DOMINGO XXXIII
AYÚDAME, A VER El futuro, desde el presente Tu venida, en tus innumerables llegadas Tu presencia, en los pequeños detalles Tu Reino, en los acontecimientos buenos de cada jornada
AYÚDAME, A VER El cielo, avanzándolo en la tierra El éxito, aunque aparentemente fracase El mañana, con la siembra de mi hoy
AYUDAME, A VER Con optimismo, los avatares tristes del momento Con esperanza, las dificultades que me rodean Con fe, lo que mis ojos se resisten a reconocer Con claridad, lo que se esconde a mi razón
AYÚDAME, A VER La perfección futura, superándome cada día Tu venida gloriosa, en infinidad de aterrizajes que Tú haces El día del mañana, guiado por tu compañía La Patria del Cielo, sin olvidar que vivo en la tierra
AYÚDAME, A VER Con interés, lo que acontece en este mundo Con compromiso, las actuaciones que requieren mi ayuda Con paz, los instantes de prueba o de cruz
AYÚDAME, SEÑOR: A colaborar contigo, para que hoy y aquí, pueda preparar una buena pista de aterrizaje para el día en que te decidas a venir. Amén.
D
En este caminar, no estamos solos. Avanzamos guiados por la Palabra de Dios. Fortalecidos por la Eucaristía. Impresionados cuando, de lleno, nos ponemos frente a Dios por la oración. Animados al saber que, cientos de miles de hermanos nuestros, creen, celebran, expresan y viven lo mismo que nosotros estamos creyendo, celebrando, expresando y viviendo en esta Eucaristía: la fe en Jesús muerto y resucitado.
L
Hoy tenemos que dejarnos alumbrar por la misericordia del Señor.
La fe de ciego es muy grande, grita porque tiene fe. Que nuestra fe al pedir sea como la del ciego.
M
Anda, dale la oportunidad a Jesús para que se aloje en tu corazón hoy. ¡Adelante, con fe!
X
Señor, hoy la parábola que nos trae el evangelio es una llamada a trabajar, a no ser ociosos, a no ser una carga para los demás, a no vivir del cuento, a no ser un parásito para la sociedad. San Pablo lo diría más claro: “El que no quiere trabajar no tiene derecho a comer”.
J
Hace tiempo, cuando salió a nuestro encuentro, nos pidió que le siguiéramos y… le hemos seguido hasta el día de hoy. Con nuestra fortaleza y nuestras flaquezas, le hemos reconocido y le seguimos reconociendo como nuestro Dios, como nuestra luz, como nuestro el amor de nuestra vida. Y queremos darle gracias cada día que pasa.
V
La religión judía había entrado en un proceso de degradación y había convertido en impuro el Templo. También nuestra Iglesia experimenta la tentación de la mundanidad y de un poder que no es el poder de Jesucristo
S
Nuestro corazón pasa a la otra orilla, con Cristo Resucitado. En Él somos vencedores de las fuerzas de la muerte, aunque éstas nos sigan acosando.
DOMINGO XXXII
QUE NO ME IMPORTE, SEÑOR (Domingo XXXII)
Ser incomprendido, por defender que Tú vives en mí, antes que ser elevado en el pódium del éxito efímero pero sin horizontes ni razones para existir
QUE NO ME IMPORTE, SEÑOR Las risas de los que no me entienden por lo que creo Ni el vacío de los que no me quieren por lo que siento
QUE NO ME IMPORTE, SEÑOR El no percibir algunas verdades que tú me ofreces cuanto esperar a que un día se hagan realidad
QUE NO ME IMPORTE, SEÑOR Cómo me rescatarás de la muerte, cuanto saber que, ahora y aquí, me acompañas y me animas con tu Palabra me alimentas con tu Cuerpo y con tu Sangre y, en el fondo de mi alma, me haces arder en ansias de poder verte
QUE NO ME IMPORTE, SEÑOR La burla de los que no se molestan en buscarte La sonrisa de los que, sintiéndose poderosos, serán nada y polilla después de su grandeza
QUE NO ME IMPORTE, SEÑOR Las falsas promesas que el mundo me ofrece frente a las tuyas que han de ser eternas Los cortos caminos, que me llevan al abismo, frente a los tuyos –estrechos y difíciles- pero con final feliz y glorioso.
QUE NO ME IMPORTE, SEÑOR
D
Demos gracias a Dios por esta Iglesia nuestra que después de tantos siglos sigue en marcha, sin duda es un misterio de fe que a pesar de contar con tantos fallos humanos, pesa más la vida sencilla, sincera y entregada a las necesidades de los demás de tantos hermanos que nuestros pecados.
L
Señor, hoy vengo a pedirte algo muy pequeño: “un poquito de fe”, una fe pequeñita, “como un granito de mostaza”. Pero una fe auténtica, firme, capaz de mover montañas. Te pido una fe humilde, sencilla, viva, transparente y contagiosa, como la de tu madre María. Haz que sepa fiarme de Ti como ella se fió.
M
Esa es la misión exigente para la que se nos apremia. Y no caben reconocimientos ni palmaditas en la espalda por haber comparecido en las plazas y en el areópago contemporáneo a exponer lo que significa vivir conforme a Cristo, conscientes del amor del Padre en nuestras vidas.
X
J
Nos toca vivir el tiempo presente esperando la plenitud del Reino de Dios. Ya lo estamos viviendo, aunque sea de forma incompleta. El tiempo es la espera de Dios que mendiga nuestro amor (Simone Weil).
Entramos en la plenitud del Reino de Dios cuando abrimos de par en par las puertas del corazón al Dios Amor. Así nos lo dice una mística: Déjate amar. Él te ama así, tal como eres. No temas, confía, pues nada se antepone al amor de Dios para contigo, ni tus propios pecados (Santa Isabel de la Trinidad).
la parábola de la viuda inoportuna, que pedía con insistencia al juez que la escuchara. Como ella, tenemos que insistir en nuestra oración día y noche.
Hoy que tanto se habla del aparente silencio de Dios, esta invitación es más actual que nunca. Pedimos sin ver los frutos, buscamos en la oscuridad de la noche, llamamos a una puerta que parece cerrada. En este caso, nuestra oración tiene que ser más intrépida e insistente, conscientes de que no dejará de cumplirse lo que dice la Escritura: «Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha» (Sal 34 [33],7).



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