VIRGEN PEREGRINA DE FÁTIMA
La imagen Peregrina llegó a Alcorcón en viernes, día 27, por la tarde, en la Parroquia Nuestra Señora de la Saleta, esa misma tarde se rezó el Santo Rosario y acontinuación la Eucaristía. Por la noche la Procesión de las antorchas.
El sabado, día 28, permaneció todo el día en la Parroquia de la Saleta.
El Domingo, día 29, Rosario de la Aurora por las calles de Alcorcón. A las 9.30 Santa Misa de despedida en la Parroquia de Santa María la Blanca
UNA VENTANA ABIERTA AL ARTE RELIGIOSO,FIESTAS, TRADICIONES,SEMANA SANTA Y MÁS COSAS RELACIONADAS CON MI PUEBLO,SIRUELA.PARA QUE MIS HIJOS Y SOBRINOS SIEMPRE LO RECUERDEN Y DEDICADA AL COFRADE DE LA FAMILIA, HERMANA, AMIGOS Y VECINOS.
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lunes, 30 de mayo de 2011
sábado, 21 de mayo de 2011
ES UNA PINTURA
Esta es una pintura al óleo de una artista polaca , Isabela Delekla Wicinska,llamada TOTUS TUUS.
Se la puede ver el siguiente link:
Existen en la web, malintencionados y/o equivocados, que la hacen circular como fotografía milagrosa.
La Editorial "Santa Maria", de Buenos Aires, hizo una estampita con esta imagen donde consta el nombre de la pintura y el de la artista que la realizó.
Se la puede ver el siguiente link:
http:// art-decorum.pl/en/artists/isabela_delekla_wicinska
Existen en la web, malintencionados y/o equivocados, que la hacen circular como fotografía milagrosa.
La Editorial "Santa Maria", de Buenos Aires, hizo una estampita con esta imagen donde consta el nombre de la pintura y el de la artista que la realizó.
jueves, 19 de mayo de 2011
domingo, 8 de mayo de 2011
CAPILLA DE JUAN PABLO II EN WAWEL
En el Castillo Wawel, Cracovia
Catedral Wawel
después de la beatificación del Padre Juan Pablo II - está abierta a los fieles de la Capilla del Santísimo, en la que el relicario con una gota de sangre del Papa.
El Cardenal Stanislaw Dziwisz, secretario de Juan Pablo II, antes de volver a cracovia celebró la primera misa en la Capilla de Juan Pablo II, en el Vaticano.
Ver fotos
http://translate.google.es/translate?hl=es&sl=pl&tl=es&u=http%3A%2F%2Fdiecezja.pl%2Findex.php
Catedral Wawel
después de la beatificación del Padre Juan Pablo II - está abierta a los fieles de la Capilla del Santísimo, en la que el relicario con una gota de sangre del Papa.
El Cardenal Stanislaw Dziwisz, secretario de Juan Pablo II, antes de volver a cracovia celebró la primera misa en la Capilla de Juan Pablo II, en el Vaticano.
Ver fotos
http://translate.google.es/translate?hl=es&sl=pl&tl=es&u=http%3A%2F%2Fdiecezja.pl%2Findex.php
TERCER DOMINGO DE PASCUA
LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS
según san Lucas 24 13-35.
Claustro de Santo Domingo de Silos, Los discípulos de Emaús.
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojo lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
....Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.....
Jesús quédate con nosotros, queremos vivir contigo. Eres Tú, Señor, nuestra única alegría y seguridad. Señor quiero vivir, siempre, cerca de Ti. Déjame entrar en tu corazón para que el mío arda de amor por Ti. Dame la gracia de valorar y recibir dignamente el sacramento de la Eucaristía.
según san Lucas 24 13-35.
Claustro de Santo Domingo de Silos, Los discípulos de Emaús.
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojo lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
....Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.....
Jesús quédate con nosotros, queremos vivir contigo. Eres Tú, Señor, nuestra única alegría y seguridad. Señor quiero vivir, siempre, cerca de Ti. Déjame entrar en tu corazón para que el mío arda de amor por Ti. Dame la gracia de valorar y recibir dignamente el sacramento de la Eucaristía.
sábado, 7 de mayo de 2011
miércoles, 4 de mayo de 2011
FIESTA EN POLONIA
FESTEJAN LA BEATIFICACIÓN DEL PAPA POLACO.
Miles de polacos presenciaron hoy la Beatificación de su papa, Juan Pablo II, a través de las pantallas gigantes situadas en las principales ciudades de Polonia.
El pontífice no sólo es símbolo religioso, sino también ejemplo en la lucha por la libertad.
Más de 600 monumentos y esculturas estre los rios Oder y Bug recuerdan al querido pontifice, mientras que 1200 guarderias , escuelas y universidades llevan su nombre.
