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sábado, 8 de abril de 2023

TERCERA SEMANA DE PASCUA

SÁBADO

“ Tú tienes palabras de vida eterna ”





según san Juan 6, 60-69 

En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».

El Evangelio de hoy vemos como algunos de los que siguen a Jesús se escandalizan por sus palabras, lo critican e incluso lo abandonan,

 Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?

 El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. 

Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen». 

Jesús habla sin doblez, con naturalidad, con sencillez, “sin milongas”, con coherencia y sin vuelta atrás en sus palabras, habla con la firmeza de la verdad. Jesús habla y sus palabras son fuego en el corazón que purifica. Sus palabras cuestionan y no dejan indiferente a nadie. Algunos se escandalizan “este modo de hablar es duro” y muchos se echaron atrás.

Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. 

Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». 

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. 

Jesús hoy sobre mí: ¿También tú te quieres marchar? Y siento que me sale de mi corazón la misma respuesta de Pedro: Señor, ¿adónde voy a ir yo sin Ti?

Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». 

Tengo ya muchos años viviendo contigo, muchos años juntos en un mismo camino. Yo sí que te he defraudado, no he respondido a lo que Tú, desde siempre, has esperado de mí. Y lo siento de todo corazón.

Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? 

Simón Pedro responde a Jesús, con gran sensatez, a la pregunta de si también ellos quieren marcharse, “Tú tienes palabras de vida eterna”, ¿a quién vamos a acudir? ¿Quién nos dará la seguridad que necesitamos de que nuestra vida vale la pena siempre, pase lo que pase? ¿Quién nos ama a pesar de que la carne (las cosas de este mundo que tenemos) se pierda? Sólo el Señor que nos ama desde siempre y para siempre, sólo Él que tiene “palabras de vida eterna”

Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».



VIERNES

“ El que coma de este pan, vivirá para siempre ”



según san Juan 6, 52-59

 En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».

San Agustín les diría: “Dame un corazón que ame y entenderán lo que digo”.

Lo lógico, lo razonable, es objeto de la razón, pero el amor no tiene lógica.

 Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 

Si Dios se hubiera guiado por la lógica de la razón no tendríamos ni Encarnación, ni Redención, ni Eucaristía. Afortunadamente para nosotros Dios se ha guiado siempre por la lógica del amor.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. 

Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. 

Y una de las características del amor es que “el amor no se va, el amor se queda”. Se fue al cielo y se quedó con nosotros a través de la Eucaristía.

Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.

Al recibir a Cristo en la Eucaristía, ese alimento no lo hacemos sustancia nuestra, pero sí nosotros nos unimos sustancialmente con Dios. Cada uno de nosotros puede decir con San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”

 Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

Tenemos a Jesús vivo, sacramentado tras su resurrección gloriosa, presente en el sacramento del altar pero si dudamos es falta de fe.


Caminar con Él y detrás de Él, tratando de poner en práctica su mandamiento, el que dio a los discípulos precisamente en la última Cena: “Como yo os he amado, amaos también unos a otros


JUEVES

“ Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo ”


según san Juan 6, 44-51 

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, 

Jesús, que habla de atracción, de deleite, de fascinación. Es bueno oír de los labios de Jesús que Dios atrae, que Dios seduce, que Dios encanta.

Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. 

No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. 

Yo prefiero ser atraído por el amor del Padre, ser seducido por Él, sentirme encantado de vivir en su casa, sentarme a su mesa, comer de su pan, beber de su vino, y cobijarme a la sombra del “árbol de la vida”

En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. 

Sólo una persona “dichosa” puede hacer dichosos a los demás; sólo una persona encantada puede encantar a los demás; sólo una persona “satisfecha” puede llenar de sentido y de ilusión la vida de los demás.

Sólo una persona que está contenta y feliz con su Dios, puede bendecir, es decir, hablar bien de Dios.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».



A Dios sólo se le puede encontrar por el camino del amor. Si nos salimos de ese camino, siempre, siempre nos equivocamos y podemos convertir a Dios en un ídolo. DIOS ES AMOR


MIÉRCOLES

“ Yo soy el pan de la vida ”


según san Juan 6, 35-40 

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Yo soy el pan de la vida.


Jesús no es un pan que se compra en la panadería. Es un símbolo de sí mismo. El pan es símbolo del alimento que comen los hombres cada día. No es “un lujo sino una necesidad”. La comunidad primitiva ha descubierto que sin Jesús no pueden vivir. 

 El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. 

Encontrado en Jesús “seguridad”. Pero no sólo seguridad para unos años o el tiempo de nuestra corta vida, sino que Jesús habla de “vida eterna”. Es decir, de una vida “más allá de nuestra vida”.

Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. 

Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. 

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». Reflexión del Evangelio de hoy

También el pan tiene una connotación con “la bondad”. Solemos decir: este hombre o esta mujer son más buenos que el pan. Y me pregunto: Yo que me alimento todos los días de este pan de la bondad ¿Cómo no soy bueno? Salgo de Misa y murmuro, soy violento, calumnio…, ¡Es algo inconcebible!


San Agustín, en su Comentario al Evangelio de san Juan, explica así: «Estaban lejos de aquel pan celestial, y eran incapaces de sentir su hambre. Tenían la boca del corazón enferma… En efecto, este pan requiere el hambre del hombre interior». Y debemos preguntarnos si nosotros sentimos realmente esta hambre, el hambre de la Palabra de Dios, el hambre de conocer el verdadero sentido de la vida.

