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viernes, 27 de enero de 2023

TERCER DOMINO DEL T ORDINARIO

SÁBADO

“ ¿Aún no tenéis fe? ”




según san Marcos 4,35-41 

Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». 

El atardecer es el momento que se va luz y, con la falta de luz, la desorientación, el no saber uno donde está. Y esta sensación de oscuridad, de no ver con claridad, de hallarse uno como perdido en la vida, es una experiencia que sentimos todos.

Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. 

Hay que pasar “a la otra orilla”, a la orilla de la fe, de la oración, de la presencia de Dios.

Pero Jesús es tan condescendiente que no nos deja nunca solos. No dice: “Pasa a la otra orilla” sino “Pasemos”. Él siempre viene con nosotros y nos acompaña.

Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. 

Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». 

Por eso se extraña de la poca fe de los discípulos en la barca. Jesús duerme para probar su fe.

Es muy difícil poder dormir con fuerte viento y unas olas que ya han entrado en la barca hasta mojar sus pies.

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». 

El viento cesó y vino una gran calma. 

Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». 

Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».



Jesús pide a los discípulos de todos los tiempos “que se fíen de Él” Es más, cuando arrecian los vientos de las dificultades y las olas amenazan con hundir la barca de la Iglesia, no hay que pensar en otra barca. Sólo hay una solución: “embarcarse con Jesús, aunque nos parezca que Él está dormido”. Hay que poner a Jesús en el centro de la vida

VIERNES

“ El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra ”





según san Marcos 4,26-34

Las parábolas que se nos comunican hoy nos invitan a seguir trabajando en la construcción del Reino, aunque a veces no veamos los frutos de la siembra

 En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. 

Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.

Son una invitación a no estar ansiosos o dependientes de los supuestos éxitos o de inmediatas respuestas a nuestros esfuerzos.

Se nos presenta por partida doble para abundar en la virtud de la paciencia, tan ligada a la humildad y, en última instancia, a la esperanza.

 La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. 

El Reino crece, lentamente, ocultamente, y cuando menos lo esperamos vemos sus frutos. Hoy más que nunca debemos tener confianza y creerle a Dios, pues no somos nosotros quienes hacemos crecer la semilla, sino Él.

Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».

 Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra». 

También hay que aguardar con paciencia que el grano de pimienta se convierta en un frondoso arbusto bajo cuyas ramas cobijarse

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

La construcción del reino de Dios también precisa de santa paciencia, de esa espera confiada en que la siembra produzca su fruto llegado el momento. Pero sin angustiarse de que no lo veamos crecer ni, mucho menos, segar.

A veces nos cohibimos de sembrar pensando que nuestra “semilla” es pequeña, no nos atrevemos a anunciar el Reino de Dios, porque “tenemos poco que decir”. 

Ninguna semilla es demasiado pequeña. Si hemos recibido la Palabra de Dios anunciando el Reino, tan solo tenemos que arriesgarnos, atrevernos a regar la semilla. No olvidemos que esa Palabra tiene poder creador, capaz de hacerla germinar aún en las condiciones más desfavorables

JUEVES

“ ¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín? ”



Jesús nos pone un ejemplo bien comprensible. Un candil, una lámpara no se pone debajo de la cama, sino bien a la vista para que cumpla su misión, alumbrar, dar luz, vencer las tinieblas. Así hemos de predicar el evangelio.

según san Marcos 4,21-25 

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: -«¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? 

Las buenas noticias no se pueden silenciar, la buena noticia de Jesús hay que extenderla a los cuatro vientos para que alegre el corazón a cuanta más gente mejor y les haga saborear la felicidad que todos deseamos.

Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. 

El que tenga oídos para oír, que oiga».

Jesús quiere que vivamos la fe con tal limpieza y transparencia; que nunca tengamos nada que ocultar. Lo que más convencía al pueblo que seguía a Jesús era la coherencia. Entre lo que predicaba y lo que vivía nunca había ningún desajuste. Eso le diferenciaba de los fariseos hipócritas que compaginaban perfectamente la doble vida.