En Varsovia y muchas otras ciudades, los partidos de izquierdas y los sindicatos renunciaron a sus tradicionales concentraciones y manifestaciones por el Día Internacional del Trabajo. Sindicalistas afirmaron que la beatificación es una competencia demasiado fuerte.
Varios miles de personas, sobre todo trabajadores y jubilados, se concentraban desde primeras horas de la mañana en una céntrica plaza varsoviana, la misma donde en 1979 un recién elegido Juan Pablo II celebraba su primera homilía en Polonia y pedía a sus compatriotas valor en su camino hacia la democracia.
Otro escenario en el día de hoy: Wadowice
Con la presencia del primes ministro, el liberal Donald Tusk, quien asistió a la misa y también siguió con atención desde las pantallas gigantes lo que sucedia en el Vaticano.
El liberal Donald Tusk, reconocía en Wadowice, el pueblo natal de Wojtyla, que "este país sería muy otro si no hubiera sido por él".
CRACOVIA
http://www.rtve.es/alacarta/videos/telediario/polonia-sigue-atenta-beatificacion-juan-pablo-ii/1088621/
Unas 100 mil personas se congregaron en el santuario de Lagiewniki, en Cracovia, para seguir a través de una pantalla gigante la ceremonia de beatificación en el Vaticano, según consigna la agencia de noticias DPA.
Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se dirigía a su trabajo, Karol Wojtyla oraba en la capilla de Lagiewniki.
VARSOVIA
El pontífice no sólo es símbolo religioso, sino también ejemplo en la lucha por la libertad.
Más de 600 monumentos y esculturas estre los rios Oder y Bug recuerdan al querido pontifice, mientras que 1200 guarderias , escuelas y universidades llevan su nombre.
En Varsovia y muchas otras ciudades, los partidos de izquierdas y los sindicatos renunciaron a sus tradicionales concentraciones y manifestaciones por el Día Internacional del Trabajo. Sindicalistas afirmaron que la beatificación es una competencia demasiado fuerte.
Varios miles de personas, sobre todo trabajadores y jubilados, se concentraban desde primeras horas de la mañana en una céntrica plaza varsoviana, la misma donde en 1979 un recién elegido Juan Pablo II celebraba su primera homilía en Polonia y pedía a sus compatriotas valor en su camino hacia la democracia.
Otro escenario en el día de hoy: Wadowice
Con la presencia del primes ministro, el liberal Donald Tusk, quien asistió a la misa y también siguió con atención desde las pantallas gigantes lo que sucedia en el Vaticano.
El liberal Donald Tusk, reconocía en Wadowice, el pueblo natal de Wojtyla, que "este país sería muy otro si no hubiera sido por él".
CRACOVIA
http://www.rtve.es/alacarta/videos/telediario/polonia-sigue-atenta-beatificacion-juan-pablo-ii/1088621/
Unas 100 mil personas se congregaron en el santuario de Lagiewniki, en Cracovia, para seguir a través de una pantalla gigante la ceremonia de beatificación en el Vaticano, según consigna la agencia de noticias DPA.
Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se dirigía a su trabajo, Karol Wojtyla oraba en la capilla de Lagiewniki.
martes, 3 de mayo de 2011
EL CUERPO DEL BEATO JUAN PABLO II
El rostro de Juan Pablo II será cubierto con un pañuelo blanco antes de cerrar el féretro de ciprés en el que será colocado.
Según estable la normativa vaticana, el cadáver del Papa es colocado en un féretro de ciprés forrado de terciopelo carmesí y encajado en otro de plomo de cuatro milímetros de espesor, a su vez encajado en otro de madera de olmo barnizada.
En el interior será introducido un saquito de terciopelo con las medallas del pontificado y un pergamino con su biografía dentro de un tubo de cobre.
Una vez concluido el funeral, en la plaza de San Pedro, el féretro será trasladado a las Grutas Vaticanas, tras introducirlo en los otros dos, será depositado en el mismo lugar donde estuvo enterrado durante casi 30 años su predecesor, y al que admiraba, beato Juan XXIII.
Marini precisó que será un enterramiento muy sencillo, sobre la tierra, en cuya lápida será escrito el nombre y las fechas del pontificado, al estilo del de Pablo VI.
Juan Pablo II descansará a poco metros de la tumba de San Pedro, al lado de Pablo VI y frente al sarcófago de Juan Pablo I.
Tuvo lugar el 8 de abril del 2005.
El día 29 de abril el féretro de Juan PabloII fue sacado de la sepultura y tapado con un paño blanco y dorado.
De forma intima fue trasladado delante de la tumba de San Pedro.
Para el día 1 de mayo pasar a la planta principal de la Basílica de San Pedro donde será expuesto para la beatificación.