MARTES

“ Yo soy el pan de vida ”




según san Juan 6, 30-35 

En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús: «¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? 

Jesús se manifiesta en este evangelio como el “pan de la vida”. No se trata de un pan material, ni siquiera del pan de maná que había dado el Padre a los judíos hambrientos en el desierto. Nos promete un pan que da vida, pero no una simple vida humana para prolongar nuestros años.


Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”». 

Jesús aquí nos habla de un pan que da vida en plenitud. Un pan que “sacia”, un pan que nos satisface, que nos llena por dentro el corazón. En realidad, un pan que nos hace ya aquí y ahora plenamente felices.

Jesús les replicó: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». 

Jesús aquí nos habla de un pan que da vida en plenitud. Un pan que “sacia”, un pan que nos satisface, que nos llena por dentro el corazón. En realidad, un pan que nos hace ya aquí y ahora plenamente felices.

Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». 

Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».


Dado el ambiente tan poco religioso que estamos viviendo en esta sociedad secularizada, cada vez se hace más difícil el creer.
 En realidad nadie puede creer en el más allá si ese “más allá” no se ha hace presente, de alguna manera, en el “más acá”.


LUNES

“ Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura ”

según san Juan 6, 22-29 

Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.

La multiplicación de los panes y los peces desató una ola de entusiasmo que el evangelista describe a la perfección con ese enjambre de lanchas surcando el Tiberíades de orilla a orilla en busca de algún rastro del Maestro.

Lo siguen por las dos orillas del mar de Tiberíades. Y la primera pregunta que le formulan, cuando dan con él, nos da la clave de ese seguimiento: cuándo has venido.


 Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. 

Era tan espectacular el prodigio de dar de comer a esa multitud que, a la fuerza, tenía que despertar admiración y mover a seguirlo.

Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.

A esa muchedumbre le atraen los signos, la extraordinaria intervención que ha saciado su hambre material. Tanto que lo primero que le preguntan es «¿cuándo has venido aquí?» por si se ha producido otro prodigio en su ausencia, como el espectador de un truco de ilusionismo contrariado por haberse perdido parte de la función.

 Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. 

Jesús los alecciona: «Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna». El pan del espíritu que comemos en la Eucaristía.

Lo de menos es el signo de la multiplicación y lo de más es la vida eterna que nos promete entrar en el corazón del Padre

Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».

Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».

Pero para ello se hace imprescindible obrar como Dios quiere: «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado». Creer en Jesucristo más allá de milagros, prodigios y signos. Creer porque es el único mediador entre nosotros y Dios, no hay más camino que el suyo. 




Es la fe en Jesucristo la que nos lleva a la salvación, al banquete celestial donde comeremos el alimento de la vida eterna. Sin fe, nada de lo que hagamos, aunque vayamos de puerto en puerto como estas barcas recalando aquí y allá en el mar de Galilea es infructuoso. Más aun: es inútil.
Y tu fe......................¿como anda?


 DOMINGO

“ Vosotros sois testigos ”



según San Lucas 24, 35-48 

Estos domingos después de Pascua tienen una finalidad: meter en nuestra dura cabeza que es verdad que Cristo ha resucitado y está vivo. Qué tremendas dificultades tenemos para aceptar las buenas noticias.

En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 

 Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». 

Jesús Resucitado es el centro de la vida y de la historia. Todo lo anterior es preparación y lo que sigue es consecuencia. Cristo Resucitado es el centro del tiempo. Y Cristo Resucitado es también el Señor de nuestra vida. A Él le entregamos las riendas de nuestra historia.

 Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón?

Pero no es un Señor que se eleva por encima de nosotros para humillarnos, sino que desciende hasta nuestro corazón para realizarnos plenamente.

 Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. 

Pero sigue siendo el amigo, el cercano, el que acompaña a los discípulos de Emaús y les explica las Escrituras; el que se aparece a esas mujeres que han ido a embalsamar su cuerpo con el perfume de su cariño; el que llama a María Magdalena por su nombre en un bonito requiebro de amor. ¡Cuánta ternura, cuanta delicadeza, cuanta finura! El título de Señor que el Padre le ha dado desde el cielo, ciertamente, no se le ha subido a la cabeza. Sigue pisando tierra en la Galilea de los pobres y sencillos de todos los tiempos. Y, como decía el Papa Francisco, en Galilea siempre podemos encontrar “el amor primero”.

Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?» 


 Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». 

Sólo la luz de Pascua, la luz de Cristo Resucitado pudo hacer desaparecer las densas tinieblas de una muerte tan cruel en la cima del monte calvario. Pronto la tristeza se convirtió en gozo; la ausencia en presencia; el miedo en coraje, y la amarga desesperación en dulce esperanza.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. 

Con Cristo Resucitado se crea una raza nueva. Cuando alguien les pedía explicaciones sobre el tema de la Resurrección, se limitaban a decir: “nosotros somos testigos”.

Y les dijo: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

Vivimos como hermanos, aquí nadie pasa necesidades porque el que más tiene da al que no tiene, tenemos un solo corazón y una sola alma, compartimos todo con alegría. No es raro que la gente se quedara extrañada y quisiera pertenecer a ese grupo. ¡Cuanto tenemos que aprender los cristianos del siglo XXI de esta experiencia de las primeras comunidades!




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