Villa de 6.500 habitantes (185 m) situada en el municipio gallego homónimo, en la Prolongación Jacobea a Fisterra.
A 21 km de Santiago, a 84 km de Fisterra, a 113 km de Muxía -por Fisterra- y a 83 km de Muxía -santuario de A Nosa Señora da Barca- por Dumbría.
Es capital de la comarca de A Barcala y paso obligado de peregrinos a través de la historia. Los historiadores la identifican como la Nicraria Tamara de la antigua Vía Per Loca Marítima que discurría entre Caldas de Reis [Aquae Celenis] y el viejo puente de Brandomil [Gradinmirum], en el occidente gallego.
La vinculación jacobea de Negreira viene dada ya desde la translatio y los acontecimientos legendarios discurridos en A Ponte Maceira, parroquia de Portor (Negreira),
donde las tropas del régulo romano de Duio (Fisterra) quedaron sepultadas bajo el puente en su persecución de los discípulos del Apóstol, que buscaban su permiso para poder dar sepultura al cuerpo santo en las tierras compostelanas de la reina Lupa.
Tal es la vinculación de Negreira al culto jacobeo, que el propio escudo de armas de la villa barcalesa recoge la leyenda en sus cuarteles. Así, una estrella dorada preside la escena que muestra a un soldado romano armado con una espada de plata, en pie ante el puente partido sobre el río, mientras al otro lado triunfa la cruz, simbólicamente perseguida.
De su antiguo poblamiento dan cuenta los 49 túmulos megalíticos hallados en Corzán y las estatuas procedentes de Logrosa, y relacionadas con la cultura castreña que se exhiben hoy en día en el Museo do Pobo Galego, en Santiago. Diversas inscripciones romanas y una estela funeraria vienen a confirmar esa pertenencia como paso fundamental de la red viaria entre Fisterra y las comarcas interiores de Galicia, desde una romanización profundamente marcada. Nada más constituirse la sede de Compostela, Alfonso el Magno le entrega la villa en señorío (876), concesión confirmada años más tarde (899) al obispo Sisnando. Solo con la subida al trono de los Reyes Católicos se la declara de Fuero Real, y se emancipa así del señorío compostelano.
Hacia ‘el fin del mundo’
La ruta de los peregrinos, procedente de A Ponte Maceira, entra en la villa de Negreira dejando a un lado el histórico pazo de A Chancela, con bella torre almenada y extensa finca amurallada.
Negreira y A Chancela reciben a los peregrinos con la conmovedora leyenda del señor del pazo y su escudero Bernaldo. Ambos acudieron a luchar contra los moros dejando al pequeño hijo del señor al cuidado de Munia, mujer de Bernaldo.
En un descuido de esta, el niño se ahoga en el río y, a su vuelta, el amo ordena la ejecución inmediata del aya. Bernaldo implora clemencia y se interpone delante del verdugo ofreciendo su propia cabeza al filo del hacha. Mientras el verdugo levanta el hacha, Munia pone su cabeza junto a la de Bernaldo y mueren juntos. Ambos fueron enterrados en un camino bajo dos pinos que, en las noches de viento y tempestad, entrelazaban sus ramas en signo de amor eterno.
Ya en la villa, una estatua del Apóstol peregrino
da paso al itinerario que discurre hasta los arcos del pazo de Cotón, el gran emblema de la villa.
El peregrino pasa bajo el gran arco almenado que une el pazo con la capilla de San Mauro, que es también iglesia parroquial.
Su fachada está armónicamente integrada en la estructura civil del pazo. La importancia de este edificio ha sido tal que ha habido épocas en que el núcleo de Negreira se identificaba con el propio nombre de Cotón.
Dentro de su conjunto, destacan los torreones esquineros que lo defienden, así como la galería de piedra de triple arcada que da paso a la capilla de San Mauro y, a su vez, permite su discurrir por el antiguo Camino Real, hoy en día itinerario también de peregrinos.
La capilla de San Mauro, muy relacionada con el monasterio pontevedrés de Armenteira, está hondamente ligada a la leyenda, tan ampliamente divulgada en los Caminos de Santiago, de San Ero y el pajarillo. Mauro-Amaro peregrinó por el mundo buscando la eternidad. Llegó al paraíso y, a través de una puerta de oro, pudo observar la Tierra. Cuando volvió a ella habían trascurrido cientos de años, muriendo en olor de santidad.
Algo similar le ocurrió a San Ero, que durmió durante trescientos años escuchando a un ruiseñor, como señala el propio rey Alfonso X en sus Cantigas de Santa María.
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