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viernes, 6 de mayo de 2022

III DOMINGO DE PASCUA

SÁBADO

“ Tú tienes palabras de vida eterna ”


según san Juan 6, 60-69 

En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».

El Evangelio de hoy vemos como algunos de los que siguen a Jesús se escandalizan por sus palabras, lo critican e incluso lo abandonan,

 Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?

 El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. 

Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen». 

Jesús habla sin doblez, con naturalidad, con sencillez, “sin milongas”, con coherencia y sin vuelta atrás en sus palabras, habla con la firmeza de la verdad. Jesús habla y sus palabras son fuego en el corazón que purifica. Sus palabras cuestionan y no dejan indiferente a nadie. Algunos se escandalizan “este modo de hablar es duro” y muchos se echaron atrás.

Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. 

Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». 

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. 

Jesús hoy sobre mí: ¿También tú te quieres marchar? Y siento que me sale de mi corazón la misma respuesta de Pedro: Señor, ¿adónde voy a ir yo sin Ti?

Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». 

Tengo ya muchos años viviendo contigo, muchos años juntos en un mismo camino. Yo sí que te he defraudado, no he respondido a lo que Tú, desde siempre, has esperado de mí. Y lo siento de todo corazón.

Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? 

Simón Pedro responde a Jesús, con gran sensatez, a la pregunta de si también ellos quieren marcharse, “Tú tienes palabras de vida eterna”, ¿a quién vamos a acudir? ¿Quién nos dará la seguridad que necesitamos de que nuestra vida vale la pena siempre, pase lo que pase? ¿Quién nos ama a pesar de que la carne (las cosas de este mundo que tenemos) se pierda? Sólo el Señor que nos ama desde siempre y para siempre, sólo Él que tiene “palabras de vida eterna”

Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».



 VIERNES

“ El que coma de este pan, vivirá para siempre ”



según san Juan 6, 52-59

 En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».

San Agustín les diría: “Dame un corazón que ame y entenderán lo que digo”.

Lo lógico, lo razonable, es objeto de la razón, pero el amor no tiene lógica.

 Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 

Si Dios se hubiera guiado por la lógica de la razón no tendríamos ni Encarnación, ni Redención, ni Eucaristía. Afortunadamente para nosotros Dios se ha guiado siempre por la lógica del amor.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. 

Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. 

Y una de las características del amor es que “el amor no se va, el amor se queda”. Se fue al cielo y se quedó con nosotros a través de la Eucaristía.

Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.

Al recibir a Cristo en la Eucaristía, ese alimento no lo hacemos sustancia nuestra, pero sí nosotros nos unimos sustancialmente con Dios. Cada uno de nosotros puede decir con San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”

 Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

Tenemos a Jesús vivo, sacramentado tras su resurrección gloriosa, presente en el sacramento del altar pero si dudamos es falta de fe.


Caminar con Él y detrás de Él, tratando de poner en práctica su mandamiento, el que dio a los discípulos precisamente en la última Cena: “Como yo os he amado, amaos también unos a otros”.

JUEVES

“ Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo ”


según san Juan 6, 44-51 

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, 

Jesús, que habla de atracción, de deleite, de fascinación. Es bueno oír de los labios de Jesús que Dios atrae, que Dios seduce, que Dios encanta.

Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. 

No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. 

Yo prefiero ser atraído por el amor del Padre, ser seducido por Él, sentirme encantado de vivir en su casa, sentarme a su mesa, comer de su pan, beber de su vino, y cobijarme a la sombra del “árbol de la vida”

En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. 

Sólo una persona “dichosa” puede hacer dichosos a los demás; sólo una persona encantada puede encantar a los demás; sólo una persona “satisfecha” puede llenar de sentido y de ilusión la vida de los demás.

Sólo una persona que está contenta y feliz con su Dios, puede bendecir, es decir, hablar bien de Dios.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».



A Dios sólo se le puede encontrar por el camino del amor. Si nos salimos de ese camino, siempre, siempre nos equivocamos y podemos convertir a Dios en un ídolo. DIOS ES AMOR

MIÉRCOLES

“ Yo soy el pan de la vida ”


según san Juan 6, 35-40 

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Yo soy el pan de la vida.


Jesús no es un pan que se compra en la panadería. Es un símbolo de sí mismo. El pan es símbolo del alimento que comen los hombres cada día. No es “un lujo sino una necesidad”. La comunidad primitiva ha descubierto que sin Jesús no pueden vivir. 

 El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. 

Encontrado en Jesús “seguridad”. Pero no sólo seguridad para unos años o el tiempo de nuestra corta vida, sino que Jesús habla de “vida eterna”. Es decir, de una vida “más allá de nuestra vida”.

Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. 

Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. 

