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jueves, 5 de agosto de 2021

SEMANA XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

 SÁBADO

“ Nada os sería imposible ”



según san Mateo 17, 14-20 

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que, de rodillas, le dijo: «Señor, ten compasión de mi hijo que es lunático y sufre mucho: muchas veces se cae en el fuego o en el agua. 

Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo». 

 Jesús tomó la palabra y dijo: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros, hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo». 

 Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño. 

 Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: «¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?». 

 Les contestó: «Por vuestra poca fe.

La fe, como un grano de mostaza, es la de aquellos que se sienten pobres y pequeños, y ante las dificultades y adversidades, del camino de la vida, se ponen con toda confianza en las manos del Señor.

 En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: “Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría. 

La escena evangélica nos presenta a un padre intercediendo por su hijo, se lo ha llevado a los discípulos y no han sido capaces de curarlo. El Señor pone la razón de su fracaso en su poca fe. Nada seria imposible para el que cree.

Nada os sería imposible».


Dios quiere que nos fiemos plenamente de Él, que sintamos en carne viva los problemas de la gente, que cambiemos de vida y nos convirtamos al Evangelio. 

No se trata de mover montañas de tierra sino creer en la fuerza del evangelio para mover montañas de prejuicios y dificultades a la hora de implantar en el corazón de las personas los criterios del Evangelio.

 Con el evangelio en las manos o en los labios, no podemos hacer mucho. Con el evangelio en el corazón, hecho vida y experiencia, tenemos la mejor levadura para transformar este mundo.

VIERNES

“ Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo ”



según san Marcos 9, 2-10 

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. 

El Señor invito a tres de ellos: Santiago, Juan y Pedro, precisamente a los que debían acompañarle en su agonía de Getsemaní, a la cima del monte Tabor para que contemplaran su gloria. Vemos como se llenaron de una inmensa alegría; Pedro con la aclamación: ¡Que bien se esta aquí!; Estaba tan contento que ni siquiera pensaba en sí mismo, ni en Santiago y Juan que le acompañaban. 

Suele pasar que cuando tenemos experiencia de Dios, lo que comienza a inundarnos es un gran gozo que nos sobrepasa y lo transforma todo.

 Se les parecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús: 

Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 

 No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». 

 De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. 

Aflora en la transfiguración como un presentimiento, como un signo, un atisbo lo que culminará definitivamente en el sepulcro vacío y la piedra corrida. 

Ese vislumbrar la gloria que se les ha concedido a los tres discípulos anticipa la gloria del Resucitado y la definitiva de la Ascensión que abre las puertas del cielo a todos los seguidores de Cristo y no sólo a esos tres discípulos que creyeron estar en ella por un momento y de la que no querían despertar.

 Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. 

 Esto se les quedo grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.


La invitación que se nos hace a nosotros es la misma que escucharon los discípulos: Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle. ESCUCHADLE. La importancia de tomarnos en serio la Palabra de Dios, de conocerla, de dejar que sea nuestra guía, nuestra brújula, la que nos orienta en los acontecimientos y decisiones que se nos presenten.

JUEVES

  “ Tú piensas como los hombres, no como Dios ”



según san Mateo 16, 13-23 

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».

 Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». 

 Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». 

Jesús lo instituye cabeza de la Iglesia, lo hace primus inter pares del apostolado completo.

 Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en los cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en los cielos» 

Pero a renglón seguido, trata de oponerse con su vehemencia característica a la pasión redentora de Cristo. Piensa de manera humana, no de forma divina. Está encerrado en su condición mortal, no es capaz de vislumbrar la glorificación que aguarda al Señor tras su pasión, muerte y resurrección. 

 Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. 

 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. 

Pero cuando el mismo Jesús les habla de cómo serán sus últimos días en la tierra y cómo será su muerte, antes de su resurrección, Pedro pide a Dios que eso no suceda.

 Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte».

 Jesús se volvió y dijo a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás!

 Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».


No hace falta darle muchas vueltas para que cada uno de nosotros, seguidores de Jesús, nos veamos reflejados en el doble Pedro de este evangelio. Confesamos sinceramente a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, como nuestro mejor tesoro, nuestro Rey y Señor… pero, de vez en cuando, somos capaces de rechazar a Jesús, algunas de sus actitudes y algunas de sus palabras. Necesitamos la ayuda del mismo Jesús para que le sigamos siempre a él, en los momentos buenos y en los otros, en nuestros domingos de resurrección y en nuestros viernes santos… Pidámosles que continuamente reaccionemos a como el primer Pedro y no como el segundo.

MIERCOLES

“ Mujer, qué grande es tu fe ”



Jesús alaba la fe de la mujer cananea, que es tanto como decir pagana, excluida del pueblo elegido de Israel con quien Dios selló la Antigua Alianza que ahora va a renovar el Cristo.

Otro detalle de este pasaje es que, con su gesto, Jesús abrió las puertas a los paganos, apartándose así del pensamiento judío de exclusividad como “pueblo elegido”.

según san Mateo 15, 21-28 

En aquel tiempo, Jesús se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». 

Jesús provocó el encuentro, tomó la iniciativa de salir fuera del territorio de Israel.

 Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando» 

 Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel». 

 Ella se acerco y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame».

