Jornada Mundial de la Juventud en Compostela de hace 25 años.
Fue en el verano de 1989, el año en que cambió la historia de Europa: en Varsovia, en Praga y en Budapest se respiraba el aire de la libertad recobrada, y poco después habría de caer el infausto Muro de Berlín.
Juan Pablo II llegaba a la tumba del apóstol Santiago como primer Sucesor de Pedro venido del Este, y con él miles de jóvenes de todo el mundo, pero especialmente de todos los rincones de una Europa en la que empezaba a hacerse realidad aquel reclamo del Papa polaco de un continente unido desde el Atlántico a los Urales.
El en Monte del Gozo Juan Pablo II recordó a aquellos jóvenes (los que ahora están entre 40 y 50 años) que Cristo es el único interlocutor a la altura de de sus preguntas y deseos, que la plenitud y la felicidad de la vida consiste en seguirle y amarle, y que de ahí brota un tipo de humanidad capaz de construir la civilización del amor.
Aquella invitación vibrante recogida por miles de jóvenes vuelve a resonar en nuestros oídos 25 años después, sea cual sea nuestra edad. Siempre es necesario un nuevo inicio de la fe: la Europa del escepticismo, fragmentada y cansada, espera que se haga presente de nuevo la Iglesia que es siempre joven. Se lo pedimos al apóstol, que llegó a pensar que era imposible la tarea, precisamente en nuestras tierras.
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