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domingo, 3 de septiembre de 2023

COGERE TU CRUZ. SEÑOR

Aquel Pedro que fue inspirado por el mismo Jesús para su profesión de fe “Tú eres el hijo de Dios” hoy es puesto sobre las cuerdas: tú no piensas como Dios, piensas como los hombres. La fe es gracia y es regalo. Es un privilegio que Dios nos concede. Desde esa luz, que es la fe, podemos alumbrar todo lo que acontece en torno a nosotros e, incluso, nuestras mismas personas. 


 Como a Pedro, al mundo de hoy, no le seduce demasiado el sufrimiento. Preferimos una fe de bizcocho a una fe probada; una fe de gloria a una fe de calvario; una fe de sentimientos a una fe de conversión, una fe con camino llano más que aquella otra expresada en camino angosto o empedrado duro. 

 Pensar como Dios exige optar por lo que el mundo nos oculta. Pensar como los hombres puede llevarnos a perdernos en unos túneles sin salida, a caer en unos pozos sin fondo. 

 El camino que Jesús nos propone, no es el de los atajos que el discurso materialista nos vende machaconamente. No es aquel del escaparate del triunfo, sino aquel otro que se fragua en el escenario del servicio. No es el de la apariencia, sino el trabajar sin desmayo allá donde nadie oposita. Para que brille el sol es necesario que el cielo esté limpio de nubes. 

Jesús, en el evangelio de este domingo veraniego, nos advierte que para que destelle Dios con toda su magnitud en nosotros, no hemos de ser obstáculo. El sufrimiento y la cruz, o dicho de otra manera, las contrariedades, oposición, zancadillas, sinsabores, incomprensiones, etc., lejos de rehusarlas hemos de aprender a valorarlas y encajarlas desde ese apostar por Jesús de Nazaret en un contexto social donde, a veces, se oyen más las voces de los enemigos de Dios que la labor transformadora de aquellos que creemos en El. 

 ¿A quién le apetece un camino con espinas? Jesús nos lo adelanta. Y los primeros testigos del evangelio (apóstoles y mártires) lo vivieron en propia carne: ser de Cristo implica estar abierto a lo que pueda venir. Incluso dar la vida por El. Frente al único pensamiento que algunos pretenden imponernos (que puede distar mucho del pensamiento que Dios tiene sobre el mundo) no cabe sino ser fuertes para abrazar la cruz cuando sea necesario.



Los cristianos no podemos hacer como los avestruces; dicen que cuando ven peligro a su alrededor bajan la cabeza y la esconden entre su plumaje. Nuestra fe nos exige opciones y, una de ellas, es precisamente ser fuertes ante nuestras propias realidades. Frente aquello que sabemos que convive con nosotros y que nos acompañará indefinidamente: el sufrimiento o la duda, la ansiedad o el dolor, la contradicción o la cruz. 

 ORACIÓN

COGERÉ TU CRUZ, SEÑOR Pues su madera, bien lo sé, Jesús es escalera que conduce a la Resurrección. Cogeré tu cruz, Señor, pues su altura, es altura de miras para los que creen en otro mundo para los que esperan en Dios para los que, cansándose o desangrándose, saben compartir y repartir en los demás. 

Cogeré tu cruz, Señor, pues sus clavos, pasan la carne pero no matan la fe. Es la fe, quien a la cruz, le da otro brillo y hasta otro color: ni es tan cruel ni es definitiva. Después de la cruz, vendrá la vida. ¡Dame tu cruz, Señor! Merece la pena arriesgarse por Ti Merece la pena sembrar en tu campo Merece le pena sufrir contratiempos Merece la pena adentrarse en tus caminos sabiendo que, Tú, los recorriste primero. ¡Cogeré tu cruz, Señor! 

REFLEXIÓN



Nuestro seguimiento a Jesús no es camino dulce. Nuestra amistad con Cristo no nos lleva a una mesa repleta de tarta de manzana o vinos de solera. Pero, eso sí, quien siga hasta el final (ojala estemos en esa final todos los que estamos en esta Eucaristía) se encontrará, nos encontraremos, con las promesas fielmente cumplidas por Cristo.

 Mientras tanto, lejos de mirar hacia el cielo esperando una señal de que estamos en la dirección adecuada, nos volcaremos de lleno en nuestra misión de cristianos. Que lejos de escondernos, como si fuéramos ciudadanos de segunda o de tercera, sepamos sazonar todas las situaciones que nos vienen a la mano, desde la seguridad de que Dios nos acompaña y nos aconseja. ¡Feliz Día con el Señor!


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