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viernes, 17 de noviembre de 2023

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARO

SÁBADO

“ Orar siempre sin desanimarse ”


Hoy nos propone la iglesia una parábola que nos invita a orar sin cesar, y la oración implica vencer la pereza, levantar los ojos a Dios en todas las circunstancias y, esto solo es posible si juntamos la oración con una vida cristiana coherente.

según san Lucas 18,1-8 


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». 

Esta parábola me hace pensar no tan sólo en la perseverancia en la insistencia sino en la escucha. El juez escucha la petición de la viuda y actúa. Y al escuchar esta parábola me pregunto, ¿cómo alimento mi fe, cómo es mi oración?

Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas?

 Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».


la parábola de la viuda inoportuna, que pedía con insistencia al juez que la escuchara. Como ella, tenemos que insistir en nuestra oración día y noche.

Hoy que tanto se habla del aparente silencio de Dios, esta invitación es más actual que nunca. Pedimos sin ver los frutos, buscamos en la oscuridad de la noche, llamamos a una puerta que parece cerrada. En este caso, nuestra oración tiene que ser más intrépida e insistente, conscientes de que no dejará de cumplirse lo que dice la Escritura: «Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha» (Sal 34 [33],7).

VIERNES

“ El que pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará ”


Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy, no pueden tomarse en absoluto como una «amenaza» para meter miedo ni amargarle a nadie la vida.

según san Lucas 17,26-37 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos.

Pero sí que avisa de que en el modo de plantearnos nuestras actividades cotidianas, de ir entregando la vida... seremos hallados dignos del Reino («a uno se lo llevarán»)... o no («al otro lo dejarán»).

 Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos.

Serán elegidos los que no se dejen atrapar por las cosas, ni vivan continuamente mirando hacia atrás (como la mujer de Lot). Es decir: que la salvación, como tanto repite Lucas en su Evangelio, nos la jugamos «hoy», que el Día del Señor ya empezó «aquella noche», la noche Pascual.

 Así sucederá el día que se revele el Hijo del hombre. Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas; igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. 

Acordaos de la mujer de Lot. El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará.

 Os digo que aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán». 

Ellos le preguntaron: «¿Dónde, Señor?». Él les dijo: «Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres».

No podemos vivir olvidados de Dios, distraídos y embebidos en las cosas solo comiendo y bebiendo preocupados por los bienes terrenos. Jesús nos advierte de la ceguera espiritual que nos impide captar en el interior de los acontecimientos buenos o malos esos mensajes de los que Dios no priva a quienes le reconocen como tal: “El que pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará”

JUEVES

“ El reino de Dios está dentro de vosotros ”



según san Lucas 17, 20-25 

Entre los judíos, el nombre propio de Dios es YAHVEH (Ex 3, 14). Pero es tanto el respeto ante este nombre, que prefieren sustituirlo con metáforas como Reino de Dios o Reino de los Cielos.

En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús: «¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?».

Esperan una llegada espectacular. ¿A quién no le gustaría eso mismo de modo que todo el mundo quedase maravillado y adquiriera sensatez? Pero Dios no gusta de lo grandioso o espectacular.

 Él les contestó: «El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “Está aquí” o “Está allí”, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros». 

Ha llegado de manera humilde y sencilla. Jesús lo pone de manifiesto con su vida; también con sus parábolas. Y quiere que nuestra atención no se centre en el cuándo o el cómo, sino en el momento presente, porque el Reino de Dios es una realidad que hemos de vivir aquí y ahora.

Dijo a sus discípulos: «Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis. Entonces se os dirá: “Está aquí” o “Está allí”; no vayáis ni corráis detrás, pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día.

 Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación».


Nos toca vivir el tiempo presente esperando la plenitud del Reino de Dios. Ya lo estamos viviendo, aunque sea de forma incompleta. El tiempo es la espera de Dios que mendiga nuestro amor (Simone Weil).

Entramos en la plenitud del Reino de Dios cuando abrimos de par en par las puertas del corazón al Dios Amor. Así nos lo dice una mística: Déjate amar. Él te ama así, tal como eres. No temas, confía, pues nada se antepone al amor de Dios para contigo, ni tus propios pecados (Santa Isabel de la Trinidad).

MIERCOLES

“ Levántate, vete; tu fe te ha salvado ”



Según san Lucas 17,11-19 

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. 

Es como  una llamada de atención a cada uno de nosotros para que hagamos  examen de conciencia sobre que damos  gracias a Dios.

Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». 

Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. 

Los diez sanaron. En verdad, todos sanamos, porque a todos nos alcanza la salvación, ya que el Padre quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4). 

Como lo puede, si lo quiere lo consigue, aunque no entendamos cómo: el Padre es principio de todo y fin nuestro (1 Cor 6, 8).

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. 

Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: «No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». 

Los nueve, buenos judíos ellos, están habituados al cumplimiento escrupuloso de la ley. No les parece bien que uno desobedezca y se vuelva atrás para dar gracias. Eso no está escrito en los libros de la ley. Claro que todo queda claro para ellos cuando se dan cuenta de que se trata de un pobre samaritano, un incompetente en cosas de religión. La decisión correcta, no faltaba más, es la suya.

Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado»

Le duele a Jesús el legalismo, la falta de sensibilidad de los nueve que no han vuelto. Podían haber postergado unos momentos su presentación a los sacerdotes. El rigor de la ley sofoca el aliento del Espíritu. Sin embargo, el aliento del Espíritu no sofoca la ley; al contrario, le pone alma. 

Que no seamos como los  leprosos  desagradecido. Que  te demos gracias  Señor por todo  ya  que todo lo hemos recibido de Ti. También por lo malo incluido los accidente, estaba en tus planes, pero Tu nos miras como  una madre

Como el leproso samaritano; vivir, como María de Nazaret, en un ininterrumpido Magnificat. Alabar y agradecer es lo primero para quienes, por fe, entendemos un poco de qué va la cosa.

MARTES

“ Hemos hecho lo que teníamos que hacer ”





San Pablo VI lo dejó dicho en su exhortación Evangelii Nuntiandi: la Iglesia existe para evangelizar. Esa es su misión. No de la institución como tal, no sólo de su jerarquía sino de todos los bautizados, que son enviados a proclamar la Buena Noticia hasta los confines del orbe

según san Lucas 17, 7-10 

La parábola quiere enseñar que nuestra vida debe caracterizarse por la actitud de servicio.

En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida ven y ponte a la mesa”? 

¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? 

De ninguna manera la parábola debe interpretarse como queriendo dar la imagen de un Dios tirano y sin compasión, dado que cada parábola sólo expone una verdad determinada. Sabemos, por el contrario, que Jesús mismo nos revela la imagen de un Dios que se hace «servidor».

¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?

 Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

Esa es nuestra actitud para que se haga realidad el Reino de Dios: hagamos lo que debemos hacer. El Evangelio nos invita a reconocer nuestra realidad de servidores y a vivir en humildad, obrando de acuerdo a esta verdad.



Esa es la misión exigente para la que se nos apremia. Y no caben reconocimientos ni palmaditas en la espalda por haber comparecido en las plazas y en el areópago contemporáneo a exponer lo que significa vivir conforme a Cristo, conscientes del amor del Padre en nuestras vidas.

LUNES

“ Auméntanos la fe ”



En el contexto de su segunda etapa del viaje a Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, esta vez para abordar tres temas muy importantes para la vida comunitaria: el escándalo, el perdón y la fe. Y lo hace en medio del acecho de los fariseos contra quienes se enfrenta una y otra vez. De hecho, hemos escuchado, en el capítulo anterior, a Jesús, hablando así a los fariseos:“Vosotros queréis pasar por hombres de bien ante la gente, pero Dios conoce vuestros corazones.”

según san Lucas 17,1-6 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca! 

Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás». 

El mejor remedio contra todo mal y contra toda violencia es el perdón. Un perdón que sea gratuito y que no espere ser correspondido. Un perdón que tiene poco que ver con la justicia; ni la justicia del ojo por ojo, ni la justicia en que se amparan distintos tipos de memoria histórica. Un perdón como el expresado en la oración del Crucificado: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).

Los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». 

Y ellos, como nosotros, tan penosamente timoratos y cobardes. Pero, ¿dónde encontrar la energía para creer? Porque el abandono propio de la fe es la máxima osadía posible para un ser humano. A pesar de todo, Jesús nos invita a confiar incondicionalmente en Él; sin peros ni reservas. Repetiremos con frecuencia la oración de los discípulos: Auméntanos la fe. Y Él, que se comprometió a darnos lo que pedimos, nos irá moldeando firmes y libres, a su imagen y semejanza.

El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería».

¿Cómo es que puede dar vida a los muertos y no puede infundir una fe sólida en los discípulos? Es que para que el discípulo disfrute de fe inquebrantable necesita pasar por la experiencia de la cruz. De la cruz a la resurrección, a la nueva vida.


 DOMINGO

“ Velad, porque no sabéis el día ni la hora ”


La parábola de las vírgenes necias y prudentes es un ejemplo de la llamada a estar vigilantes. El Señor dice con claridad que es una parábola que habla del Reino de los Cielos, y es la única ocasión en que la expresa en futuro (v. 1). Se refiere, por tanto, a los cristianos que han sido llamados a la Iglesia y han respondido a esa llamada. Pero no basta con esperar, también hay que actuar:

evangelio según san Mateo 25, 1-13 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. 

Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. 

Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.

 El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. 

A medianoche se oyó una voz: “¡Qué llega el esposo, salid a su encuentro!”. 

Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. 

Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.

 Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.

 Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. 

Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».

La enseñanza es clara: no es suficiente con que estemos en la Iglesia, esperando sin más el acontecimiento definitivo; hay que mantener viva la fe y hacer buenas obras: «Vela con el corazón, con la fe, con la esperanza, con la caridad, con las obras (...); prepara las lámparas, cuida de que no se apaguen, aliméntalas con el aceite interior de una recta conciencia; permanece unido al Esposo por el Amor, para que Él te introduzca en la sala del banquete, donde tu lámpara nunca se extinguirá»


Dios está en nosotros todos los instantes de nuestra vida para que podamos llevarla a plenitud; y esa es la mejor manera de estar siempre preparados para morir.

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