I ´Jesús sentenciado a muerte
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Te entregaste, Señor, por nosotros.
Yo Francisco de Javier. por ello mismo, Jesús, aun pretendiendo otras grandezas, me lancé sin miedo ni temblor para hacer presente tu mensaje en los rincones más alejados de la tierra. Deje Navarra ¡Cómo no iba a regalar parte de mis fuerzas y de mis afanes por Ti que todo lo diste, incluso, hasta su sangre en una cruz! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
II ESTACIÓN
Jesús cargado con la cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Muy pronto, yo Francisco Javier Señor, comprendí y entendí que, por tu causa, sería perseguido. La incomprensión y la soledad, las puertas cerradas y la dureza de muchos corazones, me hicieron sentir una cruz a veces insoportable.
En esa profundidad de mi ser siempre te encontré a ti, Señor. Soy consciente, como mi Padre Ignacio escribió, que “fui el barro más duro que le tocó moldear”. Pero luego fui todo para ti, Jesús
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
III ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El cansancio y la dureza de la aventura hicieron mella en mí, Señor en medio de la cruz.
Pero, aun así Señor, Tú siempre estuviste a mí lado.
Maduraba y me consolaba en aquella subida hacia el Gólgota donde, por cumplir la voluntad del Padre, Tú –Jesús amado- pudiste levantarte para seguir y llegar hasta el final. Cuatro años me costó acercarme definitivamente a ti en París. Prefería caer en brazos de la gloria humana. Me levanté para seguirte como discípulo más fiel. Caí en tus brazos Jesús y ya nunca me aparté de ti.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
Perdón Oh dios
Mío Perdón e indulgencia
Perdón y clemencia
Perdón y piedad (2)
IV ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Por donde yo pasé, me encontré con el rostro de una Madre que me animaba en la tristeza, consolaba en la desolación y acariciaba en mi enfermedad.
No me preguntes por Ella, Señor. Ya sabes quién es y cuál es su nombre:
María, tu Madre, mi Madre, nuestra Madre.
Cuántas veces en mis luchas apostólicas recordaba de lo que mi madre, María de Azpilcueta frente a su imagen bella me rezaba al oído: “Valedme Señora mía”. Ella, mi madre, modeló mi corazón desde mi niñez en el castillo y me acompañó en el entusiasmo y horas mas amargas por tu reino para que fuese tan fuerte como la piedra sillar del castillo en el que nací.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
V ESTACIÓN
El Cirineo ayuda a llevar la cruz a Jesús
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Envié en tu nombre cientos de cartas, de consuelo y desconsuelo, con alegrías y con tristezas y no siempre encontré respuesta a ellas: Tú, Señor, eras la mano que me animaba en aquellos que los conquisté para Ti, siempre para ti, Señor. Tú sabes Señor que intenté ser cirineo con los enfermos por donde quiera que pasé y defensor de los más débiles frente a los abusos de los más poderosos. No pretendí admiración por lo que hacía: eras Tú, Jesús, quien estabas dentro de mí. Eras mi recompensa. Fuiste el secreto de mi caridad.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
VI
La Verónica enjuga el rostro del Señor
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
La vida y mi fe, en Ti Señor, me ayudaron a entender, que las personas que sufren son los cristos que andan por la tierra y nos hablan al oído. En hospitales, en medio de navegantes, tormentas de vértigo y aldeas arrasadas pude cuidarte, es que te vi Señor. En los enfermos, muertos y tristes, allí conseguí besarte, Señor. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
VII
Jesús cae por segunda vez
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
También en mis viajes en favor de tu Reino pude comprobar que, el peso de la fatiga, era más fuerte que los delirios de mis sueños. Pero, al día siguiente, con la oración y con los ojos puestos en Ti, de nuevo la cruz, la asentaba –no en el hombro- sino en la mano para llevarla y predicarla a todas las gentes.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
Perdón Oh dios
Mío Perdón e indulgencia
Perdón y clemencia
Perdón y piedad (2)
VIII
Jesús consuela a las hijas de Jerusalén
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Tú, Señor, hablabas desangrándote en medio de la mofa. Hoy, lo reconozco y también te confieso que –en muy parecidos momentos a los tuyos- me sedujiste para no renunciar en mi empeño. Quise hablar y a veces me callaron; quise proponer tu mensaje y otros más se burlaron o apalearon: pretendí gritar a los cuatro vientos que Tú eras el único Dios verdadero y, encontré oídos sordos y corazones obstinados.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
IX
Jesús cae por tercera vez
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Aún recuerdo, en mis coloquios contigo, la respuesta que me diste: en todo cumplir la voluntad de mi Padre. Ese es mi mayor secreto para siempre alzarme y continuar adelante. Tan sólo 5 cartas recibí de Europa durante todo mi apostolado en Oriente. Pero tú, Señor, todos los días escribías en lo más hondo de mi alma. Tu Palabra era lo que necesitaba y me sostenía.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
Perdón Oh dios
Mío Perdón e indulgencia
Perdón y clemencia
Perdón y piedad (2)
X
Jesús despojado de sus vestiduras
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Ganar el mundo, fue a primera vista, mi intención más sublime. Despojarme de esas pretensiones me dio la posibilidad de conocerte, de amarte y de intentar ganar almas pero no para mí, sino para Ti y tu Gloria.Gracias, Señor. No perdí nada, al contrario, fue mucho lo que conquisté aunque a simple vista me pareciera poco o nada. ¿De qué le sirve ganar al hombre todo si luego pierde su alma?
Qué duro fue presenciar la demolición de mi castillo natal. Apenas tenía yo 11 años. Pido a Dios que no se vengan abajo esas otras piedras que han sido la fuerza, identidad y fe de Europa.
Gracias, Señor, porque al despojarme del vestido de la apariencia, me cubriste con el manto de la eternidad.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
XI
Jesús clavado en la cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
En múltiples ocasiones fui tratado como malhechor y como ladrón de conciencias. Pero, Tú Señor, hiciste que en muchos brotase la llama de la fe. ¡Perdónalos, porque no saben lo que hacen!
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
XII
Jesús muere en la cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Mis ojos se perdieron en el horizonte del mar. Mis manos agarraron la cruz que nos dio la vida. La luz de un simple cirio iluminaba la noche más trágica del hombre que no cree y la más esperada del que ansía el encuentro con el Amado. Allá, en mi Gólgota personal, con el murmullo de las olas del mar y la compañía de un amigo cerré los ojos con el firme convencimiento de poder verte, oh Dios, cara a cara en el cielo.
Qué grande es cerrar los a este mundo con los ojos puestos en Dios. Era aquel 3 de diciembre de 1552 y en mi agonía, agarrándome a tu cruz de Cristo, repetí una y mil veces: “Madre de Dios, acuérdate de mí”.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
XIII
Jesús es puesto en brazos de su Madre
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros
XIV
Jesús es depositado en el sepulcro
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Mi gozo fue anunciar tu vida, pasión, muerte y resurrección para que el hombre supiera que, por Ti, estaba llamado a resucitar. Mi cuerpo se desvanecía con 46 años pero tu nombre, oh Dios, sigue resonando allá donde mi voz proclamó tu grandeza. Para San Francisco Javier como reza la tumba de San Pablo en Roma el epitafio puede ser perfectamente: “PARA MI LA VIDA ES CRISTO” (Fil 1,21)
Señor, ten piedad y misericordia de nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario