YA ES SEMANA SANTA

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martes, 4 de febrero de 2025

NIÑA A TI TE DIGO, LEVANTATE

del santo Evangelio según san Marcos ( 5, 21-43) 

 Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.


Nuestro Dios es un Dios de vida, que ama la vida y lucha contra la muerte. Y la manera de conectarnos con esta corriente de vida es la fe. Cristo es una corriente de vida que pasa junto a nosotros. Lleva dentro toda la vida de Dios y quiere comunicarla.

El Evangelio de hoy es el relato de la fe que crece en la prueba. Son paralelos ambos milagros que tienen que ver con la capacidad de Jesús para sanar, para curar enfermedades con pleno dominio sobre la muerte. Pero no sólo eso, sino que son relatos de salvación: la hemorroísa y Jairo experimentan su fe en la prueba y la dificultad, cuando todo parece perdido, por eso abrazan a Jesús no sólo como una especie de demiurgo capaz de alterar el curso de la enfermedad sino como quien trae salvación a sus vidas. 

Jairo cayó a los pies de Jesús, rogándole con insistencia que curase a su hija. Luego, cuando le dijeron que la niña estaba muerta, prestó atención a las palabras alentadoras de Jesús: 'Basta que tengas fe'. Y la tuvo. Fue así como una preciosa carilla de doce años resplandeció de nuevo con todos los colores de la vida.

En el caso de Jairo, sus amigos enviados tratan de que desista de implorar ese milagro de devolverle la vida a su hija, pero Jesús irrumpe en medio del fatalismo que podemos suponer de esa conversación e insiste en que la niña no está muerta sino dormida. Sólo a Jairo no le ha flaqueado la fe en ningún momento, a diferencia de sus compañeros. Y esa perseverancia es la que el Señor premia por todo lo alto.

Mujer enferma de hemorragias: se atrevió a 'tocar' a Jesús -la fe tuvo en ella más fuerza que el miedo a la ley- y, enseguida, 'notó que su cuerpo estaba curado'. Creer en Jesús es, pues, mirarse primero y verse enfermo, y triste, y pobre. Y dejar luego que brote y tome cuerpo en uno la sed de otra agua, el hambre de otra vida.

La hemorroísa no podía tocar ni hablar a nadie porque su enfermedad la hacía impura a los ojos de los sacerdotes y los fariseos: estaba excluida de la sociedad, dominada por la religión de su época. Su osadía para tocar la orla del manto en medio de la multitud queda al descubierto cuando Jesús siente que ha salido fuerza de él, como dice el evangelista. Es entonces cuando se produce la rehabilitación integral de la persona, que sucede en la conversación con ella: ha pasado de esconderse temblorosa y asustada, a confesar la verdad echada a sus pies, que es la actitud de adoración por excelencia. 



Mirarlo después a Él, escucharlo, sentir que lleva la respuesta a todas mis preguntas, la llave de todos mis anhelos. Poner, finalmente, mi corazón de rodillas y tender hacia Él mis manos suplicantes. En esa medida exacta, en tanto en cuanto sea capaz de vaciarme de mí y abrirme a Él, su agua viva calmará mi sed, su medicina cerrará mis heridas, su Espíritu me llenará con su fuerza. Y entonces, me levantará de la tierra de los muerto, como a la hija de Jairo, para vivir para siempre en la tierra de la Vida. Hoy el Señor te dice como a esta niña:"Talitha kum", contigo hablo, ¡Levántate!



domingo, 2 de febrero de 2025

MIS OJOS HAN VISTO AL SALVADIR

Lectura del santo Evangelio según Lucas (2, 22-40) 

 Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». 


Mis ojos han visto a tu Salvador

Celebramos hoy en la Iglesia la fiesta de la Presentación del Niño Jesús. María y José, fieles a la tradición de su pueblo, entran en el Templo con su Hijo a los 40 días de su nacimiento. Del mismo modo, también nosotros, 40 días después de la Navidad, somos llevados y presentados por nuestra Madre la Iglesia ante el Dios vivo y verdadero para sentir su presencia y como Simeón tendamos nuestras manos y abracemos a Jesús.

Jesús pasa inadvertido. No todos se dan cuenta en el templo de su presencia. Los sacerdotes, demasiados ocupados con los ritos que deben realizar, no advierten nada en especial. Sólo el anciano Simeon y la anciana Ana se dan cuenta. Movido por el espíritu, Simeon toma en su brazo a Jesús, cosa que solo le corresponde al sacerdote y él no lo es y nos recuerda, además, que el Hijo de Dios acude siempre a la cita para que cada cual le tienda los brazos y se funda estrechamente con Él pues para encontrarse con Dios hay que poner todo el corazón en ello.


Como esos abuelos de mucha edad que expresan ante el nacimiento de un nieto o cualquier acontecimiento familiar de categoría extraordinaria: ‘ya puedo morirme en paz’.

 Pues eso mismo es lo que dice Simeón, con bellísimas palabras dirigidas a Dios que le ha permitido conocer al Salvador de Israel. Y su lengua se desata porque ese encuentro cara a cara con el Señor, aunque sea un bebé con la cuarentena (el puerperio era tiempo impuro y las madres tenían que purificarse ellas mismas y presentar al hijo en el templo), mueve al corazón a un profundo agradecimiento que no hay forma de refrenar en silencio. Bendito sea Dios que te concede la gracia de que tus ojos hayan visto al Salvador.

Después dice a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). ¡Madre!, —le digo— cuando llegue el momento de ir a la casa del Padre, llévame en brazos como a Jesús, que también yo soy hijo tuyo y niño.

NOSOTROS

Del mismo modo, también nosotros, 40 días después de la Navidad, somos llevados y presentados por nuestra Madre la Iglesia ante el Dios vivo y verdadero para sentir su presencia y como Simeón tendamos nuestras manos y abracemos a Jesús.



¿Iluminamos con nuestra fe o dejamos que otros iluminen con lucecillas todos los aspectos de nuestra sociedad?

No tengamos miedo de ser candelas en este día de la Candelaria.

LUZ PARA EL MUNDO