 Les dijo también: -«Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces.

Jesús remacha el mensaje de la parábola del sembrador con esta otra imagen del candil que se pone en alto para que alumbre en vez de ponerlo debajo de un celemín para que su luz se vea amortiguada y no cumpla su función.
 La misión del candil es alumbrar y es de locos ir contra ese cometido.

 Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.


Si escondemos a Dios con nuestras actitudes y pensamientos, Dios se descubrirá por su propia luz. La vida siempre se hace presente, nunca es un recuerdo. La vida no se oculta, ni tampoco se destruye, la vida como la luz saldrá de las penumbras humanas y mostrarán una realidad diferente.


 La misión del cristiano es anunciar la buena nueva que Jesús vino a traer al mundo, la salvación que nos redime del pecado y es de locos ir contra ese cometido. No se nos ha dado la palabra de vida para que la ocultemos, celosos o medrosos, sino para que la gritemos como el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. El que tenga oídos para oír, que oiga. Y ya sabe lo que tiene que hacer.  

MIERCOLES

“ Id por todo el mundo,…a toda la creación ”


según san Marcos 16, 15-18 

El Evangelio de hoy nos presenta el mandato de la misión: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”. Todo cristiano participa de esta misión de evangelizar, mientras quede alguien, -aunque solo sea uno- , que no conozca el amor de Dios.

En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. 

El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. 

A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. 

Encontrarse con el tesoro, que no es otro, que Cristo, el Señor, el cual, puede dar plenitud a su existencia, y la fe se hace contagiosa, no se puede ocultar, el gozo, la alegría, la esperanza, la paz, el estilo de vida, … tantos dones nos aporta, que es imposible disimularlos o disfrazarlos.

El encuentro con el Señor nos transforma.

Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».



Recordando que Él los envió a todas las gentes. Y en ese “todos” de hace más de dos mil años estábamos también nosotros. Jesús nos señala también a no seleccionar quién es digno y quién no de recibir su mensaje y su presencia.

Dios ama a todos y quiere salvar a todos, y por eso llama a algunos, «conquistándolos» con su gracia, para que a través de ellos su amor pueda llegar a todos. La misión del pueblo de Dios es la de anunciar las maravillas del Señor.

MARTES


“ El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano... ”

según san Marcos (3,31-35) 

Poco antes, sus parientes habían salido a calmarlo porque decían que estaba fuera de sí (Mc 3, 21). Parece que vuelven ahora con parecida intención y le mandan llamar. No le entienden. No entran en la casa. Se quedan fuera, esperando. Están convencidos de que lo hacen por cariño. No se dan cuenta de que el suyo es un cariño tóxico, porque no le permiten a Jesús ser Él mismo.

En aquel tiempo, llegaron la madre de Jesús y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». 

Jesús no desestima sus relaciones familiares sanguíneas. Al contrario, le da un nuevo significado. El Señor tiene un corazón universal, no se deja limitar. Las únicas fronteras de su familia son las fronteras del mundo; se siente hermano de todo aquel que hace la voluntad de Dios; así desde ahora, todos somos familia de Jesús.

Él les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?».

 Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».

La respuesta de Jesús puede parecer poco delicada para con su madre que acompaña, medio secuestrada, a los parientes. A María, sin embargo, las palabras de Jesús le suenan a hermoso y delicado piropo. Las palabras de Jesús podrían parecer también un menosprecio de los vínculos familiares.



En la gran familia de los unidos por el vínculo de la fe, todos somos madres y padres, hermanos y hermanas, bajo el Padre común de todos. A nadie se le excluye. A nadie se le cierra la puerta. Los lazos de la sangre son buenos porque son imprescindibles. Los lazos de la fe son mejores porque nos abren a horizontes mucho más amplios y luminosos.

