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jueves, 19 de noviembre de 2020

SEMANA XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

SÁBADO

“ Son hijos de Dios porque participan de la resurrección ”


san Lucas 20, 27-40

Tenemos en este fragmento de S. Lucas una muestra más de las trampas que están tendiendo a Jesús con ánimo de perderle. Ya no van a parar hasta Getsemaní y las horas terribles que siguen.

El Evangelio de hoy nos informa sobre la discusión de los Saduceos con Jesús acerca de la fe en la resurrección. Los saduceos eran una élite aristocrática de latifundistas y comerciantes. Eran conservadores y no aceptaban la fe en la resurrección. Por esto, para criticar y ridiculizar la fe en la resurrección, contaban casos ficticios para mostrar que la fe en la resurrección llevaría a la persona al absurdo

 En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:

 «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano».

 Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer.

 Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». 

En el texto los saduceos tendiendo una trampa a Jesús, basándose en la doctrina de Moisés de que cuando uno muere sin hijos, su hermano ha de casarse con la viuda para dar sucesión al hermano difunto critican aquello que nosotros creemos.

Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio.

 Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.

La muerte, el más allá, el destino de las personas, es un gran misterio que ni la ciencia, ni la razón han desvelado; es obra total de Dios que quiere llevar a todas las personas a la plenitud de la vida.

 Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». 

Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro». Y ya no se atrevían a hacerle más preguntas.


El fundamento de nuestra fe es la Resurrección de Jesús. Las respuestas a nuestras preguntas están en la palabra viviente de la Cruz y la resurrección. Pidamos para que nuestra vida siga las huellas del Señor y creamos que en Dios está la Vida y de Él viene la vida porque es un Dios de vivos y creer en Jesucristo es vivir intensamente la vida y saborearla.

VIERNES

“ Mi casa es casa de oración ”




san Lucas 19, 45-48

El Maestro entra al Templo y toma posesión de él, echando a los vendedores y preparándolo así para poder enseñar en él diariamente.

El Señor echa a los vendedores citando al profeta Isaías: “Porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos”. (Is 56, 7).

 En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”».

El Templo de Jerusalén fue construido para resguardar en su centro, llamado el Santo de los Santos, el Arca de la Alianza, la cual era el símbolo visible de la presencia de Dios entre su pueblo: por lo tanto, para encontrarse con Dios había que ir al Templo.

 Todos los días enseñaba en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.

Pero Jesús de Nazaret nos enseña ahora que para encontrarse con Dios hay que encontrarlo a Él, escucharlo y vivir como Él nos enseña; donde está la comunidad y el prójimo está Jesús y donde está Jesús está Dios; Cristo es el nuevo Templo y nosotros somos parte de él.


El celo que tenía Jesús a la casa de su Padre, ese celo debería devorarnos a todos los creyentes, que el Señor sea conocido, que el Señor sea amado, que busquemos agradar a Dios, que nos preocupe realizar su voluntad. 
Toda nuestra vida, vivida en fidelidad a la voluntad de Dios. Defender lo sagrado, la dignidad del ser humano, templo del Espíritu Santo, la defensa de la vida con toda su dignidad desde su concepción hasta su muerte, durante toda su existencia.


JUEVES 

“ Jesús al ver la ciudad, lloró por ella ”



según san Lucas 19,41-44 

En el Evangelio de hoy, contemplamos al Señor llorando, su pueblo se resiste a acoger la salvación no son conscientes de lo que se están perdiendo:

En aquel tiempo, aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:

 «Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.

“¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!”. Percibe la frialdad de un pueblo endurecido que no reconoce la visita de Dios en la persona y palabra de su propio Hijo.

 Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. 

¡Si comprendiéramos en este día lo que nos conduce a la paz! Aceptar a Cristo por la fe y seguirlo fielmente es conquistar la vida; rechazarlo por la incredulidad y el desamor es granjearse ruina.

Porque no reconociste el tiempo de tu visita».


