SABADO
Eso me hace preguntarme a mí mismo: ¿Busco yo seguir a Jesús? Si Jesús me preguntara: “Y tú, ¿qué buscas?” ¿Qué le contestaría?
VIERNES
“ Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo ”
según el san Juan 1, 29-34
Hoy, el evangelista se detiene en presentarnos la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista en la orilla del Jordán.
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Envueltos todavía en el ambiente navideño, y en este día en que celebramos el Santísimo Nombre de Jesús, tratamos de penetrar un poco en el inconmensurable misterio del Hijo de María.
Andrés y Juan escuchan las palabras de su maestro, el Bautista. Parece tan seguro de lo que dice, como desconcertado; porque el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo no es lo que él imaginaba.
Este es aquel de quien yo dijo: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”.
El Bautista identifica a Jesús cuando éste se le acerca. Así se convierte en testigo suyo. No hay misión sin encuentro previo.
Luego serán Andrés y Juan los que darán testimonio de Jesús. Y después de ellos, todos nosotros a los que el Señor se ha acercado mediante el don de la fe.
Es una buena ocasión para recordar y agradecer al Señor por tantos Bautistas que Él ha puesto en nuestras vidas.
Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”.
Dos referencias animales señalan el momento: el cordero de Dios era el animal que se sacrificaba en el templo para expiación de los pecados del pueblo; la paloma era una forma arcaica de referirse al propio pueblo elegido de Israel.
Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».
Estás palabras las escuchamos todos los días. Las repite el sacerdote antes de la Comunión y no nos asusta la grandeza, que encierra, este Misterio de Amor.
Estamos acostumbrado pero no sabemos qué estamos llamados a hacerlas vida.
El Cordero, el Enviado, el Mesías esta entre nosotros quiere decir que Dios ha venido para quedarse para siempre.
a la grandeza que encierra este Gan Misterio.
JUEVES
“ Permaneced en él ”
san Juan 1, 19-28
Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran:
«¿Tú quién eres?» Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías».
Su misión es, por tanto, hablar en nombre de otro y dar testimonio en favor de otro. ¡Mucha humildad se necesita para cumplir esta misión! Y Juan supo hacerlo de modo excelente, aun a costa de su vida.
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy».
«¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No».
Juan no solo no retiene a los que le siguen, sino que les invita a ir tras la verdadera Luz.
Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».
Por eso la actitud de Juan Bautista es un impulso para que desde donde estamos, nos reconozcamos mensajeros, anunciadores de la buena nueva de Dios a nuestro mundo.
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».
El texto de hoy es una invitación a ser valientes, pues es muy difícil no caer en la tentación de sentirnos un poco mesías, de dejarnos alabar por lo bien que uno habla, por lo bien que ha salido la catequesis, por lo bien que hacemos todo lo que nos piden.
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Si estás en la otra orilla, y te sientes alejado, desesperanzado, triste, abatido, solo, hundido, descartado, ¡no temas!, esta buena noticia es para ti. Reconoce quién eres, reconoce Quién habita dentro de ti y ponte en camino para cruzar el Jordán de tu vida y pasar a la tierra prometida de la vida eterna, la vida plena, que goza de todo lo bueno, bello y verdadero que hay en el mundo y que es para ti.
MIERCOLES
“ Conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón ”
según san Lucas 2, 16-21
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
Es bello todo lo que nace: el nacimiento del día, el nacimiento de una fuente, el nacimiento de una flor. ¿Qué diremos del nacimiento de un niño? Alguien ha dicho muy bien que “cuando nace un niño es la señal más clara de que Dios sigue amando este mundo” Y sigue sonriéndonos. ¿Qué diremos del nacimiento de Jesús? Jesús nace en lo sencillo, en lo pequeño, en lo cotidiano.
Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores.
Pero gracias a María, todos nosotros somos “hijos de Dios” y podemos llamar a Dios ABBA.
