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domingo, 8 de mayo de 2022

HIJO ¡HE AHÍ A TU MADRE!

  ¡HE AHÍ A TU MADRE! 




La respiración de Jesús se hace cada vez mas trabajosa.

 Dilátasele el pecho por beber un poco más de aire, la cabeza le martillea por las heridas; el Corazón le late acelerado, vehemente, como si quisiera escapársele, la fiebre ardorosa de los crucificados le quema el cuerpo, sujeto a dos palos con cuatro hierro; aquel cuerpo que tantas veces ha sufrido a fuerza de contener un alma demasiado grande, y que es ahora una hoguera de dolor, en la que arden al mismo tiempo todos los dolores del mundo. 



Quiso Dios que la Naturaleza mostrase estupor por la muerte de su Hijo muy amado, y en pleno día, «el sol se oscureció y las tinieblas se extendieron por toda la región y duraron hasta las tres de la tarde».

 Muchos, atemorizados por la invasión de aquellas tinieblas, huyen del monte a sus casas. 

Quedan algo más solitarios los alrededores de la cruz. Jesús saborea el terrible abandono. Todos están lejos de él: los compañeros de los caminos felices, los confidentes de sus bondades, los 409 pobres que le miran con amor, los niños que ofrecían la cabeza a sus caricias, los curados que le seguían agradecidos, los discípulos que le habían prometido no abandonarle nunca... 


Pero todos, no. Un grupo de amantes estaba lejos y ahora se acerca a la cruz. Son el discípulo Juan y algunas mujeres, entre las cuales está la madre de Jesús. «Ella no me abandona», piensa el divino Mártir, al sentirla junto a sí. 




María dolorosa a los pies de Jesús crucificado no es sólo la madre que sufre inmensamente los dolores y la muerte del Hijo santo: es la madre del Redentor, que asiste consciente y voluntaria al gran sacrificio de nuestra reconciliación; es la madre del Sacerdote, que, en una sublime conformidad con el querer divino, ofrece espiritualmente y en expiación de nuestros pecados la Víctima que ella misma dio a luz y alimentó y preparó cuidadosamente; es la Virgen María que siente ahora los dolores de una maternidad espiritual e inefable, cuando nacen los nuevos hermanos de Jesús, los redimidos con su sangre. 

En Adán por Eva, todos pecamos y morimos; en Jesús por María, todos somos santificados y vivimos. María está de pie junto a la cruz de Jesús. De pie, en un martirio del alma y en una conformidad insuperable: «Vosotros los que pasáis por el camino, atended y mirad si hay dolor comparable a mi dolor.» 

De pie esta la Mujer fuerte, mientas los hombres han huido. De pie nuestra Mediadora, junto a nuestro Salvador. De pie nuestra Corredentora, junto a nuestro Redentor. De pie nuestra Madre en la gracia, junto al Autor de la gracia. 



Quiere Jesús que esta realidad de María, madre de todos los cristianos, realidad existente desde el momento en que fue hecha madre del que es cabeza de todos los cristianos, quede solemnemente proclamada en este instante supremo, y conservada en las palabras escritas por el único discípulo que estaba allí presente y que entonces representaba a todos los redimidos: 

 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dice a su madre: —Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: —Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.




 ¡Oh madre de Jesús, hecha madre de Juan; madre de Dios hecha madre de los hombres; madre del Santo hecha madre de los pecadores! Por ti se salvan todos tos que se salvan. Ninguno se condena de los que acuden a ti. Más quisiera estar sin vida que sin amor a ti, madre mía, esperanza mía.

Fuente: El Drama de Jesús de J.L. Martínez S,J.

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