Jesús dedica tiempo a esta mujer, no tiene prejuicios, ni prisa cuando está con ella, y actúa con total libertad, a sabiendas de que se trata de una mujer, y ésta extranjera.

 Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». 

 Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». 

Aquella mujer cananea creyó en Jesús y en su Palabra, y creyó que Jesús podía curar a su hija. Por eso no se rindió y continuó insistiendo

 Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». 

 En aquel momento quedó curada su hija.


En nuestro peregrinar siguiendo los pasos del Maestro, surgirán muchas distracciones, muchas tormentas, muchos mares embravecidos, muchos aparentes desprecios de parte de Dios, muchos momentos en que Dios aparenta ignorar nuestras súplicas. Y la mujer cananea nos brinda el mejor ejemplo: perseverar en la fe. Y Jesús, que es el mismo ayer, hoy y siempre, nos dirá: “qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. Señor yo creo, pero aumenta mi fe; dame la fe de la mujer cananea.

MARTES

“ ¿Quién es este, que hasta el mar y el viento le obedecen? ”



según san Mateo 14, 22-36 

Después que la gente se hubo saciado, enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. 

 Y después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. 

Comienza retirándose a solas a orar, no solo nos enseña con la palabra sino que su obrar también nos esta mostrando lo que es importante y esencial, no podemos vivir sin la oración, no podemos seguirle sin el encuentro intimo con Él.

 Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. 

A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. 

Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: «¡ Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! ».

 Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre el agua». Él le dijo: «Ven». 

Ese “ven” con el que el Señor atrae hacia sí a Pedro obtiene una respuesta inmediata y sin vacilaciones por parte del discípulo, que arrostra el riesgo de caminar sobre las aguas sin aparente miedo.

 Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». 

Sólo cuando dudamos, cuando vacilamos en nuestra experiencia de encuentro con el Señor, sentimos el vértigo de estar haciendo algo que supera nuestras fuerzas y esa vacilación es la que nos hace caer.

 Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?». 

 En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios». 

 Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron a todos los enfermos. 

 Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.



 Necesitamos de Cristo como Pedro cuando siente que se hunde. Ese grito de “Señor, sálvame” es el mismo que pronunciamos cualquiera de nosotros cuando nos damos cuenta de que, sin Dios, nada podemos y que necesitamos de su misericordia para sobreponernos a las limitaciones.

LUNES

“ Partió los panes y se los dio ”



según san Mateo 14,13-21 

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. 

Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados. Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. 

La multiplicación de los panes y los peces empieza por una mirada llena de compasión. Dice el evangelista Mateo que Jesús vio una multitud que lo seguía y se compadeció de ellos.

Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer». 

Los discípulos lo apremian para que despida a la muchedumbre y el gentío llegue a tiempo de comprar comida en las aldeas cercanas. Pero Jesús vuelve a mostrar su misericordia y urge a los apóstoles a que repartan ellos la comida para ahorrarles el trabajo.

 Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». 

la gente buscaba al Señor, incluso llegaban a pasar hambre por estar al lado suyo. La gente había llegado para escuchar la Palabra de Dios y, para ello, habían dejado todo lo demás. 

 Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». 

 Les dijo: «Traédmelos». 

 Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. 

Como siempre, Jesús, con sus gestos, nos está mostrando el camino a seguir. No se limitó a compadecerse, sentir lástima. Pasó de compadecerse a compartir. Compartió todo lo que tenía: su Palabra, su Persona, y su Pan. Y en ese compartir todo se multiplicó. Ese milagro lo vemos a diario en los que practican la verdadera caridad; no dar lo que sobra, sino lo que tenemos; mucho o poco.

Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.


Hoy, necesitamos crecer en confianza en el Señor, y ser como la gente que nos aparece en este pasaje, que sin tener aparentemente nada, tenían lo más importante: La presencia de Jesucristo. La invitación constante que nos hace el Señor: “Venid a mí, y yo os aliviare…” “y encontrareis vuestro descanso”.

 DOMINGO

“ Yo soy el pan de vida ”


Según San Juan 6, 24-35 

En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. 

Nos narra el pasaje evangélico que la gente se había puesto a buscar a Jesús. Pero el móvil, parece ser, que no era muy noble, todo lo que deseaban era satisfacer el hambre. Sin embargo, el Señor quería despertar otro tipo de hambre. “Jesús nos recuerda que el verdadero significado de nuestra existencia terrena está al final, en la eternidad, está en el encuentro con Él…si pensamos en este encuentro, en este gran don, los pequeños dones de la vida, también los sufrimientos, las preocupaciones serán iluminadas por la esperanza de este encuentro. “Yo soy el Pan de Vida.

 Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». 

 Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». 

“Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamas”. Esta es la referencia a la Eucaristía, el don más grande que sacia el alma y el cuerpo. Encontrar y acoger en nosotros a Jesús, “el pan de vida” nos ha sido dado con un cometido, esto es, para que podamos a su vez saciar el hambre espiritual y material de nuestros hermanos, anunciando el Evangelio por todas partes”.

 Respondió Jesús: «La obra que Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado». 

 Le replicaron: «¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer “».

personas siguen a Jesús hasta el otro lado del mar de Galilea y Jesús, que ve en lo más profundo de nuestros corazones, sabe que lo han seguido por interés, que no han comprendido el significado del milagro: “Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros.

 Jesús les replicó: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. 

Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: Señor, danos siempre de este pan».

 Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».



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