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sábado, 27 de julio de 2024

MIRAR NUESTRAS MANOS

Todos sabemos lo que significa el pan. Entre otros aspectos, nos trae connotaciones de bienestar. Nos recuerda que, el trabajo, nos procura aquello que más necesitamos para seguir adelante: el pan de cada día. 





 El sabor a pan marca también el evangelio de este domingo.

 El secreto de la generosidad no está en la abundancia sino en la bondad del corazón. Constantemente nos encontramos con personas acaudaladas que son inmensamente tacañas y, por el contrario, con gente con escasos recursos económicos que son tremendamente espléndidos.

 La buena voluntad, es lo que nos hace grandes, solidarios, cercanos y sensibles a las carencias de los demás. Cuando existe la buena voluntad, está asegurado el primer paso para alcanzar un corazón grande. Es el todo, aún teniendo poco.

 Jesús consciente de la necesidad de aquellos que le escuchaban. Eran personas con hambre de Dios pero, como humanos, con ganas de pan recién amasado. Las dos carencias, supo y quiso satisfacer con mano providente. Jesús les dio el pan del cielo y les multiplicó a manos llenas el pan que requerían para seguir viviendo. 

 ¿Qué hubiera ocurrido con aquellas personas si Jesús no hubiera salido al frente de aquella necesidad?

 Tal vez. Pero, el Evangelio, nos habla del auxilio puntual de Jesús. En su mano se encuentra la bondad misma de Dios. Es un Dios que salva al hombre de sus angustias. 

 Que aprendamos esta gran lección: la felicidad no reside tanto en el tener cuanto en el compartir. Cuando se ofrece, el corazón vibra, se oxigena, se rejuvenece.

 


 Todos, cada día, debiéramos de mirar nuestras manos. No para que nos lean el futuro, cuanto para percatarnos si –en esas horas- hemos realizado una buena obra; si hemos ofrecido cariño; si hemos desplegado las alas de nuestra caridad; si hemos construido o por el contrario derrumbado; si nos hemos centuplicado o restado en bien de la justicia o de la fraternidad. 

 Si, amigos. Cada día que pasa, cada día que vivimos es una oportunidad que Dios nos da para multiplicarnos, desgastarnos y brindarnos generosamente por los demás. Al fin y al cabo, en el atardecer de la vida, nos examinarán del amor. Dejarán de tener efecto nuestras cuentas corrientes. Nuestras inversiones. Nuestros apellidos y nobleza. Nuestra apariencia y riqueza….y comenzará a valer, su peso en oro, las manos que supieron estar siempre abiertas. 

  AQUÍ ME TIENES, SEÑOR 



Cada vez que celebramos la eucaristía, el Señor, no es que multiplique el simple pan. Es que, en cada altar, se hace presente. Se multiplica Él mismo de una manera radical, amorosa y sacrificial: se entrega por nosotros para que, un día, podamos contemplar cara a cara el rostro del Dios vivo.

 Señor creo en Ti porque no das sólo tu pan, te das a Ti mismo Porque no te quedas en promesas pues, bien lo sabemos, que te ofreces a Ti mismo Porque, ante la necesidad de cuántos me rodean sé que soy tu mano abierta y tu voz que denuncia tus labios que hablan y tu pan que se reparte

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