La palabra anacoreta procede del latin medieval anachorēta, y éste del término griego Ανα-χωρέω, que significa 'retirarse'.
La definición del término puede tener varios matices, si bien interrelacionados: el de aquel que vive aislado de la comunidad o también para referirse a quienes rehúsan los bienes materiales, y el de alguien que se retira a un lugar solitario para entregarse a la oración y a la penitencia.
Los anacoretas conocidos ya en tiempo de los judíos comenzaron a extenderse desde los principios del cristianismo y se multiplicaron durante los siglos II y III a causa de las persecuciones, refugiándose gran número de ellos en la Tebaida (Egipto).
El monacato en Egipto comenzó como una vida de completa soledad y la contemplación. No comenzó con la formación de los monasterios, pero con las personas que viven en la soledad de las cuevas, agujeros en el suelo, y otras viviendas pequeñas.
Pensaban que apartándose de la sociedad humana, obedecían además el mandato cristiano de «no ser parte del mundo».
Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece. (San Juan 15:19)
El anacoretismo es un tipo de vida que surge como consecuencia de una corriente espiritual de la iglesia de Cristo a inicios del siglo IV: la espiritualidad monástica.
Esta corriente espiritual buscaba la limpieza de corazón la cual la conseguían mediante el desprendimiento de todo lo creado (apartamiento del mundo) y la práctica de la caridad.
La limpieza de corazón era el requisito para la posesión del Reino de Dios, que en este mundo se obtiene por la contemplación divina y cristalizada en una forma de vida que se denomina vida contemplativa.
La primera manifestación de importancia de la vida anacoreta se dio en Egipto en torno a San Antonio Abad, quien congregó a su alrededor un gran número de discípulos que poblaron desiertos como los de Nitria y Scete.
Su modo de vivir se caracterizaba sobre todo por la soledad y el silencio. Habitaban cuevas o cabañas, bien aislados o bien en grupos de dos o tres, dedicados plenamente a la oración, la penitencia y el trabajo manual.
Una vez por semana, el domingo, los solitarios acudían a la iglesia en común para asistir a los oficios divinos y escuchar los consejos de los presbíteros
Se tiene noticias entre otros anacoretas de los santos Pablo, primer ermitaño (250), Antonio Abad, San Onofre, Pacomio, Simeón, San Rubén estilita, etc.
En los siglos XIX y XX, Carlos de Foucauld constituyó un ejemplo singular.
Después de su conversión, rehusó conservar su gran fortuna, aunque no pareció tener intención de vivir aislado de la comunidad. Sin embargo, su deseo de servir a "los últimos" lo llevó al Sahara argelino, donde ejercitó largamente la oración y a la contemplación. Sin dudas, Foucauld constituyó, entonces y en la actualidad, un ejemplo del retorno a la espiritualidad del desierto en la era contemporánea.
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