Hasta hace cuatro días, nuestra sociedad occidental, estaba totalmente impregnada (por lo menos exteriormente) del aroma del Evangelio.
En la actualidad, y por diversas razones que todos conocemos, urge y se nos presenta una nueva evangelización.
Esta sólo será posible si cada cristiano (seamos muchos o pocos) nos ponemos como objetivo de nuestro paso por el mundo, el deseo de ser levadura.
De iniciar a muchos desde cero en su práctica cristiana.
Ser levadura, acostumbrados a ser masa, es difícil.
Pero el Señor, por si lo hemos olvidado, nos da la seguridad de que en medio de la noche oscura, dificultades, persecuciones, falta de vocaciones, etc., el Espíritu Santo sigue actuando. Me gusta aquello del viejo poeta: “no seamos salero, seamos luz; no seamos sol, seamos estrellas; no seamos océano, seamos gotas de agua, no pensemos en ser bosque que cada uno sea un árbol”.
No es bueno plegarse de brazos, por supuesto que no, pero tampoco es positivo el que lleguemos a pensar que “esta empresa” es tan nuestra, que no dejemos a Dios la suficiente libertad para actuar en ella o seamos tan desconfiados que creamos que, el presente y el futuro de la fe, depende exclusivamente de nuestros esfuerzos y empeños pastorales.
Os propongo la siguiente oración para terminar mi homilía:
Señor;
Porque tu siembra fue buena en mí, dale constante crecimiento
Porque tu siembra puede malograrse, vela por ella hasta el final
Porque tu siembra es pequeña, haz que –aún siendo invisible- se haga grande
Porque tu siembra puede ser asolada, cobíjame a la luz de tu Espíritu
Porque tu siembra puede ser robada, asegúrame con la llave de la oración
Porque tu siembra puede ser asfixiada, aparta de mí aquello que la aprisiona
Porque tu siembra puede quedar en nada, hazla fructificar con el abono de tu gracia
Amén
Javier Leoz
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