Tú Señor, el hombre cabal, el hombre perfecto, el hombre por antonomasia, has gustado el amargo sabor de las lágrimas. Así te has hecho más hermano. 
“Estoy a la puerta y llamo” (Ap. 3,20). Llama y espera. Si se le abre, entra; si se le cierra la puerta, se va; pero con los ojos arrasados en lágrimas.

MIÉRCOLES

“ Te tenía miedo, porque eres hombre exigente ”




san Lucas 19, 11-28

El Evangelio de hoy (Lc 19,11-28) nos presenta la versión de Lucas de la “parábola de los talentos” que leyéramos el pasado domingo en el relato evangélico de Mateo (Mt 25,14-30)

El evangelio de hoy nos trae la Parábola de los Talentos, en la que Jesús nos habla de los dones que las personas reciben de Dios. Toda persona tiene alguna cualidad, recibe algún don o sabe alguna cosa que puede enseñar a los otros.

 En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.

Esta parábola constituye una llamada a la responsabilidad del cristiano en la construcción del Reino de Dios. Jesús, con su Palabra, sus signos y su misma persona inaugura en la historia de los hombres el Reino, pero confía su crecimiento a los que le seguían, a todos y cada uno de nosotros.

 Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. 

Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: “No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”. 

Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. 

El primero se presentó y dijo: “Señor, tu mina ha producido diez”. Él le dijo: “Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”.

 El segundo llegó y dijo: “Tu mina, señor, ha rendido cinco”. A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”.

 El otro llegó y dijo: “Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”.

Un grupo importante se desentiende y espera que Jesús se lo dé todo ya hecho, realizado, santificado… inclusive algunos desconfían de Él y buscan no el Reino de Dios, sino otro a la medida de sus intereses… y Jesús les estorba.

Él le dijo: “Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco?

En ocasiones la vida nos muestra la exigencia de crecer y desarrollarnos. Exigencia ante la cual mostramos nuestros miedos interiores. Creemos que ante las exigencias de los demás no podemos responder; que dichas exigencias están por encima de nuestras posibilidades.

 Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”. Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”. Le dijeron: “Señor, ya tiene diez minas”. 

Os digo: “Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. 

Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”». Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.




El evangelio de hoy es una llamada a tener coraje por vivir y por creer. 

 La vida nos exige luz, iluminar; la fe nos exige el contemplar la verdad de Dios, y la verdad del hombre. Los miedos sólo son una mentira del interior. Pidamos a Dios, que nos permita mirar más allá de nuestros miedos paralizantes de la vida, de la alegría, y negadores de nuestra esperanza. Que la presencia de Dios nos ayude a romper las barreras de los temores que nos vuelven ineptos para caminar.


MARTES

“ Zaqueo, baja porque tengo que alojarme en tu casa ”



san Lucas 19, 1-10 

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. 

Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».

El texto evangélico nos presenta a alguien que sintió la llamada de Jesús y le abrió sus puertas y le sentó a su mesa. Y no era el modelo reconocido de judío. Por el contrario, quien estaba al servicio del poder opresor, de los romanos: pecador público.

Para ese encuentro con Jesús, es imprescindible sentirse atraído por él.

 Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. 

Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».

Dios no excluye a nadie, Dios le ofrece su perdón, Zaqueo se vio tocado por tanto amor que entiende que necesita cambiar él, y dicho cambio se va a ver en relación con los demás.

 Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». 

El encuentro con el Dios vivo llena de inmenso gozo, alegría, paz, bondad, fe, caridad… en definitiva, todos los frutos del Espíritu Santo, y eso transforma. Sus huellas se perciben en la misma vida. Acojamos el amor de Dios como Zaqueo y que nuestra vida comience a irradiar su gracia a los que nos rodean

Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».


