JUEVES
“ No reconociste el momento de mi venida ”
según san Lucas 19, 41-44
A Jesús le salen de muy dentro, de su corazón, las lágrimas ante Jerusalén. Muchos de sus habitantes le han rechazado. Les ha ofrecido, su luz, su amor, el camino que lleva al sentido, les ha hablado de Dios como el buen Padre que siempre nos ama, nos perdona y nos acoge… pero muchos de sus habitantes le han rechazado.
En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía: «Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz!
Llora más por ellos que por él. No van a disfrutar del tesoro que le ofrece, del gran regalo de su amor y de su luz.
Pero ahora está escondido a tus ojos. Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra.
Porque no reconociste el tiempo de tu visita».
Hace tiempo, cuando salió a nuestro encuentro, nos pidió que le siguiéramos y… le hemos seguido hasta el día de hoy. Con nuestra fortaleza y nuestras flaquezas, le hemos reconocido y le seguimos reconociendo como nuestro Dios, como nuestra luz, como nuestro el amor de nuestra vida. Y queremos darle gracias cada día que pasa.
MIERCOLES
“ Al que tiene se le dará ”
Jesús se dirige a Jerusalén y, para algunos, ese propósito indica que el reino de Dios está cerca. Él quiere persuadirlos de que esa llegada no es inminente y de que hay que seguir trabajando.
La parábola prepara a los discípulos para lo que se avecina.
según san Lucas 19,11-28
En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida. Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después.
Es una profecía de la ausencia de Jesús.
Para los discípulos de entonces, la ausencia de su muerte; para los de ahora, la ausencia del tiempo que transcurre hasta su venida definitiva. La tarea del discípulo durante la ausencia del Señor es: Negociad hasta que yo vuelva.
Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: “No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”.
Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: “Señor, tu mina ha producido diez”. Él le dijo: “Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno d
El segundo llegó y dijo: “Tu mina, señor, ha rendido cinco”. A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”.
El otro llegó y dijo: “Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”.
Es la lección fundamental de la parábola: El tercero de los siervos, al no conocer a su amo, no tiene una relación de confianza. No negocia y no arriesga. Tiene miedo y conserva. Podría perder el dinero y exponerse al castigo del amo.
Él le dijo: “Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”.
Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”. Le dijeron: “Señor, ya tiene diez minas”.
“Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”».
Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.
MARTES
“ El Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido ”
Los publicanos eran mal vistos en tiempo de Jesús, ellos eran quienes recaudaban los impuestos para el Imperio Romano y muchos se enriquecían a costa de oprimir a sus hermanos. Zaqueo no solamente era uno de ellos, sino que era uno de los jefes de los publicanos… pero a pesar de su pecado, Zaqueo se dejó alcanzar por el Amor de Jesús (Lucas 19, 1-10).
según san Lucas 19, 1-10
Alguna vez nos hemos acomodado en el pecado y hemos experimentado el vacío, la soledad y la tristeza que el pecado trae. Hasta que tomamos la decisión de subirnos al árbol a buscar a Jesús como hizo Zaqueo.
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura.
Ante esto, la respuesta de Jesús es clara: “baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Y Zaqueo decide hacer unos cambios concretos en su vida.
Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
El Evangelio nos muestra a un Jesús que quiere sanar, que quiere entrar en tu vida y la de tu familia hoy. Así mismo dice la Palabra “hoy”. No dejes pasar ni un día más para que Él se aloje en tu corazón.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Anda, dale la oportunidad a Jesús para que se aloje en tu corazón hoy. ¡Adelante, con fe!
LUNES
“ ¿Qué quieres que haga por ti? ”
según san Lucas 18,35-43
Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron: «Pasa Jesús el Nazareno». Entonces empezó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!».
Es muy sencillo identificarnos con el ciego. ¿Quizá por lo de la ceguera? ¿O quizá porque, cansados del seguimiento de Jesús, hemos decidido sentarnos junto al camino y conformarnos con las migajas que caen de la mesa del Padre? En este caso, nos veremos pronto necesitados de pedir socorro: Jesús, hijo de David, ten compasión de mí.
Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «Hijo de David, ten compasión de mí!».
Es muy posible que nuestro grito se encuentre con el muro de quienes están cerca de Jesús y parece que abren camino. Será necesaria una muy determinada determinación. Será necesario no dejarnos condicionar por las obstrucciones de los buenos.
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?».
Jesús se detuvo y dijo: Mirad allí, traedlo a mí. Así hace que los discípulos giren la cabeza hacia las periferias que sufren. No me miréis solo a mí. Sí, tenéis que mirarme, pero no solo a mí. Miradme también en los demás, en los necesitados.
Él dijo: «Señor, que recobre la vista».
Jesús le dijo: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado».
Vuelve la luz, vuelve la vida, y el ciego se pone en camino. Ahora sí que vale la pena vivir. El ciego ve ahora lo que muchos de los que siguen a Jesús no ven todavía. Es fruto de su fe o confianza en Jesús. La fe que abre los ojos a la más auténtica visión del mundo y de la vida. La fe que hace que lo veamos todo con los ojos de Dios y apreciemos todo, personas y cosas, en su justo valor.
Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.
“¿Qué quieres que haga por ti?”. “Señor, que vea otra vez”. “Recobra la vista, tu fe te ha curado”.
El ciego le reconoce como el Señor, ve quién es Jesús. Y Jesús se acerca a él con un respeto inmenso y esa pregunta que parece hacernos a todos: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Nos puede llevar toda la vida descubrir la respuesta, pero es la invitación del evangelio que hoy nos hace.
¿Qué es para mí hoy “ver otra vez”? Estamos de vuelta de tantas cosas, deseos, ilusiones, ideales frustrados… ¿Estoy dispuesto a “ver otra vez”, a volver a ilusionarme, comprometerme, entregarme…con esa ingenuidad en la mirada y limpieza de corazón, con generosidad?
DOMINGO
“ El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán
El evangelio de hoy forma parte del discurso apocalíptico de Marcos con que se cierra la actividad de Jesús, antes de entrar en la pasión. Es propio de la liturgia con la que culmina el año litúrgico usar esos textos apocalípticos que plantean las cuestiones finales, escatológicas, del mundo y de la historia.
según San Marcos 13, 24-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
En las lecturas de estos últimos días del año litúrgico escuchamos con frecuencia palabras que parecen escritas para infundir miedo; como las del Evangelio de hoy. Pero Jesús no se refiere al fin del mundo, sino al fin de nuestras vidas. No pretende asustarnos hablando de un futuro aterrador; pretende que vivamos el presente con la intensidad y la serenidad que nacen de la confianza en Dios que debe dominar la vida del creyente.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta.
En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre».
Los creyentes estamos llamados a vivir una vida en plenitud, especialmente en los últimos años de la vida. Años en los que el sol y la luna ya no relumbran como antes; años en los que tantas estrellas ya han caído de nuestro firmamento personal. El secreto para la vida en plenitud es la confianza; confianza que nace de la fe. Esa confianza evitará que nos convirtamos en tortugas de duros caparazones que se refugian en una piedad egoísta. Esa confianza nos dará la libertad necesaria para, dejando todo tipo de caparazones, abrirnos en lo posible a los demás.