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domingo, 22 de diciembre de 2024

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

 JUEVES

“ ¿Qué será este niño? ”


según san Lucas 1, 57-66 

Juan Bautista ha sido uno de los personajes que nos viene ofreciendo la liturgia a lo largo del Adviento como preparación para la celebración de la Navidad. Al fin y al cabo san Juan Bautista es para los cristianos el “precursor”. Así se presenta él.

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. 

A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». 

Lo importante para un judío es el nombre. No sólo significa designación de una persona sino su ser, su misión, su destino. En este caso, lo curioso es que a Juan no se le pone el nombre de su padre Zacarías para seguir su misión de sacerdote en el templo, sino que se va a llamar Juan, que significa: Yavé se ha compadecido.

Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». 

Ya no es necesario ir al Templo para encontrarse con el Dios Misericordioso. De hecho, Dios ha tenido misericordia con Zacarías, fuera del TEMPLO. En el Templo apareció como un “incrédulo”. Y en su casa, en la soledad, en el silencio Dios se compadeció de Él y recuperó el habla.

Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. 

Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él.


Señor, en vísperas de la Noche Buena quiero encontrarme contigo en la oración. Quiero meterme dentro de mí mismo y tratar de imitar a la Virgen en aquellos momentos. Su oración hecha de silencio, de devoción, de ternura, de fe, me animan a preparar mi alma para la venida de Jesús. Cierro mis oídos a los ruidos externos y mis ojos a las luces deslumbrantes. En silencio adoro, contemplo y amo.

DOMINGO


“ ¡Dichosa tú, que has creído! ”




El evangelio de Lucas relata la visita de María a Isabel; una escena maravillosa; la que es grande quiere compartir con la madre del Bautista el gozo y la alegría de lo que Dios hace por su pueblo. Vemos a María que no se queda en el fanal de la “anunciación” de Nazaret y viene a las montañas de Judea. Es como una visita divina,

según San Lucas 1, 39-45 
En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 

Vemos a María ensalzada por su fe; porque ha creído el misterio escondido de Dios; porque está dispuesta a prestar su vida entera para que los hombres no se pierdan; porque puede traer en su seno a Aquél que salvará a los hombres de sus pecados. Este acontecimiento histórico y teológico es tan extraordinario para María como para nosotros. Y tan necesario para unos y para otros como la misma esperanza que ponemos en nuestras fuerzas.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 

Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».



Es la mujer del “Hágase”. Es la que acepta la voluntad de Dios, la que con su vida hizo realidad: “aquí estoy para hacer tu voluntad”. Quiso hacer de su vida una entrega al plan de Dios, quería lo que Dios quisiese. Deseaba hacer lo que le agradaba, “que se cumpla en mí su palabra”.

La fe es un don de Dios, que hemos de pedírselo al Señor y junto con los apóstoles decirle: Señor, auméntanos la fe, o con el padre que acudía al Señor para interceder por la curación de su joven enfermo: Señor, yo creo, pero aumenta mi fe.

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