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miércoles, 23 de diciembre de 2020

IV SEMANA DE ADVIENTO

.JUEVES FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel!





Lucas 1, 67-79

La intención del evangelista Lucas, el Benedictus es un himno en paralelo al Magníficat de la Virgen.

 En aquel tiempo, Zacarias, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, y ha hecho surgir en favor nuestro un poderoso salvador en la casa de David, su siervo. 

En María es el premio de su fe, el premio de haberse fiado de Dios cuando el ángel le anunciaba algo humanamente imposible y que nunca se había dado en la historia de la humanidad: ser madre sin intervención de varón.

Así lo había anunciado desde antiguo, por boca de sus santos profetas: que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos aborrecen, para mostrar su misericordia a nuestros padres y acordarse de su santa alianza. 

Lo difícil de entender es que el Benedictus sea respuesta a la incredulidad de Zacarías.

El Señor juró a nuestro padre Abraham concedernos que, libres ya de nuestros enemigos, lo sirvamos sin temor, en santidad y justicia delante de él, todos los días de nuestra vida. 

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos y a anunciar a su pueblo la salvación, mediante el perdón de los pecados. 

Qué ha pasado en este tiempo de silencio para que Zacarías pase del “no-creer a la fe entusiasta” una fe parecida a la de María? Pues ha pasado una cosa tan sencilla como ésta: María, en aquellos tres meses en casa de Isabel, no ha estado ociosa. Zacarías está mudo, pero no está sordo. Por eso puede escuchar las bellas catequesis de María sin necesidad de ningún catecismo. María transmite a Zacarías la fe por “contagio”.

Y por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en las tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.



María se convierte en la primera misionera y en la mejor catequista de todos los tiempos. Sólo aquel que vive puede contagiar. Sólo el entusiasmado, puede entusiasmar; sólo el enamorado de Dios está capacitado para enamorar a los demás. Esta es la fe que transmitió María a Zacarías, un sacerdote incrédulo.

MIÉRCOLES

“ ¿Qué va a ser este niño? ”




san Lucas 1, 57-66 

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. 

Lo importante para un judío es el nombre. No sólo significa designación de una persona sino su ser, su misión, su destino. En este caso, lo curioso es que a Juan no se le pone el nombre de su padre Zacarías para seguir su misión de sacerdote en el templo, sino que se va a llamar Juan, que significa: Yavé se ha compadecido.

A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». 

Juan vivirá en el desierto y, desde allí, anunciará la Misericordia. Ya no es necesario ir al Templo para encontrarse con el Dios Misericordioso.

Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. 

De hecho, Dios ha tenido misericordia con Zacarías, fuera del TEMPLO. En el Templo apareció como un “incrédulo”. Y en su casa, en la soledad, en el silencio Dios se compadeció de Él y recuperó el habla.

Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». 

Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. 

Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» 

Porque la mano del Señor estaba con él.

Juan anuncia un Mesías que nos va a tomar la delantera, nos va sorprender allá donde estemos, y va a practicar el amor y la misericordia con nosotros aunque no lo hayamos merecido.

 Y esta manera de obrar de DIOS el cristiano lo lleva en su nombre, es decir, en lo más íntimo de su ser. El cristiano siempre será una persona humilde y agradecida. 


MARTES

“ María se quedó con Isabel unos tres meses ”

san Lucas 1,46-56

El Magníficat es un compendio de virtudes. María canta su salvación por Dios. María canta la salvación de Dios a los pobres, a los humildes, a los hambrientos. Es el canto de todo el pueblo de Dios, heredero de las promesas hechas a Abraham.

 En aquel tiempo, María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”.

Cuando María nos dice que “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”, no lo dice por ella misma ni por sus méritos, pues acaba de declararse “esclava” del Señor, sino por las maravillas que el Señor ha obrado en ella. Así mismo lo hará con todo el que escuche Su Palabra y la ponga en práctica. “Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Sal 123).

 Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia” —como lo había prometido a “nuestros padres”— en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». 

En este himno de María se insiste mucho en la “humildad”. Es todo lo que Dios ha visto en Ella. La humildad cristiana no consiste en considerarse poca cosa, lo último, lo peor, sino en saber que nuestra pequeñez unida a la grandeza de Dios lo puede todo, y que todo lo grande que somos y tenemos es don de Dios.

 Por este motivo, siendo María humilde, dijo que todas las generaciones le llamarán bienaventurada.

María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.


LUNES

“ ¡Bendita tú entre las mujeres! ”


según san Lucas 1, 39-45

El Evangelio de hoy nos recuerda la experiencia de la visitación y nuestra mirada girará en lo que significa creer en una promesa, creer que las cosas van a ser así.

 En aquellos días, María se levantó y puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 

Lucas nos relata de María, quien creyó en Dios, le hizo caso y sin detenerse, parte de prisa a un pueblo en la montaña donde su prima que está encinta. María, sin darle vueltas, entiende que lo que recibió es para compartirlo en gestos de humanidad.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. 

la alegría que experimentó María al saber que llevaba dentro de sí al Dios-con-nosotros camino a asistir a su prima Isabel, convirtiéndose así en la primera custodia, y su viaje hacia la casa de su prima en la primera procesión del “corpus”.

Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

la actualidad del relato, la disposición y coherencia de la fe de María nos traen a nosotros a la iglesia y al mundo un exigente y urgente llamado a la coherencia entre el decir, creer y el hacer…

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

 Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».


Unamos hoy nuestra alegría a la de Isabel y María para proclamar que creemos en Dios, en su obra creadora, que viene a visitarnos en nuestra existencia cotidiana.


 DOMINGO

“ Hágase en mí según tu palabra ”


La Anunciación. En medio de un desconcertante estupor reverencial pero también de un profundo gozo interior, María fue capaz de dar su respuesta afirmativa al plan que tenía  Dios para salvarnos.

san Lucas 1, 26-38


 En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Dios es amor y sólo tiene una preocupación: el hacernos plenamente felices. Es lo primero que hace Dios: llamarnos a la alegría.

 El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. 

El ángel Gabriel que antes había sido “rechazado” de alguna manera en la liturgia solemne del templo por el padre de Juan el Bautista, que era sacerdote, es ahora acogido sencilla y humildemente por una mujer sin título y sin nada.

El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 

Aquí sí hay respuesta y acogida y aquí Dios se siente como en su casa, porque esta mujer le ha entregado no solamente su fama y su honra, no solamente su seno materno, sino todo su vida y todo su futuro.

Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». 

Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». 

Ella se turbó. Y no era para menos. Lo que el Ángel le anunciaba era tan enorme que no lo podía digerir.

El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. 

También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». 

En la vida es bonito decir sí. 

María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.

María tuvo la osadía de decir sí al Misterio de Dios. Como otro Abrahán, salió de su tierra, salió de sí misma y se dirigió a la tierra de Dios “sin saber adónde iba”. María cargó con el Misterio de Dios durante toda su vida. No pretendió abrirlo, entenderlo, porque lo hubiera estropeado. María “no entendió a Dios” (Lc. 2,50), pero hizo algo mucho más importante: se fió plenamente de Él.




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