8 de Diciembre festividad de la Inmaculada Concepción.
Nos recuerda que Maria estuvo libre de todo pecado, desde el primer instante de su concepción.
La Inmaculada no es una representación más de la Virgen Maria, es símbolo de su pureza, bondad y la belleza que sólo Ella conserva.
Nadie llegó a plasmar todo ese simbolismo mejor que Murillo (Sevilla,1617-1682), conocido como el pintor de la dulzura, de los niños y sobre todo de la Inmaculada.
Tipificó el modelo a seguir (con manto azul y traje blanco), creando una Virgen joven, bella y de grandísima dulzura.
Se conocen cerca de veinte cuadros con el tema de la Inmaculada pintados por Murillo, una cifra solo superada por José Antolínez y que ha hecho que se le tenga por el pintor de las Inmaculadas, una iconografía de la que no fue el inventor pero que renovó en Sevilla, donde la devoción se hallaba profundamente arraigada.
La más primitiva de las conocidas probablemente sea la llamada
INMACULADAS DEL MUSEO DE BELLAS ARTES DE SEVILLA
Concepción Grande, Sevilla,
pintada para la iglesia de los franciscanos, donde se situaba sobre el arco de la capilla mayor, a gran altura, lo que permite explicar la corpulencia de su figura.
Por su técnica puede llevarse a una fecha cercana a 1650, cuando se reconstruyó el crucero de la iglesia tras sufrir un hundimiento.
Ya en esta primera aproximación al tema Murillo rompió decididamente con el estatismo que caracterizaba a las Inmaculadas sevillanas, atentas siempre a los modelos establecidos por Pacheco y Zurbarán, dotándola de vigoroso dinamismo y sentido ascensional mediante el movimiento de la capa, influido posiblemente por la Inmaculada de Ribera para las agustinas descalzas de Salamanca, que pudo conocer por algún grabado.
La Virgen viste túnica blanca y manto azul, conforme a la visión de la portuguesa Beatriz de Silva recordada por Pacheco en sus instrucciones iconográficas, pero Murillo prescindió por entero de los restantes atributos marianos que con carácter didáctico abundaban en las representaciones anteriores y de la tradicional iconografía de la mujer apocalíptica dejó sólo la luna bajo sus pies y el «vestido de sol», entendido como el fondo atmosférico de color ambarino sobre el que se recorta la silueta de la Virgen.
Sobre una peana de nubes sostenida por cuatro angelotes niños y reducido el paisaje a una breve franja brumosa, la sola imagen de María bastaba a Murillo para explicar su concepción inmaculada
Inmaculada del Padre Eterno
Inmaculada del coro "la Niña"
Origen: Convento de Capuchinos (Sevilla)
Recibe este nombre por aparecer en la parte superior el Padre Eterno en una actitud acogedora en la que exime a María del pecado original. En la parte inferior del cuadro un globo terráqueo y un dragón representan el dominio del pecado original sobre la humanidad sobre el que María resplandece triunfadora. Su composición en diagonal muestra su profunda inspiración barroca. Se expone actualmente en el Museo Provincial de Bellas Artes de Sevilla, en la que fue iglesia del Convento de la Merced.
Inmaculada
1670
Adquirido por el estado en 2013
Presenta los rasgos tradicionales de las Inmaculadas de Murillo: mujer joven con el cabello largo, túnica blanca y manto azul recogido sobre el hombro. Está coronada por doce estrellas y en su base varios ángeles sostienen la palma, las rosas, las azucenas y el espejo, todos ellos atributos de la Virgen.
Se expone actualmente en el Museo Provincial de Bellas Artes de Sevilla, sala VII.
Inmaculada del Palacio arzobispal de Sevilla
La segunda aproximación de Murillo al tema inmaculista está relacionada también con los franciscanos, los grandes defensores del misterio, y es en rigor un retrato, el de fray Juan de Quirós, que en 1651 publicó en dos tomos Glorias de María.
El cuadro, de grandes dimensiones y actualmente en el Palacio arzobispal de Sevilla, fue encargado en 1652 a Murillo por la Hermandad de la Vera Cruz que tenía su sede en el convento de San Francisco.
El fraile aparece retratado ante una imagen de la Inmaculada, acompañada por ángeles portadores de los símbolos de las letanías, e interrumpe la escritura para mirar al espectador, sentado frente a una mesa en la que reposan los dos gruesos volúmenes que escribió en honor de María.
El respaldo del sillón frailuno, superpuesto al borde dorado que enmarca la imagen, permite apreciar sutilmente que el retratado se encuentra ante un cuadro y no en presencia real de la Inmaculada, cuadro dentro del cuadro enmarcado por columnas y festones con guirnaldas.
El modelo de la Virgen, con las manos cruzadas sobre el pecho y la vista elevada, es ya el que el pintor va a recrear, sin repetirse nunca, en sus muy numerosas versiones posteriores
Inmaculada Concepción con seis figuras
Pintada para la iglesia de Santa María la Blanca para el testero
Murillo pintó en 1665 está Inmaculada Concepción que acompañaría en el mismo emplazamiento al Sueño del patricio y la Visita al Pontífice.
La Inmaculada aparece en una postura característica: en pie, con las manos juntas a la altura del pecho y desplazadas hacia su izquierda, sobre las nubes que hacen un trono y acompañada por un grupo de ángeles y serafines.
Viste su tradicional túnica blanca y manto azul y dirige su mirada hacia un grupo de seis fieles que representan a la cristiandad en todas sus edades ya que muestra a un niño, tres adultos y dos ancianos. Al menos dos de los personajes parecen retratos. Se trata de las figuras que aparecen a la izquierda de la composición, identificándose el clérigo que se muestra en primer término como el licenciado Domingo Velázquez Soriano -uno de los principales promotores de las obras en el templo de Santa María la Blanca- mientras que el clérigo más joven que se sitúa tras él podría ser su auxiliar, el bachiller Salvador Rodríguez, cura interino tras la muerte del licenciado.
Se especula con la identidad del personaje de espaldas, considerando que se trata de don Manuel Pérez de Guzmán, marqués de Villamanrique y vecino de la iglesia al habitar en la casa contigua al templo.
Si esto es así el niño podría ser su hijo, don Melchor Pérez de Guzmán que en aquellos momentos contaba con trece años de edad.
Como viene siendo habitual en esta década de madurez, Murillo no abandona el naturalismo de épocas anteriores pero ahora lo suaviza al emplear unas iluminaciones más sutiles que crean unos sensacionales efectos atmosféricos, diluyendo las contornos y creando unas sensaciones aéreas que recuerdan a Velázquez.
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