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». Reflexión del Evangelio de hoy

También el pan tiene una connotación con “la bondad”. Solemos decir: este hombre o esta mujer son más buenos que el pan. Y me pregunto: Yo que me alimento todos los días de este pan de la bondad ¿Cómo no soy bueno? Salgo de Misa y murmuro, soy violento, calumnio…, ¡Es algo inconcebible!


San Agustín, en su Comentario al Evangelio de san Juan, explica así: «Estaban lejos de aquel pan celestial, y eran incapaces de sentir su hambre. Tenían la boca del corazón enferma… En efecto, este pan requiere el hambre del hombre interior». Y debemos preguntarnos si nosotros sentimos realmente esta hambre, el hambre de la Palabra de Dios, el hambre de conocer el verdadero sentido de la vida.

MARTES

“ ¿No me conoces, Felipe? ”


según san Juan 14, 6-14

 En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí». «Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».

Jesús enseña a sus discípulos la triada de su esencia: Camino, Verdad y Vida. El Evangelio no lo escribe con mayúsculas, pero a nosotros conviene resaltarlo para que no nos quepan dudas de que Jesucristo es el Camino para ir al Padre, es la Verdad que resplandece y la Vida que plenifica.

 Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». 

Hijo y Padre son un mismo Dios en comunión con el Espíritu Santo.

Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre" ? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? 

Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras, Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. 

Pero a nosotros, como a Felipe, nos cuesta entenderlo. Porque nosotros también llevamos muchos años llamándonos cristianos, siguiendo a Cristo, pero sin comprender del todo que el Padre y el Hijo son uno. «Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia», dice abiertamente para que no quepan dudas, para que no quepan dudas de la naturaleza divina encarnada. Jesús lanza una advertencia, casi implorando: si no me creéis a mí, creed a las obras.

Si no, creed a las obras. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. 

Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».


Señor gracias, muchas gracias. Gracias por haberme revelado el rostro maravilloso de tu Padre. Gracias por haberme enseñado a orar de una manera tan fácil y sencilla como es presentarse ante Ti con la confianza de un niño que es feliz y se siente seguro con su Papá. Gracias por haberme quitado, de un plumazo, todos mis miedos: el miedo a la vida y el miedo a la muerte.


LUNES

“ Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura ”

según san Juan 6, 22-29 

Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.

La multiplicación de los panes y los peces desató una ola de entusiasmo que el evangelista describe a la perfección con ese enjambre de lanchas surcando el Tiberíades de orilla a orilla en busca de algún rastro del Maestro.

Lo siguen por las dos orillas del mar de Tiberíades. Y la primera pregunta que le formulan, cuando dan con él, nos da la clave de ese seguimiento: cuándo has venido.


 Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. 

Era tan espectacular el prodigio de dar de comer a esa multitud que, a la fuerza, tenía que despertar admiración y mover a seguirlo.

Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.

A esa muchedumbre le atraen los signos, la extraordinaria intervención que ha saciado su hambre material. Tanto que lo primero que le preguntan es «¿cuándo has venido aquí?» por si se ha producido otro prodigio en su ausencia, como el espectador de un truco de ilusionismo contrariado por haberse perdido parte de la función.

 Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. 

Jesús los alecciona: «Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna». El pan del espíritu que comemos en la Eucaristía.

Lo de menos es el signo de la multiplicación y lo de más es la vida eterna que nos promete entrar en el corazón del Padre

Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».

Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».

Pero para ello se hace imprescindible obrar como Dios quiere: «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado». Creer en Jesucristo más allá de milagros, prodigios y signos. Creer porque es el único mediador entre nosotros y Dios, no hay más camino que el suyo. 




Es la fe en Jesucristo la que nos lleva a la salvación, al banquete celestial donde comeremos el alimento de la vida eterna. Sin fe, nada de lo que hagamos, aunque vayamos de puerto en puerto como estas barcas recalando aquí y allá en el mar de Galilea es infructuoso. Más aun: es inútil.
Y tu fe......................¿como anda?

DOMINGO

“ Echad la red ”





según San Juan 21, 1-19 

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. 

Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. 

Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». 

La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». 

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. 

Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. 

Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. 

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. 

Por tres veces la misma pregunta de Jesús a Pedro. Podría haber hecho otras preguntas. Podría haberle pedido explicaciones sobre la triple negación en aquella noche del gallo. Pero, no. No le echa en cara nada. Olvida el pasado y le pregunta por el presente: ¿Me amas?

Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». 

Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». 

Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».

También Pedro podría haber respondido de otra manera. Podría haber dicho, por ejemplo: Perdóname, Señor. Es que soy un desastre. Te prometo que no volverá a suceder. Pero, no. Responde, tal como quiere Jesús, olvidando el pasado y diciendo lo que siente ahora: Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

 Él le dice: «Pastorea mis ovejas». 

Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». 



Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» Y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». 

Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». 

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».

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