LUNES

“ El que blasfeme contra el Espíritu Santo ”


según san Marcos 3, 22-30

A Jesús le están dando palos por todas partes. Le cuestionan todo y van a la yugular. Lo acusan de pertenecer a la esfera del mal, que sus obras por muy buenas que parezcan vienen del reino del Mal

Le disputan a Jesús su obra, imputándola a Satanás en vez de a Dios. Pero el Señor, que lee los corazones de sus oponentes dialécticos, le da la vuelta al argumento con sutileza: si los prodigios que observan son obra de Belzebú, entonces es que le queda poco de reinado al príncipe de este mundo puesto que está contra sí mismo

 En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». 

El reino de Dios está presente y al hacerse presente inaugura un tiempo nuevo en el que el pecado, el mal que es propio de Satanás, está siendo vencido.

Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas: «¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. 

Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. 

En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre». 

Quien niega el amor implícito que trae la Trinidad es quien merece la condena eterna. Blasfemar contra el Espíritu Santo es tanto como negar su capacidad para convertir el corazón propio y volverlo hacia Dios.

Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.


Jesús con su palabra y obra está dando por finalizado el poder del mal en la vida de los hombres. El mal tiene ya fecha de caducidad.
 Ahora bien, hay que optar, la vida siempre nos obliga a tomar partido. Los maestros de la ley con su sabiduría han hecho su opción, han decidido no crecer, no aceptar la novedad del Reino,.
 En cambio, Jesús se ha puesto de parte de la vida y nos recuerda la otra cara de la elección: el sacrificio que nunca es gratuito. Lo que en última instancia se elige es ser más, ser mejor. Y Jesús optó por un determinado estilo de vida, y eso le costó la vida misma: su vida estuvo tejida de múltiples sacrificios y la cruz es la firma final con la que él rúbrica su proyecto de amor.

 DOMINNGO


“ Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos ”


según san Mateo 4, 12-23 

El Evangelio de hoy nos recuerda el momento en que Jesús comenzó a predicar. El evangelista Mateo nos lo presenta como el momento en que se cumple una antigua profecía de Isaías: “El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande”. Y esa luz es Él mismo, es su presencia y su palabra.

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.

 El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló». 

Jesús llega como con prisa: apremiando, sacudiendo por el hombro a los soñolientos, a los demasiados tranquilos, a los instalados. Para que quede bien claro, desde el principio, que hay mucha tarea por delante. Que el Reino de Dios no es una fruta silvestre, al alcance de la mano del primero que pasa; sino más bien el final de un largo esfuerzo, donde se han ido amasando, codo a codo, el pequeño sudor del hombre y la gracia vivificante del Señor. Que no hay tiempo que perder. Que hay que poner manos a la obra.

Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». 

¿Y cuál es la tarea? Nada más y nada menos que esta: "convertíos" Así de claro, así de radical. Convertíos es tanto como decirnos que nos hemos equivocado de camino, que igual llevamos demasiado tiempo dando vuelta a la noria de nuestro yo, que no podemos seguir acumulando riquezas que terminaran pudriéndose un día en nuestras manos. 

 Convertirse es cambiar de vida, hacer borrón y cuenta nueva.

Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. 

Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

¿Y cuál es la tarea? Nada más y nada menos que esta: "convertíos" Así de claro, así de radical. Convertíos es tanto como decirnos que nos hemos equivocado de camino, que igual llevamos demasiado tiempo dando vuelta a la noria de nuestro yo, que no podemos seguir acumulando riquezas que terminaran pudriéndose un día en nuestras manos. Que ya está bien de desigualdades y guerras, de pisar al otro, de las mentiras, odios y violencias. Convertirse es cambiar de vida, hacer borrón y cuenta nueva.

Escucha, acoge y anuncia la Palabra de Dios. Y el amor de Dios se extenderá en el corazón de muchos por la acción del Espiritu Santo.

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