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martes, 15 de marzo de 2022

VIA CRUCIS DE SAN LORENZO


I ´Jesús sentenciado a muerte

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 



 Te entregaste, Señor, por nosotros.

Yo Francisco de Javier. por ello mismo, Jesús, aun pretendiendo otras grandezas, me lancé sin miedo ni temblor para hacer presente tu mensaje en los rincones más alejados de la tierra. Deje Navarra ¡Cómo no iba a regalar parte de mis fuerzas y de mis afanes por Ti que todo lo diste, incluso, hasta su sangre en una cruz! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros



II ESTACIÓN

Jesús cargado con la cruz 

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 



Muy pronto, yo Francisco Javier Señor, comprendí y entendí que, por tu causa, sería perseguido. La incomprensión y la soledad, las puertas cerradas y la dureza de muchos corazones, me hicieron sentir una cruz a veces insoportable. 

En esa profundidad de mi ser siempre te encontré a ti, Señor. Soy consciente, como mi Padre Ignacio escribió, que “fui el barro más duro que le tocó moldear”. Pero luego fui todo para ti, Jesús 

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros

III ESTACIÓN

Jesús cae por primera vez

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 



 El cansancio y la dureza de la aventura hicieron mella en mí, Señor  en medio de la cruz.

Pero, aun así Señor, Tú siempre estuviste a mí lado. 

Maduraba y me consolaba en aquella subida hacia el Gólgota donde, por cumplir la voluntad del Padre, Tú –Jesús amado- pudiste levantarte para seguir y llegar hasta el final. Cuatro años me costó acercarme definitivamente a ti en París. Prefería caer en brazos de la gloria humana. Me levanté para seguirte como discípulo más fiel. Caí en tus brazos Jesús  y ya nunca me aparté de ti. 

 Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros

Perdón Oh dios

 Mío Perdón e indulgencia 

Perdón y clemencia 

Perdón y piedad (2)

IV ESTACIÓN

Jesús se encuentra con su Madre 

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 

Por donde yo pasé, me encontré con el rostro de una Madre que me animaba en la tristeza, consolaba en la desolación y acariciaba en mi enfermedad. 

No me preguntes por Ella, Señor. Ya sabes quién es y cuál es su nombre:

 María, tu Madre, mi Madre, nuestra Madre. 

Cuántas veces en mis luchas apostólicas recordaba de lo que mi madre, María de Azpilcueta frente a su imagen bella me rezaba al oído: “Valedme Señora mía”. Ella, mi madre, modeló mi corazón desde mi niñez en el castillo y me acompañó en el entusiasmo y horas mas amargas por tu reino para que fuese tan fuerte como la piedra sillar del castillo en el que nací. 

 Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros


V ESTACIÓN

El Cirineo ayuda a llevar la cruz a Jesús

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 


Envié en tu nombre cientos de cartas, de consuelo y desconsuelo, con alegrías y con tristezas y no siempre encontré respuesta a ellas: Tú, Señor, eras la mano que me animaba en aquellos que los conquisté para Ti, siempre para ti, Señor. Tú sabes Señor que intenté ser cirineo con los enfermos por donde quiera que pasé y defensor de los más débiles frente a los abusos de los más poderosos. No pretendí admiración por lo que hacía: eras Tú, Jesús, quien estabas dentro de mí. Eras mi recompensa. Fuiste el secreto de mi caridad.

 Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros

VI

La Verónica enjuga el rostro del Señor

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 

La vida y mi fe, en Ti Señor, me ayudaron a entender, que las personas que sufren son los cristos que andan por la tierra y nos hablan al oído. En hospitales, en medio de navegantes, tormentas de vértigo y aldeas arrasadas pude cuidarte, es que te vi Señor. En los enfermos, muertos y tristes, allí conseguí besarte, Señor. 

Contemplaba tu cuerpo y sentía que tu en ellos me llamabas y yo amaba. Sentía que yo a ti te cuidaba. Besaba sus cuerpos heridos y abiertos y los abrazaba en ti y contigo eras Cristo crucificado. 

 Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros

VII

Jesús cae por segunda vez

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 


También en mis viajes en favor de tu Reino pude comprobar que, el peso de la fatiga, era más fuerte que los delirios de mis sueños. Pero, al día siguiente, con la oración y con los ojos puestos en Ti, de nuevo la cruz, la asentaba –no en el hombro- sino en la mano para llevarla y predicarla a todas las gentes. 
No hubo ni una sola noche en la que, a pesar de mi cansancio en seco, bosques o la nieve bajo mis pies, no encontrase en mi desfallecimiento la vitalidad en la eucaristía, la oración o la contemplación del universo. ¡Más, más, más! 
En medio de tanto desafío y desaliento nunca me faltó el regalo y caricia de tu gracia. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros

 Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros


Perdón Oh dios

 Mío Perdón e indulgencia 

Perdón y clemencia 

Perdón y piedad (2)

VIII

Jesús consuela a las hijas de Jerusalén

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 


Tú, Señor, hablabas desangrándote en medio de la mofa. Hoy, lo reconozco y también te confieso que –en muy parecidos momentos a los tuyos- me sedujiste para no renunciar en mi empeño. Quise hablar y a veces me callaron; quise proponer tu mensaje y otros más se burlaron o apalearon: pretendí gritar a los cuatro vientos que Tú eras el único Dios verdadero y, encontré oídos sordos y corazones obstinados. 
Soy Javier 
¿Te digo una cosa, Señor? 

