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miércoles, 1 de febrero de 2023

NINGUN PROFETA ES ACEPTADO EN SU TIERRA

 



En el evangelio, Jesús asume esta identidad profética. 
 Se muestran dudosos por la procedencia humilde de Jesús. Él se identifica como profeta despreciado en su tierra y echa en cara a sus paisanos su incredulidad. En cambio, pregona la apertura de los paganos a la fe, recordando la misión de los profetas Elías y Eliseo entre los paganos. 
Los presentes se enfurecen y quieren despeñar a Jesús. Aunque pudo escapar de sus manos, su destino comienza ya a prefigurarse.

Y este Evangelio nos muestra que el ministerio público de Jesús comienza con un rechazo y con una amenaza de muerte, paradójicamente por parte de sus paisanos. Jesús, al vivir la misión que el Padre le confió, sabe que debe enfrentar la fatiga, el rechazo, la persecución y la derrota. Un precio que, ayer como hoy, la auténtica profecía está llamada a pagar. 



El duro rechazo, sin embargo, no desanima a Jesús, ni detiene el camino ni la fecundidad de su acción profética. El sigue adelante por su camino, confiando en el amor del Padre.

“Ningún profeta es bien recibido en su patria” o como decimos nosotros: «nadie es profeta en su tierra».

La frase de Jesús tiene un sentido muy profundo: nadie tiene privilegios en el corazón de Dios, los hijos de Israel, los hijos de la Iglesia, no son mejores ni más bendecidos que los demás.

A la luz del texto, la gente de Nazaret sintió rabia hacia Jesús, ellos no aceptaban la nueva imagen de Dios que Jesús les comunicaba a través de esta nueva interpretación más libre de Isaías; les costaba aceptar que Dios también ama a “los de afuera”, a los que no son del propio grupo.

Este texto nos muestra como los profetas de Dios son despreciados por la gente con la que ellos viven porque estos les revelan sus faltas y errores, pero el mensaje de Dios que ellos llevan siempre es bien recibido por los que están preparados para recibirlo.




NUESTRO MUNDO

Los dones de Dios, o se acogen o nos irritan llevándonos al odio y a la envidia… Esto es muy grave, porque ante la Palabra de Dios no podemos estar indiferentes o lejanos, pues o la acogemos con todo nuestro corazón o nos irrita y la rechazamos hasta llegar a querer destruirla, para que no nos arguya ni nos denuncie… ¡

Que Dios no permita que nos endurezcamos ante su Palabra, ya sea en nuestro corazón corrigiéndonos; ya en su presencia real en la Eucaristía, donde se nos pide amar mucho y pensar poco…

Es posible que nosotros, los de casa, los que le oímos todos los días, los que le tocamos en la Eucaristía, no creamos de verdad. Me pregunto: ¿Estará Jesús sorprendido de mi poca fe?

Quien entendió verdaderamente esta realidad es la Virgen María, bienaventurada porque creyó. María no se escandalizó de su Hijo: su asombro por él está lleno de fe, lleno de amor y de alegría, al verlo tan humano y a la vez tan divino. Así pues, aprendamos de ella, nuestra Madre en la fe, a reconocer en la humanidad de Cristo la revelación perfecta de Dios.”

También hoy el mundo necesita ver en los discípulos del Señor, profetas, es decir, personas valientes y perseverantes en responder a la vocación cristiana. 
Gente que sigue el “empuje” del Espíritu Santo, que los envía a anunciar esperanza y salvación a los pobres y excluidos; personas que siguen la lógica de la fe y no de la milagrería; personas dedicadas al servicio de todos, sin privilegios ni exclusiones. En resumen: las personas que están abiertas a aceptar en sí mismas la voluntad del Padre y se comprometen a testimoniarla fielmente a los demás.”

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