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domingo, 24 de mayo de 2015
EL ROCIO
El Rocío es un aldea del municipio de Almonte, en la provincia de Huelva.
En ella se celebra una importante peregrinación mariana, la Romería del Rocío.
El pueblo cuenta con 1.635 habitantes (INE 2008), si bien durante la romería de Pentecostés el número de visitantes ha llegado a alcanzar la cifra de aproximadamente un millón de personas.1
La primera referencia a una ermita con culto mariano en esta zona data de la primera mitad del siglo XIV y se encuentra en el Libro de montería de Alfonso XI, en que se menciona una «ermita de Sancta María de las Rocinas».
En 1587 Baltasar Tercero Ruiz funda en la ermita una capellanía, y a mediados del siglo XVII cambia el nombre de Santa María de las Rocinas a Virgen del Rocío, se fundan las primeras hermandades y Almonte proclama a la virgen patrona de esta localidad.
LA ROMERIA DEL ROCIO
La Romería del Rocío es una manifestación de religiosidad popular católica andaluza en honor de la Virgen del Rocío. La romería se celebra el fin de semana del Domingo de Pentecostés.
La Virgen se encuentra en la Ermita de El Rocío, que se halla en la aldea almonteña del mismo nombre, en la provincia de Huelva. Durante la celebración, esta aldea de cerca de 2.000 habitantes se convierte en la tercera ciudad de España por número de habitantes.
La romería dura una semana, contando con el camino que recorren los peregrinos hasta la aldea almonteña. Una semana de pasión, devoción, tradición, sentimiento y diversión.
La hermandad de Almonte es la encargada de organizar los cultos y romería de la Virgen.
El Rocío atrae también a un centenar de cofradías de todas las poblaciones cercanas a Cádiz, Huelva y Sevilla Los peregrinos atraviesan a pie, otras veces en barca, las marismas del delta del Guadalquivir, para llegar al Rocío, en el límite del Parque Natural de Doñana.
La Romería comienza el sábado vísperas de Pentecostés, a las doce de la mañana, con la presentación de las Hermandades Filiales en riguroso orden de antigüedad ante las puertas del Santuario, donde una nutrida representación de la Hdad. Matriz de Almonte con su Presidente, Hermano Mayor y Alcalde de la villa las van recibiendo.
Cada una de estas Hermandades detiene brevemente su carreta de Simpecado mirando a la puerta principal del Santuario, entonándose algún cántico dedicado a la Virgen. Los Romeros a pie, a caballo o en carretas engalanadas y tiradas por mulos o bueyes van desfilando, culminando así el final del camino, difícil y duro a veces, por los viejos y polvorientes senderos de siempre. Este desfile colorista, emotivo y solemne a la vez, impregnado de polvo, sudor y fe, es quizás, uno de los momentos más espectaculares de la Romería.
Bien entrada ya la noche las Hermandades más recientes ponen el broche final a esta caravana humana que como éxodo quieren rendir pleitesía a la Madre de Dios.
Al día siguiente, domingo de Pentecostés, a las diez de la mañana, en un lugar denominado el Real del Rocío y ante el monumento erigido para la coronación, tiene lugar la Eucaristía. La Misa Pontifical.
En un altar levantado al efecto se sitúan los Simpecados de las Hermandades Filiales que engalanan con exquisitos bordados y rica orfebrería un Real pletórico, radiante y lleno de colorido.
El lugar se transforma en Templo que alberga la oración callada, el llanto contenido, el canto y el silencio profundo... la Palabra de Dios.
Acabada la celebración, todo un mar de gallardetes, estandartes y guiones se desparraman por las calles de la Aldea hacia sus casas de hermandad. Convivencia, alegría y hermandad no faltan en esa mañana de Pentecostés.
En la noche del domingo tiene lugar el Santo Rosario en la explanada de "El Eucaliptal", donde van llegando los estandartes de cada Hdad. acompañados por miles de romeros.
La noche se llena de avemarías y salves y una letanía, entre luminarias y titineos de campaniles, inunda el aire trémulo de la madrugada. Ya no habrá sosiego, el Simpecado Almonteño se encamina lentamente a la Ermita, donde no cabe un alfiler.
Los almonteños cuentan los minutos para sacar en procesión a su Patrona.
Es la madrugada del lunes, sin horas y sin tiempo, que avanza impaciente. Pero por fin, en esa hora imprevista de cada año, saltan la reja, rescatan a la Virgen y se inicia la procesión; las andas de plata parecen navegar entre un mar de fervor. Toda la aldea se ha echado a la calle, las campanas enloquecidas no dejan de sonar y una algarabía de vivas y más vivas van vitoreándola entre pétalos de rosas y plegarias de flores.
A los gritos de “Que viva la Blanca Paloma!”, la Virgen desfila y sus porteadores tropiezan, pues el paso se halla obstaculizado por una marea de admiradores cuya razón, aturdida por la espera, se tambalea con las primeras luces del alba.
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