiantes. Delante, en el presbiterio, se sitúan los presbíteros, mientras que los fieles ocupan el resto de la nave o naves.
La planta basilical elemental consiste en las naves longitudinales sin transepto.
Pero muchas basílicas tienen un transepto. Frecuentemente el trasepto casi no resalta los lados de la nave.
Las basílicas paleocristianas no tuvieron un crucero acentuado. Aunque inicialmente los templos cristianos seguían las pautas constructivas de las basílicas, pronto dieron paso a otras formas, como la planta de cruz latina o la de cruz griega, que se generalizaron sin que por ello desapareciera la forma basilical.
La cubierta de las naves suele consistir en una armadura de madera artísticamente decorada y visible desde el interior o bien oculta por un artesonado: a veces, tienen bóveda en naves laterales y siempre el ábside remata en bóveda de cuarto de esfera.
La iluminación de las basílicas se obtiene por ventanas abiertas en la parte superior (claristorio) de la nave central más elevada que las laterales y por otras ventanas que se sitúan en el ábside y en el frontis del edificio.
Todas ellas solían cerrarse con láminas de mármol perforado o calado para dar entrada a la luz e impedir la acción de elementos destructores. Pero también se usaban láminas transparentes de alabastro sin perforar e incluso vitrales de color en basílicas suntuosas según se infiere de algunos textos de San Juan Crisóstomo y de Prudencio.
La decoración interior se logra por las mismas líneas arquitectónicas del edificio con sus clásicas molduras y por diferentes adornos de pinturas y mosaicos, sobre todo, en el muro superior del arco triunfal y en los ábsides siempre magníficamente decorados.
Con frecuencia, se disponían orientadas las basílicas según el eje principal de la nave de modo que el ábside diera hacia Occidente. Pero desde el siglo VI dando ejemplo las iglesias bizantinas, se orientaron en sentido opuesto ya que el sacerdote (que al ofrecer el sacrificio miraba a Oriente) no celebraba ya de cara al pueblo como antes.
Además de las iglesias de tipo basilical, había en esta primera época de la paz constantiniana otras menores, de planta simplemente rectangular o cuadrada e incluso redonda, que servían de oratorios o capillas sepulcrales o memoriales de los mártires (cellae memoriae) y no faltaban otras de forma poligonal o circular destinadas a baptisterios.
Todas ellas e incluso casi todas las grandes basílicas se construyeron desde sus fundamentos y sólo algunas en escaso número habían sido antes edificios públicos o templos de que se habilitaron para el culto católico.
La distribución interior de las basílicas en los primeros siglos de la paz, siguiendo el modelo de las constantinianas, es como sigue:
1 el atrio, con su entrada, su peristilo y su fuente o cántharus en medio, precedido a veces de un pórtico o vestíbulo exterior
2 el nárthex o vestíbulo interior
3 justo después, las tres puertas correspondientes a las tres naves
4 las tres naves, separadas por columnas y, a veces, por verjas y cortinajes
5 el coro de los cantores
6 el bema o ábside o presbiterio elevado con dos o tres gradas con su arco de triunfo sobre la entrada y su único altar en medio cubierto con un templete o baldaquino y situado sobre la cripta o sepultura de un mártir (confessio o ciborio. Además, tiene el ábside su cátedra episcopal
7 los ábsides laterales o nichos para servir de sacristías o secretarium, donde se colocaban las vestiduras y diferentes objetos sagradas en el de la derecha, llamada diaconium y las ofrendas de los fieles en el de la izquierda que por esto se denominaba zophylacium. No siempre existían los ábsides secundarios ni se destinaban en todo caso a servir de sacristía. Pero en algunas iglesias se colocaban a los lados del presbiterio dos altares menores para la preparación y terminación del sacrificio (próthesis y apódosis, respectivamente)
En la entrada del presbiterio, como para aislarlo del resto de la iglesia, se elevaban unas columnas que sostenían un arquitrabe de mármol o de madera para fijar sobre él exvotos y lámparas. A este conjunto arquitectónico se le llama pérgula y corresponde al iconostasio de las iglesias orientales el cual es un cuerpo más cerrado y completo y se halla decorado con multitud de imágenes devotas.
La planta baja de la nave izquierda o del Evangelio se destinaba a las mujeres y se denominaba matronikion.
A la derecha, nave de la Epistola para los hombres, se llamaba andron y cada grupo entraba en la basílica por su puerta correspondiente.
La de en medio, que se llamaba argéntea y speciosa, servía de entrada a los clérigos.
A los lados del coro se situaban anchos púlpitos o ambones para la lectura del Evangelio y la Epístola.
La colocación de los fieles era la siguiente:
--en el atrium o, en su defecto, en el nárthex pero a distancia de la puerta interior de entrada se colocaban los penitentes del primer grado
--en el nárthex o pronaos, junto a la puerta interior, los penitentes del segundo grado, y los catecúmenos del primero
--dentro ya de las naves y cerca de las puertas, los penitentes del tercero y cuarto grados (prostrati y consistentes) con los catecúmenos prostrati y competentes;
más adelante estaban los fieles comunicantes o que participaban de los divinos misterios.
Con independencia de su trazado arquitectónico, una iglesia puede titularse «Basílica» por prerrogativa del Romano Pontífice. Así, en sentido litúrgico, son basílicas todas aquellas iglesias que, por su importancia, por sus circunstancias históricas, o por aspectos de cierto relieve, obtengan ese privilegio papal.
Se distinguen las basílicas mayores y las basílicas menores.
Cuando el papa eleva a una iglesia a la condición de Basílica Menor le otorga el derecho a lucir en el altar mayor dos signos de la dignidad papal y la unión con la Santa Sede: el conopeo o umbraculum
y el tintinábulo (ambos visibles en la imagen).
A pesar de esto, hoy en día, la normativa vigente sobre las basílicas no se pronuncia en ningún momento sobre el derecho a utilizar el conopeo y el tintinábulo, ya que actualmente no existen litúrgicamente
Además, el Santo Padre concede a la comunidad que rinde culto en la Basílica la gracia de ganar la indulgencia plenaria si visita el templo en cuatro ocasiones especiales:
el día de San Pedro y San Pablo, el día de la Cátedra de San Pedro, el aniversario de la entronización del pontífice reinante, y otra fecha del año elegida libremente.
La Gloria (villancico jerezano)
Hace 14 horas
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