Según la tradición, los habitantes de Navalvillar de Pela, inferiores en número y armamento frente al ejército enemigo que se acercaba a la población, se vieron obligados a idear una estrategia defensiva desesperada.
Comenzaron a encender numerosas hogueras durante la noche. Los lugareños montaron sobre caballos, mulas y burros y comenzaron a recorrer las calles ataviados con gorros puntiagudos que les hacían parecer más altos, con amplias camisas blancas que destacaban a la luz de las hogueras y armados con hachas, antorchas encendidas, cencerros, campanillas y tambores.
Todo con la finalidad de hacer creer al enemigo que la población contaba con un importante ejército cristiano.
El destacamento árabe enemigo quedó desconcertado al contemplar las extrañas y fantasmales figuras que se movían a lo lejos y atemorizado por el ruido infernal que salía de la población. Y finalmente optó por retirarse sin entablar batalla.
El 16 de Enero, a las 8 de la noche, el estruendo de cohetes, el repique de las campanas y los 'vivas' a San Antón dan inicio a las carreras, a la Encamisá de Navalvillar de Pela.
Los jinetes, ataviados con camisa blanca, pañuelo y gorro puntiagudo recorren las calles sobre sus monturas: caballos, mulas y burros engalanados con la manta de madroños.
Las personas a pie formarán parte de la 'infantería', que realizará el mismo recorrido que los jinetes. El abanderado y el niño del tambor marcarán durante las próximas tres horas el ritmo del recorrido entre hogueras encendidas.
Son obligatorias las paradas en las casas, locales y los remolques que ofrecen el delicioso vino de pitarra y los biñuelos (buñuelos).
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