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jueves, 4 de enero de 2024

DOMINGO SAGRADA FAMILIA Y SEMANA


VIERNES

“ Ven y verás ”



según san Juan 1,43-51 

En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme».

Ayer fueron Juan y Andrés los que siguieron a Jesús por las palabras del Bautista. Después Andrés, ya seducido, llevó a su hermano Pedro a Jesús. Hoy es el turno de Felipe y Natanael. Felipe, cosa rara, sigue a Jesús sin intermediarios; una fulminante palabra de Jesús es suficiente. Evidentemente no es posible ser seguidor de Jesús en solitario. El auténtico creyente siente el impulso de compartir su fabuloso descubrimiento. Quien ha descubierto a Jesús vive en otra galaxia, y ve el cielo abierto con la escalera preparada para alcanzarlo.

 Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: 

Jesús, hijo de José, de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?».

Es normal que la vida de una persona buena y piadosa que no ha descubierto a Jesús, esté marcada por miedos y desencantos. Y que viva con interrogantes parecidos al de Natanael: ¿Es que puede haber cosa buena en esta sociedad? ¿Es que puede esperar el Señor algo bueno de alguien tan miserable como yo? Pero el descubrimiento de Jesús lo transforma todo.

 Felipe le contestó: «Ven y verás». 

Felipe repite las palabras de Jesús a Juan y Andrés en el Evangelio de ayer. El conocimiento de Jesús no es cuestión de doctrinas y mandamientos; es cuestión de experiencia personal.

Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». 

Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?». Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».

 Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». 

Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». 

Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». 

A los transfigurados por el encuentro con Jesús se les promete el cielo abierto y los ángeles de Dios subiendo y bajando. La unión de Dios y del hombre; en Jesús. La unión de cielo y tierra; en Jesús.


JUEVES

“ ¿Qué buscáis? ”



san Juan 1, 35-42
La lectura evangélica (Jn 1,35-42), de hoy nos presenta la vocación de los primeros discípulos.

 En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios».

En el caso de estos, el llamado no comienza directamente de boca de Jesús. Muchas veces Jesús se vale te personas para llamarnos; por eso tenemos que estar atentos a la voz de nuestros hermanos. En este caso se valió de Juan el Bautista, quien les señala la persona de Jesús y les dice: “Éste es el Cordero de Dios”.
Tal fue la impresión que causó la presencia de Jesús en estos discípulos, que nos cuenta la escritura que: “los dos discípulos oyeron (las) palabras (de Juan) y siguieron a Jesús”.
 Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?».

“¿Qué buscáis?”. Pudo haberles preguntado sus nombres, hacia dónde se dirigían, por qué le seguían… No olvidemos que Jesús es Dios, que conoce nuestros pensamientos. Él sabía lo que buscaban. Tan solo quería una confirmación; no para Él, sino para ellos mismos.

 Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». 
Él les dijo: «Venid y veréis».

 Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. 

entonces los discípulos “fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día”. Tal fue la impresión que esa experiencia causó en el evangelista, que hasta recuerda la hora: “serían las cuatro de la tarde”.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». 
¿De que les hablaría Jesús esa tarde?
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».

Lo cierto es que tan impresionados quedaron los discípulos con la experiencia de Jesús, que tan pronto salieron, uno de ellos, Andrés, encontró a su hermano Simón y no pudo contenerse. Antes de saludarle, como impulsado por un celo inexplicable exclama: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”.

Eso me hace preguntarme a mí mismo: ¿Busco yo seguir a Jesús? Si Jesús me preguntara: “Y tú, ¿qué buscas?” ¿Qué le contestaría?
Siempre pienso en la mirada de Jesús, y trato de imaginarla…, y se me eriza la piel…


MIERCOLES

“ Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo ”


La liturgia va preparando el terreno para la solemnidad del Bautismo de Cristo que celebraremos el domingo, como clausura del tiempo especial de la Navidad.

según el san Juan 1, 29-34 

Hoy, el evangelista se detiene en presentarnos la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista en la orilla del Jordán.

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. 

Envueltos todavía en el ambiente navideño, y en este día en que celebramos el Santísimo Nombre de Jesús, tratamos de penetrar un poco en el inconmensurable misterio del Hijo de María. 

 Andrés y Juan escuchan las palabras de su maestro, el Bautista. Parece tan seguro de lo que dice, como desconcertado; porque el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo no es lo que él imaginaba.

Este es aquel de quien yo dijo: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. 

El Bautista identifica a Jesús cuando éste se le acerca. Así se convierte en testigo suyo. No hay misión sin encuentro previo.

 Luego serán Andrés y Juan los que darán testimonio de Jesús. Y después de ellos, todos nosotros a los que el Señor se ha acercado mediante el don de la fe. 

Es una buena ocasión para recordar y agradecer al Señor por tantos Bautistas que Él ha puesto en nuestras vidas.

Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. 

Dos referencias animales señalan el momento: el cordero de Dios era el animal que se sacrificaba en el templo para expiación de los pecados del pueblo; la paloma era una forma arcaica de referirse al propio pueblo elegido de Israel.

Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Estás palabras las escuchamos todos los días. Las repite el sacerdote antes de la Comunión y no nos asusta la grandeza, que encierra,  este Misterio de Amor. 

Estamos acostumbrado pero no sabemos qué estamos llamados a hacerlas vida. 

El Cordero, el Enviado, el Mesías esta entre nosotros quiere decir que Dios  ha venido para quedarse para siempre. 

a la grandeza que encierra  este Gan Misterio. 