Después de la Beatificación será venerado en primer lugar por el Papa y posteriomente por los fieles.
Los restos del Beato Juan Pablo II reposan desde la noche de ayer, 2 de mayo, en la Capilla de San Sebastian en el Vaticano.
Beatus Ioannes Paulus II” es la inscripción que descubre a la lápida que acompaña la tumba donde reposa el beato Juan Pablo II, el mismo que reposa desde anoche en la Capilla de San Sebastián.
El sarcófago fue trasladado en la más discreta solemnidad por los canónigos de San Pedro, luego de que los dos días anteriores fuera acompañado por unos cuatrocientos mil fieles.
EL DÍA DESPUÉS DE LA BEATIFICACIÓN
Más de cien mil personas aguardan hoy en la plaza de San Pedro del Vaticano para entrar en la Basílica y venerar los restos mortales de Juan Pablo II, que este domingo fue beatificado por el papa Benedicto XVI ante un millón y medio de personas.
12.000 personas por hora pasan ante el cuerpo del nuevo Beato.
La policía italiana custodia todas las entradas a la plaza y revisa bolsos y mochilas de los miles de peregrinos.
MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
Más de 60.000 personas asisten a la primera misa en honor al Beato Juan Pablo II
Durante este año, se podrá celebrar una misa en honor del beato Juan Pablo II en cualquier diócesis del mundo, previa autorización por parte de la Santa Sede.
Sin embargo, en los años siguientes y hasta su canonización, tan sólo se podrá celebrar en la diócesis de Roma y de forma excepcional en las diócesis de Polonia, cada 22 de octubre, según el decreto emitido por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Para la canonización del ya beato Juan Pablo II tan sólo se necesita un nuevo milagro ocurrido después de la beatificación.
«Todos recordamos cómo el día de la celebración de su funeral, el viento cerró dulcemente las páginas del Evangelio colocado sobre el ataúd. Era como si el viento del Espíritu hubiese querido marcar el final de la aventura humana y espiritual de Karol Wojtyla, toda iluminada por el Evangelio de Cristo. En este Libro él descubría los designios de Dios para la humanidad, para sí mismo pero sobre todo, percibía a Cristo, su rostro, su amor, que para Karol era siempre un llamado a la responsabilidad. A la luz del Evangelio –dijo el Cardenal Secretario de Estado– leía la historia de la humanidad y las vivencias de todo hombre y de toda mujer que el Señor había colocado en su camino. De aquí, del encuentro con Cristo en el Evangelio, manaba su fe».
domingo, 1 de mayo de 2011
CELEBRACIÓN DE LA BEATIFICACIÓN IIm
Los peregrinos pasan ante el feretro del nuevo beato.
Los Principes saludan al Santo Padre.
Los Principes saludan al Santo Padre.
HOMILIA DE LA BEATIFICACIÓN
Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento.
Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.
Deseo dirigir un cordial saludo a todos los que, en número tan grande, desde todo el mundo, habéis venido a Roma, para esta feliz circunstancia, a los señores cardenales, a los patriarcas de las Iglesias católicas orientales, hermanos en el episcopado y el sacerdocio, delegaciones oficiales, embajadores y autoridades, personas consagradas y fieles laicos, y lo extiendo a todos los que se unen a nosotros a través de la radio y la televisión.
Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero.
Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.
Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.
Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14).
También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: «Por ello os alegráis», y añade: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación» (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. «Es el Señor quien lo ha hecho –dice el Salmo (118, 23)- ha sido un milagro patente», patente a los ojos de la fe.
Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium.
Todos los miembros del Pueblo de Dios –Obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas- estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia. Karol Wojtyła, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida.
Virgen de Guadalupe
Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtyła: una cruz de oro, una «eme» abajo, a la derecha, y el lema: «Totus tuus», que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojtyła encontró un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266).
El nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszyński, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado.
Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado». ¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible.
Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.
Karol Wojtyła subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre.
Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza». Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.
Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería.
Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía.
¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Amén.
Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.
Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero.
Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.
Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.
Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14).
También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: «Por ello os alegráis», y añade: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación» (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. «Es el Señor quien lo ha hecho –dice el Salmo (118, 23)- ha sido un milagro patente», patente a los ojos de la fe.
Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium.
Todos los miembros del Pueblo de Dios –Obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas- estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia. Karol Wojtyła, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida.
Virgen de Guadalupe
Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtyła: una cruz de oro, una «eme» abajo, a la derecha, y el lema: «Totus tuus», que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojtyła encontró un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266).
El nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszyński, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado.
Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado». ¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible.
Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.
Karol Wojtyła subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre.
Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza». Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.
Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería.
Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía.
¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Amén.