Comenzamos el año litúrgico. Iniciamos el año cristiano con todo lo que debe de suponer de renovación para nuestra vida cristiana. El adviento, por lo menos para mí, es como una nueva oportunidad que Dios nos da para entender y comprender, asimilar y celebrar el gran acontecimiento que ha marcado el rumbo de gran parte de la humanidad: el Nacimiento de Jesús.
El adviento es una especie de “repesca” por parte de Dios de aquellos que nos resistimos a verle en las luchas de cada jornada, en las cruces y en las sombras de nuestra existencia.
Es un actualizar, como si fuese hoy aquel entonces, el primer adviento que fue el anuncio, de la primera navidad.
En el contexto de secularismo, laicismo, aconfesionalidad, etc., tan feroz en que nos encontramos más de uno y de dos quisiéramos prodigios y milagros espectaculares que avalasen nuestras tesis, que hiciera más razonable nuestra fe y más demostrables nuestros sentimientos.
Si algo necesitamos en este tiempo histórico, y estaremos todos de acuerdo en ello, es un poco de esperanza. Y, mira por donde, el ADVIENTO –bien vivido, celebrado y sensibilizado- nos incita a la espera. A levantar el ánimo y la cabeza. En definitiva, el Adviento, nos recuerda que –aun teniendo los pies en la tierra- hemos de prepararnos a la venida del Señor que viene del cielo.
¿Qué nos puede ocurrir a la hora de situarnos ante al Adviento?
Primero: que lo vivamos como una repetición y rutinariamente. Sin más trascendencia que unas fiestas, que además nos dejara los bolsillos vacíos. ¿Queremos esta falsa esperanza? Me imagino que no. ¿Queremos una cesta de la compra llena, o un corazón colmado de Dios?
Segundo: podemos entender estas semanas de adviento, como el pregón de unos días en los que, las tradiciones o el folklore, juegan un papel importante en muchos lugares de nuestro orbe cristiano, pero sin más consecuencia
Y tercero: adentrarnos en el Adviento es desear a voz en grito, que Dios baje a la tierra. Es querer una realidad distinta a la que nos toca vivir. Es añorar para nuestro mundo una mano que enderece lo torcido. Es mirar hacia el cielo pidiendo a Dios que se manifieste en medio de nosotros. ¡Este es el momento que tenemos que vivir!
El Adviento: preparar el camino al Señor que viene
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