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lunes, 4 de abril de 2022

ÚLTIMA CENA, DESPEDIDA 5

 


 LA ORACIÓN DEL SACERDOTE ANTE EL SACRIFICIO


Después de dichas estas cosas, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo:



 —Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti; y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste.


Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. Ante esta íntima y perfecta comunicación de Jesús con el Padre, debe callar toda palabra humana, debe cesar todo ruido exterior, para que mejor la podamos oír dentro del alma.


 Llega la hora, dice Jesús; ¡la hora en que el Padre recibirá la máxima glorificación por el sacrificio del Hijo! ¡La hora más solemne y augusta de la Humanidad! Y en esta hora pide Jesús que también el Padre le glorifique a él, haciendo que todos los hombres le conozcan, para que tengan vida eterna, pues la vida eterna consiste en conocer al Padre y a su enviado, Jesucristo.


 Después, el Sumo Sacerdote ruega por sus apóstoles: —He manifestado tu Nombre a los hombres que me diste del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti; porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido; y han conocido que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste y son tuyos


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. Qué delicadamente emplea Jesús ante su Padre la mejor recomendación en favor de los discípulos. Son tuyos, tú me los diste, han guardado tu palabra...

 Y añade todavía: —Sí; todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no estaré en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti. Padre santo; guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como tú y yo somos uno.

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  No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo, Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo también los envío al mundo.




 Después dirige su mirada a todos los siglos venideros.
 Nos ve a todos, a todos los que habíamos de ser cristianos, me ve a mí; y sobre todos y cada uno de nosotros se extiende su oración sacerdotal.

 —No sólo por éstos ruego; sino también por los que crean en mí por la palabra de éstos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.

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 Y llega un momento en que la oración deja de ser súplica y toma el acento ardiente de deseo.
 —Quiero, Padre, que los que tú me has dado estén conmigo donde yo estoy, para que vean la claridad mía que tú me diste, porque me amaste antes que existiera el mundo. Ya no pide. Quiere. Quiere que estemos con él. Quiere que veamos su claridad, su hermosura, su gloria en cuanto Dios, que es la misma claridad del Padre. Que estemos donde él está. Que estemos con él.

Lo pide Nuestro Señor Jesucristo. Lo quiere. Y, al terminar. exhala esta queja inefable de Hijo amantísimo: —Padre justo, el mundo no te ha conocido. Pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me enviaste.


La oración del Hijo se hace cada vez mas apremiante. «Yo en ellos.» Quiere fundirse con los hombres —con estos hombres que le tratarán tan mal— para obligar al Padre a amarlos más.
Yo les he dado a conocer tu nombre para que el amor con que tú me amaste está en ellos, y yo en ellos.



 «¡AUNQUE TODOS, YO NO!»




 Dichas estas cosas, salió Jesús con sus discípulos hacia el monte de los Olivos, más allá del torrente de Cedrón...

 Judas, el que iba a entregarle, conocía también el sitio, porque allí solía reunirse Jesús con sus discípulos.

El traidor conoce aquel lugar, el traidor irá allá, pero Jesús no renuncia a su costumbre de recogerse en el huerto solitario para la oración de la noche.

La luna llena de Nisán ilumina el rostro del Nazareno y el silencio emocionado de los discípulos, que van recordando las misteriosas palabras oídas en el Cenáculo, y sienten ya el cansancio de la jornada. El Señor rompe el silencio para predecirles el porvenir:

 —Esta noche, todos vosotros caeréis por mi causa.



Entonces Pedro, que no entendía esto de la resurrección, llevando a mal que se le tenga por cobarde, dice a Jesús: —Aunque todos caigan por tu causa, yo nunca caeré.



Y los demás discípulos dijeron lo mismo.
 Jesús calla. Sabe que todos ellos le abandonarán esta noche. Calla para no contristarlos más y les perdona de antemano.

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Fuente; El drama de Jesús

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