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viernes, 2 de febrero de 2024

MIS OJOS HAN VISTO AL SALVADIR

Lectura del santo Evangelio según Lucas (2, 22-40) 

 Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». 


Mis ojos han visto a tu Salvador

Celebramos hoy en la Iglesia la fiesta de la Presentación del Niño Jesús. María y José, fieles a la tradición de su pueblo, entran en el Templo con su Hijo a los 40 días de su nacimiento. Del mismo modo, también nosotros, 40 días después de la Navidad, somos llevados y presentados por nuestra Madre la Iglesia ante el Dios vivo y verdadero para sentir su presencia y como Simeón tendamos nuestras manos y abracemos a Jesús.

Jesús pasa inadvertido. No todos se dan cuenta en el templo de su presencia. Los sacerdotes, demasiados ocupados con los ritos que deben realizar, no advierten nada en especial. Sólo el anciano Simeon y la anciana Ana se dan cuenta. Movido por el espíritu, Simeon toma en su brazo a Jesús, cosa que solo le corresponde al sacerdote y él no lo es y nos recuerda, además, que el Hijo de Dios acude siempre a la cita para que cada cual le tienda los brazos y se funda estrechamente con Él pues para encontrarse con Dios hay que poner todo el corazón en ello.


Como esos abuelos de mucha edad que expresan ante el nacimiento de un nieto o cualquier acontecimiento familiar de categoría extraordinaria: ‘ya puedo morirme en paz’.

 Pues eso mismo es lo que dice Simeón, con bellísimas palabras dirigidas a Dios que le ha permitido conocer al Salvador de Israel. Y su lengua se desata porque ese encuentro cara a cara con el Señor, aunque sea un bebé con la cuarentena (el puerperio era tiempo impuro y las madres tenían que purificarse ellas mismas y presentar al hijo en el templo), mueve al corazón a un profundo agradecimiento que no hay forma de refrenar en silencio. Bendito sea Dios que te concede la gracia de que tus ojos hayan visto al Salvador.

Después dice a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). ¡Madre!, —le digo— cuando llegue el momento de ir a la casa del Padre, llévame en brazos como a Jesús, que también yo soy hijo tuyo y niño.

NOSOTROS

Del mismo modo, también nosotros, 40 días después de la Navidad, somos llevados y presentados por nuestra Madre la Iglesia ante el Dios vivo y verdadero para sentir su presencia y como Simeón tendamos nuestras manos y abracemos a Jesús.



¿Iluminamos con nuestra fe o dejamos que otros iluminen con lucecillas todos los aspectos de nuestra sociedad?

No tengamos miedo de ser candelas en este día de la Candelaria.

LUZ PARA EL MUNDO

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