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miércoles, 2 de octubre de 2024

LOSANGELES VEN EL ROSTRO DEL PADRE

  santo Evangelio según san Lucas 9, 51-56 

 Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén.



La impaciencia es un defecto al cual todo hombre vive expuesto. Vivimos indispuestos a todo aquello que parece contraponerse a nuestro modo de vivir. La solución, sin embargo, no es sólo una relativista.

 Cuando una persona me dice “no quiero hacer lo que tú propones”, la solución no siempre es decir: “Está bien. Hazlo cómo desees”. El cristiano no es aquél que simplemente se desentiende de su entorno. No es el que dice “que todos hagan lo que quieran”, con lo cual abre una puerta a la división. 

 Cristo me enseña a ser paciente. No manda fuego sobre aquellos que no recibieron su mensaje. Cristo sabe esperar. Sabe mirar hacia adelante. Es consciente de que, para enseñar a amar, se deben ofrecer muchas oportunidades. 

Me sirvo de una imagen: un pescador debe mantener siempre la caña en sus manos. Si la suelta por un momento podría perder a su presa. Si desea pescar, debe tenerla siempre firme. Aunque por mucho tiempo nada muerda su anzuelo, estará listo para el momento en que algún animal lo haga. La misericordia de Cristo consiste, no en olvidar y dejar fracasar todo, sino en ofrecer su mano al hombre una y otra vez, pero sin invadirlo. 



 Te pido la gracia, Jesús, de formar un corazón como el tuyo: Paciente y que mira siempre más allá.

Mi Dios, Tú eres la fuente de la verdadera sabiduría. Quiero conocerte y experimentarte para vivir siempre sabiamente.

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