María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Como María “guardaba todo en el corazón”. No lo guardaba en la mente, sino en el corazón. Todo lo amaba. El peso de la vida es el amor; y si amamos mucho, la vida tiene un peso, un valor. Por lo demás, desde el momento que Dios se ha hecho hombre, toda persona que nace tiene su dignidad de hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Que Jesús sea luz no nos puede dejar indiferentes. Miremos a los pastores: era tan grande el gozo que sentían por lo que habían visto que no paraban de hablar acerca de ello: «Todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían» (Lc 2,19).
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
De hecho, el nombre con el que fue bautizado era uno de los nombres más comunes en la época y lugar donde él nació. El nombre Yeshua del cual recibimos Jesús por medio de la traducción griega fue tan común que arqueólogos han descubierto más de 70 tumbas con el nombre Yeshua provenientes del tiempo de Jesús.
Si “en el Principio” hubo Palabra, Vida y Luz, es porque estamos llamados a ser palabra, vida y la luz. Estamos llamados a ser hijos de Dios y a vivir como tales. ¡No te conformes con menos! ¡Hemos nacido de Dios! No tenemos otro apoyo que Dios, su amor y su espíritu. Venimos al mundo en pleno viaje y el tiempo nos urge a proseguir el camino.
MARTES
“ Para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama ”Sólo cuando somos capaces de trascender lo que los ojos ven -la historia personal del nacimiento que estos días adornan nuestras casas- para suspender el entendimiento ante la contemplación del misterio, sólo entonces empezamos a atisbar lo que supuso hace dos mil años y supone día a día en tu vida que Dios se haga hombre.
LUNES
“ Y la gracia de Dios estaba con él ”
san Lucas 2, 36-40
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años.
Me llama poderosamente la atención esta ancianita que ha pasado toda la vida en el Templo. Una mujer que no se ha cansado de servir al Señor.
De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día.
hoy día en la sociedad es que “asustan los compromisos de por vida”. A los jóvenes de hoy, a pesar de sentirse enamorados, les asusta el tener que vivir con un hombre o con una mujer “toda la vida”. Lo mismo diríamos de los seminaristas o de las novicias.
¡Aquí estoy! Y estoy con la misma alegría y la misma ilusión que tenía cuando yo era joven.
Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Vidas llenas, vidas en plenitud, que acogen, cobijan y nutren a toda persona que se acerca a ellas. La razón de esas vidas tan llenas es que han crecido junto a la acequia. No les ha faltado el riego de la Palabra de Dios y de la oración. Por eso han podido llegar hasta el final de la vida sin cansarse.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.
Ana ve al Niño Jesús. Así, con mirada de fe, contempla a un niño en los brazos de su madre y descubre en el al Salvador del mundo. De este modo la vejez de la mujer aparece como sinónimo de experiencia, del camino recorrido, de la capacidad de distinguir lo trascendente de lo efímero. ¡Qué importante y necesaria esa mirada hoy!
Sin embargo, hay que destacar que Ana no se queda sólo con una mirada de fe, pues se vuelve testigo que anuncia: ¡Sí, es verdad, Dios cumple sus promesas!
DOMINGO
“ Jesús iba creciendo en sabiduría ”
del santo Evangelio según San Lucas 2, 41-52
En medio de este tiempo de Navidad donde todas las miradas están puestas en el Niño-Dios que nace, hoy la Iglesia nos invita a mirar también a José y a María, sus padres: la Sagrada Familia.
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Fueron una familia normal y corriente. María y José tuvieron que trabajar duramente. Su vida de familia se compuso de muchos días de semana, llenos de trabajo, de preocupaciones, de alegrías y penas compartidas, de paciencia, amor, diálogo y respeto mutuo. Días en que no se celebraba nada especial, simplemente se vivía. Pero precisamente ahí en ese día a día fue donde se fraguó la santidad de aquella familia. Hoy se convierte para nosotros en signo del amor de Dios en nuestro mundo y modelo de nuestra vida de familia.
Hoy buscamos la sabiduría de Cristo para llevarla a nuestras familias.