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viernes, 5 de enero de 2024

EPIFANIA DEL SEÑOR

La liturgia de hoy nos lleva al momento feliz en que los Magos, tras un largo viaje, encuentran a Jesús y le ofrecen el oro que merece como Rey, el incienso que reconoce su divinidad y la mirra que honra su humanidad. Es la confesión de la fe ante el misterio de nuestro Dios que se manifiesta hecho hombre, hecho niño. Tras haberse revelado a María y a José, a los ángeles y a los pastores, se muestra hoy a los gentiles, a los que le buscan.

SABADO

 “ Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo ”






según san Mateo 2, 1-12

El camino de los magos es el camino de la auténtica fe.

 Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? 
Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo». 

Es un don de Dios, algo que está por encima de nosotros y más allá de nosotros. La fe no se merece, se agradece. Esta primera llamada de Dios no nos deja indiferentes. Muchos vieron la estrella y se quedaron en sus casas, pero otros, dejaron todo y se pusieron en camino.

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías. 

Ellos le contestaron: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”». 

Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo». 

Un camino que no es nada fácil: La estrella aparece y desaparece. En este camino hay luces y sombras; presencias y ausencias. En la dificultad, hay que seguir buscando, hay que preguntar, indagar y, sobre todo, hay que fiarse de Dios. La estrella, después de haberse ocultado, volvió a brillar con más luz.

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. 

Lo esencial es el encuentro con Jesús. No lo encontraron donde ellos pensaban, pero en aquella cueva y en aquella pobreza, no dudaron en reconocerle como rey y adorarle.

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con Maria, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. 

Le ofrecieron lo mejor que tenían: la “mirra” del dolor y sufrimiento propio de nuestro cuerpo mortal; el “incienso” del alma, creada a “imagen y semejanza de Dios” y el “oro” del corazón. Lo importante no eran los dones sino lo que éstos significaban: cuerpo, alma y corazón. Le ofrecieron no sólo lo que tenían sino lo que eran: su ser, su persona, su vida.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.


En todo encuentro con Dios hay que cambiar, convertirse, regresar a la vida, pero por otro camino. Si hemos entrado a la Iglesia por el camino de la mentira, debemos volver por la senda de la verdad. Si hemos ido por el camino de la soberbia, al ver a un Dios que se rebaja y se hace niño, regresamos por el camino de la humildad; si hemos entrado por el camino de egoísmo, al ver el amor de Dios enviándonos a su propio Hijo, regresamos por el camino del servicio y entrega a los demás.
 En un auténtico camino de fe, nada puede seguir igual.

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