 MARTES

“ Permaneced en él ”





san Juan 1, 19-28

 Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: 

«¿Tú quién eres?» Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». 

Su misión es, por tanto, hablar en nombre de otro y dar testimonio en favor de otro. ¡Mucha humildad se necesita para cumplir esta misión! Y Juan supo hacerlo de modo excelente, aun a costa de su vida.

Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy».

 «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No».

Juan no  solo no retiene a los que le siguen, sino que les invita a ir tras la verdadera Luz.

 Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».

Por eso la actitud de Juan Bautista es un impulso para que desde donde estamos, nos reconozcamos mensajeros, anunciadores de la buena nueva de Dios a nuestro mundo.

 Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». 

El texto de hoy es una invitación a ser valientes, pues es muy difícil no caer en la tentación de sentirnos un poco mesías, de dejarnos alabar por lo bien que uno habla, por lo bien que ha salido la catequesis, por lo bien que hacemos todo lo que nos piden.

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».

 Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». 

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.



Si estás en la otra orilla, y te sientes alejado, desesperanzado, triste, abatido, solo, hundido, descartado, ¡no temas!, esta buena noticia es para ti. Reconoce quién eres, reconoce Quién habita dentro de ti y ponte en camino para cruzar el Jordán de tu vida y pasar a la tierra prometida de la vida eterna, la vida plena, que goza de todo lo bueno, bello y verdadero que hay en el mundo y que es para ti.

LUNES

La fiesta de Santa María Madre de Dios es también el día de la octava de Navidad. De hecho, seguimos contemplando y celebrando el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios para nuestra salvación. Después de contemplar a Jesús niño en el seno de su familia humana (ayer, fiesta de la Sagrada Familia) contemplamos su nacimiento desde la perspectiva de María, la madre de Jesús, con su hijo en brazos, tal como nos la presentan tantas imágenes. El hijo nos representa también a todos nosotros porque María es nuestra Madre, la Madre de la Iglesia.

“ Conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón ”



según san Lucas 2, 16-21 

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 

Es bello todo lo que nace: el nacimiento del día, el nacimiento de una fuente, el nacimiento de una flor. ¿Qué diremos del nacimiento de un niño? Alguien ha dicho muy bien que “cuando nace un niño es la señal más clara de que Dios sigue amando este mundo” Y sigue sonriéndonos. ¿Qué diremos del nacimiento de Jesús? Jesús nace en lo sencillo, en lo pequeño, en lo cotidiano.

Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. 

Pero gracias a María, todos nosotros somos “hijos de Dios” y podemos llamar a Dios ABBA. 

María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. 

Como María “guardaba todo en el corazón”. No lo guardaba en la mente, sino en el corazón. Todo lo amaba. El peso de la vida es el amor; y si amamos mucho, la vida tiene un peso, un valor. Por lo demás, desde el momento que Dios se ha hecho hombre, toda persona que nace tiene su dignidad de hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza. 

Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. 

Que Jesús sea luz no nos puede dejar indiferentes. Miremos a los pastores: era tan grande el gozo que sentían por lo que habían visto que no paraban de hablar acerca de ello: «Todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían» (Lc 2,19).

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

De hecho, el nombre con el que fue bautizado era uno de los nombres más comunes en la época y lugar donde él nació. El nombre Yeshua del cual recibimos Jesús por medio de la traducción griega fue tan común que arqueólogos han descubierto más de 70 tumbas con el nombre Yeshua provenientes del tiempo de Jesús. 

JUEVES

DOMINGO

“ El niño iba creciendo y la gracia de Dios estaba con él ”


san Lucas 2, 22-40 

Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». 

La liturgia nos presenta como lectura evangélica el pasaje de la Presentación del Niño en el Templo (Lc 2, 2,22-40). En cumplimiento de la Ley de Moisés, la Sagrada Familia acude al Templo para la purificación de la madre (Lv 12,1-4), la ofrenda del primogénito a Dios (Ex 13,2; Núm 18,15) y su rescate mediante un sacrificio.

Según Lv 12,1-4, la madre quedaba impura por cuarenta días después del parto por haber derramado sangre, y tenía que acudir al Templo para su purificación. En esa misma fecha tenía que ofrecer el primogénito a Dios. Lucas es el único de los evangelistas que nos narra ese importante evento en la vida de Jesús.

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él.

Jesús nació en el seno de una familia como la tuya y la mía y estuvo sujeto a todas las reglas, leyes y ritos sociales y religiosos de su tiempo. Está claro; Jesús es Dios, no necesitaba presentarse a sí mismo. Pero Él optó por hacerse igual en todo a nosotros, excepto en el pecado

 Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

 «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

 Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». 


. A renglón seguido dice a María: “Y a ti, una espada te traspasará el alma”. Cuando María entró al Templo con el Niño en brazos para presentarlo, dando una muestra de obediencia al Padre (Cfr. Lc 1,38), sabía que no solo lo estaba presentando y ofreciendo a Dios en el Templo, lo estaba presentando y ofreciendo a toda la humanidad. Sí; a ti y a mí. De ese modo estaba cooperando en la obra salvadora de su Hijo.

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. 

 De ese modo estaba cooperando en la obra salvadora de su Hijo. Las palabras de Simeón ponen de manifiesto el papel de María en el misterio de la redención. Al entregar a su Hijo, se estaba entregando también a sí misma a la misión redentora de este. ¿María corredentora?

De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

 Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.


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