Dios sigue pasando, Dios pasa y esta deseando invitarte como a Zaqueo, acogelo en tu vida y comienza a experimentar sus frutos, déjate amar por Él, y esa misma fuerza de su amor ira dando frutos en tu vida, desearas corresponderle, te iras alejando de todo lo que te hace daño, querrás lo que Dios quiere para ti, siempre saldrás ganando, descubre el tesoro que nos ofrece, vive actuando en ti las palabras del Evangelio: “hoy ha sido la salvación de”…(pon tu nombre). 
.

La presencia de Jesús es salvadora. .

LUNES

“ ¡Jesús, hijo de David, te compasión de mí! ”




san Lucas 18, 35-43

El Evangelio de hoy nos narra la curación del ciego de Jericó. Una persona pobre, ciega, que cada día su única tarea es ponerse al borde del camino y pedir limosna para su sustento.


 Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron: «Pasa Jesús el Nazareno». Entonces empezó a gritar:

«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». 

Resaltar su insistencia, gritaba clamando compasión, no deja de insistir aunque encuentre adversidad y le manden callar, persevera e insiste, incluso grita más fuerte, “hay que orar siempre sin desfallecer” ,que hermoso contemplar al Señor preocuparse y ofrecerse por el ciego,

Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: 

«Hijo de David, ten compasión de mí!».

también el Señor nos lo dice a nosotros y esta esperando que se lo expongamos, que se lo digamos desde la confianza.

 Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: 

«¿Qué quieres que haga por ti?». 

Él dijo: «Señor, que recobre la vista». 

En Cristo la vida del ser humano tiene luz, toma sentido y se llena. Sin Cristo la vida es oscura, confusa y vacía.

Jesús le dijo: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado». Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios

Es precisamente su fe incondicional en Jesús la que obtiene el prodigio que implora con insistencia. Jesús no hace oídos sordos, sino que se detiene. Y le da no sólo lo que había pedido sino mucho más: no sólo recobra la vista corporal, sino que la fe lo salva para poder contemplar la vida con ojos de creyente. Entonces todo se ve de otro modo.



Este sencillo y profundo grito de misericordia y compasión es el que está saliendo del corazón de todos los cristianos y quizás de personas no creyentes, que necesitamos de esa ayuda de Dios en estos meses duros que vivimos en todo el mundo por el Covid-19. 

Habrán subido muchas oraciones esperanzadas, humildes, a quien de verdad puede librarnos de toda angustia y todo dolor. “¡Señor, si quieres puedes hacerlo!". 


DOMINGO

“ Bien, siervo bueno y fiel ”



según san Mateo 25, 14-30


 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

 «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. 

Con este pasaje que el Señor no mira la eficacia, ni compara a sus hijos, para Él, cada uno es único y nos trata personalmente.

El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. 

Nos hace administradores de sus bienes, nos hace participes de su herencia, quiere contar con nuestra colaboración, se fía de nosotros, confía, nos solicita nuestra colaboración, lo que nos pide es nuestra fidelidad, hacer fructíferos los dones recibidos, no debemos vanagloriarnos, ya que son un don, un regalo por su gran generosidad, no fruto de nuestro esfuerzo y voluntad.

En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. 

Dios le ha dado a cada persona una gran variedad de dones y espera que los usemos para Su servicio. No es aceptable solamente poner esos dones en un estante e ignorarlos. Igual que los tres siervos, no todos tenemos talentos en el mismo nivel. El rendimiento que Dios espera de nosotros es proporcional a los talentos que nos ha dado.

Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. 

Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”.

 Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. 

Los talentos no son un derecho. Son un regalo que tu amor me hace. Generalmente un regalo se recibe para usarlo, ponerlo en acción, compartirlo. No lo recibo para guardarlo sin destapar y mantenerlo ajeno a mi vida.

Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. 

El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? 

Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. 

Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”».


Dame la gracia, Señor, de poner a trabajar los regalos, los talentos que me has dado. Que no tema arriesgar los talentos que me has regalado para así hacerlos multiplicar. Dame la confianza necesaria para poner toda mi vida al ruedo y así crecer en mi plenitud personal y en la extensión de tu Reino.

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