Nunca me arrepentí de hacerlo en tu nombre y de sus consecuencias.
Hoy todavía, siguen bendiciendo tu nombre. Yo me marché pero tu memoria, Cristo, sigue viva por donde quiera que yo  pase. Eso es lo esencial. Eso es lo importante. Yo me voy pero tu te quedas.

 Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros

IX

Jesús cae por tercera vez

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 


 Rumbo a las Molucas en muchos peligros me vi en ese viaje; tormentas de agua y también los truenos y centellas de mis enemigos. Con viento recio navegando y tocando el timón la tierra. Muchas lágrimas vi en esa nave (Ex 55.5). No me vine abajo. Tu fuerza me sostenía. Tú eres aquel que domina todos los elementos. Incluso en los momentos de aparente fracaso. 

 Aún recuerdo, en mis coloquios contigo, la respuesta que me diste: en todo cumplir la voluntad de mi Padre. Ese es mi mayor secreto para siempre alzarme y continuar adelante. Tan sólo 5 cartas recibí de Europa durante todo mi apostolado en Oriente. Pero tú, Señor, todos los días escribías en lo más hondo de mi alma. Tu Palabra era lo que necesitaba y me sostenía.
 Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros

Perdón Oh dios

 Mío Perdón e indulgencia 

Perdón y clemencia 

Perdón y piedad (2)


X

Jesús despojado de sus vestiduras

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 

Ganar el mundo, fue a primera vista, mi intención más sublime. Despojarme de esas pretensiones me dio la posibilidad de conocerte, de amarte y de intentar ganar almas pero no para mí, sino para Ti y tu Gloria.

 Gracias, Señor. No perdí nada, al contrario, fue mucho lo que conquisté aunque a simple vista me pareciera poco o nada. ¿De qué le sirve ganar al hombre todo si luego pierde su alma? 

Qué duro fue presenciar la demolición de mi castillo natal. Apenas tenía yo 11 años. Pido a Dios que no se vengan abajo esas otras piedras que han sido la fuerza, identidad y fe de Europa. 

 Gracias, Señor, porque al despojarme del vestido de la apariencia, me cubriste con el manto de la eternidad.
 Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros

XI

Jesús clavado en la cruz

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 


En las decisiones de nuestra existencia luchamos y avanzamos, codo a codo, entre el bien y el mal. En la encrucijada de mi trabajo misionero tuve, en diversas ocasiones, la oportunidad de sentir de cerca la maldad y la bondad, la fidelidad y la traición.

 En múltiples ocasiones fui tratado como malhechor y  como ladrón de conciencias. Pero, Tú Señor, hiciste que en muchos brotase la llama de la fe. ¡Perdónalos, porque no saben lo que hacen!
 Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros

XII

Jesús muere en la cruz 

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 


 

Mis ojos se perdieron en el horizonte del mar. Mis manos agarraron la cruz que nos dio la vida. La luz de un simple cirio iluminaba la noche más trágica del hombre que no cree y la más esperada del que ansía el encuentro con el Amado. Allá, en mi Gólgota personal, con el murmullo de las olas del mar y la compañía de un amigo cerré los ojos con el firme convencimiento de poder verte, oh Dios, cara a cara en el cielo.

 Qué grande es cerrar los a este mundo con los ojos puestos en Dios. Era aquel 3 de diciembre de 1552 y en mi agonía, agarrándome a tu cruz de Cristo, repetí una y mil veces: “Madre de Dios, acuérdate de mí”. 

 Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros


XIII

Jesús es puesto en brazos de su Madre 

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 


También mis manos, Jesús, supieron acogerte en cada eucaristía. En los momentos de amargura y de aparente soledad. Cuando descendiste en mi bautismo en 1506, cuando te recibí por primera vez en tu cuerpo consagrado en el altar en Venecia. ¡Cuántas veces Señor vi que bajabas! En el sacramento del perdón, en mi ordenación sacerdotal, en las unciones que a cientos impartía sobre enfermos y moribundos en terreno de misión. Te bajé Señor, te ví bajar, Señor, en aquella noche donde mis ojos miraban a China pero tú me llamabas a la eternidad. 

 

 Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros

XIV

Jesús es depositado en el sepulcro

Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo. 


Algunos pensarían que, con mi cuerpo enterrado, también el Evangelio habría acabado. Pero hoy, Señor, te lo digo. Tú sigues haciendo brotar y fructificar todo lo poco que fui e hice por Ti. 

 Mi gozo fue anunciar tu vida, pasión, muerte y resurrección para que el hombre supiera que, por Ti, estaba llamado a resucitar. Mi cuerpo se desvanecía con 46 años pero tu nombre, oh Dios, sigue resonando allá donde mi voz proclamó tu grandeza. Para San Francisco Javier como reza la tumba de San Pablo en Roma el epitafio puede ser perfectamente: “PARA MI LA VIDA ES CRISTO” (Fil 1,21) 

 

 Señor,  ten piedad y misericordia de nosotros

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